Cuatro libros bien cortos e inolvidables

Veamos de qué tratan estos libros, que pueden ser leídos casi “de un tirón”.

A veces queremos leer algo y no contamos con mucho tiempo, por eso es importante que también usemos este espacio para recomendar obras de calidad que sean breves. Veamos entonces de qué tratan estos cuatro libros, que pueden ser leídos casi “de un tirón”. El orden de presentación de las propuestas no responde a ningún criterio.  

Lo primero que salta a la vista es que los cuatro libros que propongo fueron editados por la misma editorial, en este caso se trata de Impedimenta, una editorial española que hace un trabajo maravilloso y trata a sus libros con un mimo insuperable.

La librería de Penélope Fritzgerald

Novela finalista del Booker Prize, La librería es una delicada aventura tragicómica; una obra maestra. La historia se mueve con mucha elegancia entre la ironía, el humor, el drama y la crítica social.

Si bien ya había visto la película en la que Emily Mortimer encarna a Florence, la protagonista, Patricia Clarke a la ricachona Gamart y el genial Bill Nighy al repugnado y carismático Señor Bundish, siempre supe que leería la novela, y creo que ambas propuestas tienen sus brillos.

No es el típico caso de novela mejor que la película o viceversa, pues —desde mi punto de vista— ambas se disfrutan de forma diferente.

Les comparto la sinopsis de la propia edición: 

“Florence decide abrir una pequeña librería, que será la primera del pueblo. Adquiere así un edificio que lleva años abandonado, comido por la humedad y que incluso tiene su propio y caprichoso poltergeist. Pero pronto se topará con la resistencia muda de las fuerzas vivas del pueblo que, de un modo cortés pero implacable, empezarán a acorralarla. Florence se verá obligada entonces a contratar como ayudante a una niña de diez años, de hecho la única que no sueña con sabotear su negocio. Cuando alguien le sugiere que ponga a la venta la polémica edición de Olympia Press de Lolita, de Nabokov, se desencadena en el pueblo un terremoto sutil pero devastador / Impedimenta, 2010”.

Destaco un par de frases que se te quedan después de su lectura, la primera en particular debería decorar casi todas las bibliotecas, librerías y aulas:

“Un buen libro es la preciosa savia del alma de un maestro, embalsamada y atesorada intencionadamente para una vida más allá de la vida y, como tal, no hay duda de que debe ser un artículo de primera necesidad”.

“(…)Tenía buen corazón, aunque eso sirve de bien poco cuando de lo que se trata es de sobrevivir (…) El coraje y la perseverancia son inútiles si no se ponen a prueba”.

Maravillosa y agridulce novela de tan solo 192 páginas que se van sin darte cuenta y, cuando la terminas, te deja como la propia protagonista al concluir una lectura: en un estado de meditación y aprehensión del libro.

Penélope Fitzgerald fue una autora tardía, pues publicó su primer libro en 1975, a los cincuenta y ocho años. Está considerada como una de las mejores autoras inglesas del Siglo XX. 

El ruletista de Mircea Cartarescu

Relato prohibido durante varios años en Rumanía, por retratar una realidad de forma muy explícita, y que fue también parte de la colección de cuentos que presentaba a Cărtărescu como escritor de prosa, ya que era más conocido, antes de la década de los noventas, como poeta.

La historia está narrada desde el punto de vista de un hombre que conoció al ruletista, un tipo sin suerte para los juegos de azar que arriesga su vida en la ruleta rusa, y que sorprende a todos por su capacidad —o suerte— para no morir en el juego. 

Sirva El Ruletista, de Mircea Cărtărescu, a modo de anécdota para reflejar cómo lo marginal, cuando logra manejar y crear dinero, puede convertirse en un espectáculo, hasta que por ley de vida le toque acabar, como todos los shows, como todas las furias. Es una fábula sobre la ambición y el morbo humano de jugar con la muerte, de tentar a Dios —crea o no crea en la deidad—, de presenciar el horror aunque dé miedo y de lo burlesca que es la existencia.

En esa historia se coquetea con lo absurdo. El relato es contado por un viejo escritor que, a pesar de creer que “la literatura no es el medio adecuado para decir algo real sobre uno mismo”, decide contar la historia porque “La literatura es teratología”, y ciertamente plasma aquí las peripecias de esa criatura anormal que fue El Ruletista, a quien conocía desde la infancia; un hombre de ímpetu suicida que alcanzó fama y fortuna apostando su vida en la ruleta rusa, y el cual evidentemente no perdió en todas las veces que jugó, incluso cuando empezó a retar a su suerte y a añadirle balas al revólver:

“Era como si la soberbia diabólica del Ruletista lo arrastrara cada vez con más fuerza a provocar a los dioses del azar (…) los que venían a presenciar las ruletas de mi amigo no lo hacían por apostar sino por el deseo de ver cómo perdía de una vez por todas, y es que tenían el sentimiento, cada vez más resignado, de que estaban apostando contra el diablo”.

Mircea, como el “monstruo” literario que es, utiliza las situaciones correctas para filosofar, reflexionar y debatir, lanzar directas e indirectas; para volverse eterno a través de sus personajes.

La historia es breve, preciosamente escrita con un estilo reflexivo y onírico —me recordó por momentos a mi querido Stefan Zweig. Se lee en una hora —tiene 62 páginas—, y se te queda en la memoria por siempre.

“Cuando se trata de sangre, impera el silencio”, denuncia Mircea Cărtărescu en su relato. 

El autor, que es poeta, narrador y crítico literario rumano, está considerado por la crítica literaria el más importante y más apreciado narrador rumano de la actualidad. En 2018 recibió el Premio Formentor de las Letras, uno de los galardones más prestigiosos del mundo literario, y algunos consideran que podría ser el primer escritor en lengua rumana en obtener el Premio Nobel de Literatura.

La casa y el cerebro de Edward Bulwer-Lytton

Si un gigante literario del género terror como fue H.P Lovecraft ensalza una obra como “el mejor relato de fantasmas jamás escrito”, a uno no le queda otra opción que lanzarse a comprobarlo.

Como bien dice en su portada, La casa y el cerebro es“un relato victoriano de fantasmas”. En el libro encontrarás las típicas imágenes de este tipo de historias: un poco de humor —o yo soy muy cínico y se lo veo— y muchos debates científicos que van desde la metafísica hasta las ciencias del ocultismo.

“(…) La aparición de un fantasma está, en contra de la opinión recibida, dentro de las leyes de la naturaleza, es decir, no sobrenaturales…”: Busca darle explicaciones aterrizadas a todo el vuelo de lo sobrenatural, pero en realidad hay que leerlo a fondo para sacar conclusiones propias. 

La historia parece un poco manida hoy día, pues ya hemos visto la fórmula en ene cantidad de películas, solo que, hay que subrayar, este cuento es de mediados del siglo XIX, de esa época en la que se formaba y se nutría lo que devino en nuestro moderno imaginario del horror y de lo sobrenatural.

Tenemos una casa mitificada por la presencia de fantasmas, todos los que han estado en ella han huido despavoridos, y el protagonista se presta para habitar el lugar junto a su perro y su criado. Desde un principio sabemos que el personaje principal anda buscando desmentir teorías sobre fantasmas, delatar prestidigitadores tramposos y/o apoyar sus teorías fundadas en sus estudios científicos. Un amigo le dice de una casa en la que nadie puede quedarse como inquilino debido a sus constantes actividades paranormales, y allá va él como Juan que se mata para ver si es verdad.

¿Hasta dónde es capaz de llegar una persona para demostrar su punto de vista? ¿Cuáles son los límites de la naturaleza para el ser humano? ¿Qué prevalece, la ciencia o lo sobrenatural? 

Cabe destacar el desenlace, muy bueno, y todos los diálogos de discusiones científicas y filosóficas. Se devora de un tirón, son menos de 70 páginas.

“(…) Todo accidente es una providencia. Ante una providencia, cualquier voluntad humana ha de quebrarse…”.

Edward Bulwer-Lytton fue un político, poeta y crítico británico, además de un novelista prolífico. Nació en Londres en 1803, en el seno de una prominente familia. Se convirtió en un fecundo y exitoso autor, en la misma medida que lo hicieron Dickens o Thackeray. Publicó novelas, poemas, obras de teatro, ensayos, cuentos, traducciones y volúmenes de historia. Rechazó la corona de Grecia después de una larga carrera política, y fue el primero de su familia en convertirse en noble: Barón. Su libro más famoso es Los últimos días de Pompeya, de 1854. 

La bailarina de Ogai Môri

La bailarina es una de las piezas más delicadas del japonés Ōgai Mori, máximo exponente, junto a Natsume Sōseki, de la literatura nipona de la era Meiji.

Novela corta que data del año 1890, cuya importancia literaria, entre otras cosas, radica en haber sido la primera novela japonesa en utilizar el narrador-protagonista en primera persona —de acuerdo a la introducción magistral de Fernando Cordobés—.

Es una historia breve, profunda, ¡y brutal!, que en su momento caló más al plasmar la posibilidad de que una mujer de rasgos occidentales fuera capaz de enamorarse de un hombre asiático, lo cual dejó locos a muchos de los jóvenes nipones que anhelaban algo así, pues también soñaban con viajar y salir del país —sigo parafraseando a Cordobés y a su introducción a la novela—.

Lo primero que debo acotar es la descripción tan sutil y bella que hace Mori de esa Alemania del siglo XIX, la vida artística que tenía, cómo pasa y visita los distintos niveles y clases de esa sociedad. En esta novela se puede decir que se viaja al pasado de Alemania.

Me dejó enamorado del bohemio bulevar Unter den Linden (Bajo los Tilos) que según la nota introductoria del relato “hasta la Segunda Guerra Mundial fue el centro neurálgico de la vida cultural de Berlín”. Eso de las bibliotecas ambulantes conocidas por el nombre de colportage me ha dado hasta ideas de negocios, o más bien de difusión literaria para un público de bajos recursos económicos, y hablando de eso, la descripción que se hace de la vida de las bailarinas tiene una vigencia espeluznante:

“Pero la vida de una bailarina era precaria (…) Es posible que en los camerinos del teatro se maquillen y se vistan con llamativos atuendos, pero es más que probable que fuera de allí no dispongan a menudo de ropa suficiente para sí mismas, ni de alimento, y que la vida resulte muy dura para aquellas que deben mantener a sus padres o a sus familias. Se suele decir que como resultado de todo ello, muchas acaban cayendo en la más baja de todas las profesiones”.

La bailarina parece ser la típica historia de amor que plasma la relación entre protector y protegida, lo que sin suggar daddy, pues el protector en este caso es un joven que, inundado por el impulso caballeresco de mantener y mejorar económica, cultural y espiritualmente a esta joven artista desprotegida, lo lleva a la raíz del impulso que los encontró: la atracción sexual.

Contada por el protagonista desde el recuerdo, mientras regresa a su casa en Japón, sabemos que se trata de un amor que se truncó, por lo que la historia en sí habla del cómo fue, en qué quedó y de lo que se aprendió, porque como bien dice una frase que leí hace años —olvidé de quién: “Todas las relaciones son, por descarte, un paso de avance en la experiencia”.

La novela pone en una balanza el peso de la realidad y el de las ilusiones, el del dinero y el de los sentimientos.

“En todo sueño siempre hay un momento en el que, pase lo que pase, se revela irremediablemente la verdadera naturaleza de uno mismo”.

He aquí una anécdota de lo desprotegidas que han estado las mujeres frente a los hombres, sin distinción cultural; de cómo se transforman las relaciones, de la peligrosidad de la confianza, de la ambigüedad de los favores.

Narrada con una dureza muy sutil y una crueldad algo extraña, es posible perder la simpatía por su narrador-protagonista y llegar a sentir preferencia por la coprotagonista. Aquí hay material para película.

Se lee en una sentada. Te marca para siempre. Aconsejable al 100 por 100.

Ôgai Mori, seudónimo de Rintaro Mori, nació en la ciudad japonesa de Tsuwano, en la antigua prefectura de Iwami, en 1862. Tras licenciarse en Medicina con diecinueve años, —convirtiéndose así en la persona más joven en graduarse en esta especialidad en Japón— eligió la carrera de oficial médico del ejército. Pronto fue enviado a Europa, y residió en Alemania desde 1884 a 1888, experiencia que le inspiraría uno de sus relatos más conocidos, La bailarina (1890). Fue allí también donde se familiarizó con la literatura occidental. De hecho, Ōgai Mori fue el primer japonés en viajar en el Orient Express.

A su regreso a Japón se entregó a una intensa actividad como traductor de obras literarias occidentales, con tan buen oficio que algunas de sus traducciones (como las de Goethe, Schiller, Ibsen, Andersen o Hauptmann) están consideradas como auténticos clásicos de la literatura japonesa. Su casa, situada en el distrito tokiota de Hongo, donde escribió gran parte de sus obras tempranas, se la alquilaría más tarde al también escritor Natsume Sōseki, que compuso en ella sus primeras novelas, como Soy un gato o Botchan. De hecho, el inmueble, aún hoy en pie, se conoce como La casa del gato.

En 1907 se le reconocieron de manera oficial sus méritos médicos y militares, y Ōgai Mori fue ascendido al cargo de General Médico, el puesto más alto de su rango. Además de La bailarina, Mori escribió algunos de los cuentos más brillantes de la moderna literatura nipona, como El ganso salvaje (1913), El intendente Sansho (1915) y La barca en el Takase (1916). Asimismo, escribió apreciables novelas, como Vita Sexualis (1909). Murió en Tokio en 1922. — (Tomado del libro).

Espero que estas recomendaciones puedan asistir al lector en algún momento de indecisión o, al menos, a motivar el descubrimiento o la revisitación de algunos de estos clásicos.

Gracias siempre por leer.

 

 

 

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