Fabián y el caos

Una memoria histórica no tiene “páginas pasadas”.

Hace unos meses, alguien graduado de Filología, con un tono muy elitista y «culturoso», con la nariz respingada y una manito desdeñosa que espantaba moscas imaginarias como si fuesen malas ideas, me dijo: «Charles Bukowski, Pedro Juan Gutiérrez y Zoé Valdés son unos asquerosos, escritores mediocres, no los soporto». Yo me quedé lelo, en primer lugar porque a los tres autores los admiro sobremanera, porque el Realismo Sucio me fascina y siempre me sorprende, y porque tampoco entendía esa enorme fuente de odio e irrespeto.

Otro amigo cubano que vive en Italia me dijo meses después: «El trabajo de la gente se respeta», en esa ocasión hablábamos de cantantes y gente del mundo de la actuación, pero mi mente ató cabos y no pude evitar rememorar a estos autores irrespetados en aquel diálogo anterior.

Sí, el trabajo de la gente se respeta, más cuando el criticón no ha logrado ni la mitad de la mitad de la mitad de las cosas que han logrado autores de la talla de Bukowski, Gutiérrez y Valdés. Ya un chanchullo entre intelectuales autorizados, probados y sonados son otros cinco pesos, y de ellos se aprende siempre.

No quito que un lector tenga sus preferencias y sus opiniones, yo, por ejemplo, no siento absolutamente nada cuando leo a algunos autores renombrados, con premios importantes y hasta un Nobel, y no por eso los despellejo y enveneno con mi lengua; proyectarme de esa forma no me hará ver más culto, todo le contrario, me hará ver insoportable y autoinsuficiente con algún tipo de complejo de superioridad espanta-gente, en fin, dejo eso ahí para no extenderme e ir a lo que voy.

No es menos cierto que los autores reconcidos del Realismo Sucio saben crear fuertes estados de opinión y mover, remover, agitar… ¿No es eso maravilloso? Escribir algo y hacer que la gente salte, ya sea de gusto o de disgusto, ¡claro que sí! Porque trabajan con la verdad incómoda, con lo crudo, con la realidad que los que buscan «miel y melodías», «adoctrinamiento y sosería» prefieren tapar o no ver. Esos autores se mueven con energía sexual, que es de lo más humano que tiene el ser humano, y que ya bastante hemos machacado en nombre de todo lo supuestamente bueno que siempre hace el mal. —Siento que en este post tendré que darme varios stops para no divagar—.

Todos los países tienen mojones históricos, que es como les llamo yo a esos errores que ensucian la historia, causan vergüenza y repugnancia, y a la vez, atestiguan lo que se ha comido para llegar a soltar semejantes cosas.

Hace años, estando en la universidad, quise hacer un trabajo sobre «El quinquenio gris» y busqué ayuda en el sitio equivocado, una periodista me dijo que para qué hablar de eso, que todo lo que había que decir sobre esa época estaba dicho, que ya las disculpas estaban dadas, que buscara otro tema. No hablaré de la peste a adoctrinamiento, a tapadera y a pendejismo que tenía su impedimenta. Yo en ese momento era medio mongo y me dejaba llevar por gente con cargos, así que cogí miedo a pensar y me fui por algún otro tema soso e intrascendente que hasta yo mismo olvidé, y creo que hasta cogí el tan deseado 5 —¡Bah!—.

Un par de años después —2015— Pedro Juan Gutiérrez publicó con el sello editorial Anagrama Fabián y el caos, precisamente para hablar sobre ese tema del que supuestamente, según la periodista que «me ayudó», todo estaba dicho —¡Chichón no! ¡Chichonazo!— Moraleja, queridos amiguitos: sigan sus corazonadas. Todo eso me ayudó a entender que una memoria histórica no tiene «páginas pasadas», pues aquella señora me había dicho así: «eso es página pasada», y, heme aquí, disintiendo. 

Ahora que lo analizo, entonces, todo sobre el Holocausto está dicho, ¿no? Todo sobre los mambises está dicho, ¿no?, todo sobre la guerra en Vietnam está dicho, ¿no? Mientras haya una voz con una historia, no todo está dicho, todas las personas vivimos los procesos históricos de forma diferente, y todos los testimonios son válidos para construir un todo, para aportar pluralidad y diversidad en la construcción del criterio, para enriquecer… Por eso agradezco tanto este libro de Pedro Juan Gutiérrez, que junto a Antes que anochezca de Reinaldo Arenas, me dió la luz sobre esa etapa que le antecedió a mi generación y que mucha gente que conozco, increíblemente ignora.

Acaba de hablar sobre el libro:

Dicho lo anterior, que es el cómo llegué a esta novela —por suerte también publicada en Cuba por Ediciones Unión en 2017—, te comento sobre el tema de Fabián y el caos:

Dos hombres de dos extremos diferentes que coinciden —fórmula que funciona—, uno es heterosexual y el otro es gay; el heterosexual-sátiro, Pedro Juan, peca de ser un vago, hedonista, un gozador de la vida que odia ser proletario, y Fabián, el gay, un tímido e inseguro, feo y medianamente talentoso en el piano, cuyo mayor pecado es desear a los hombres y provenir de una familia venida a menos por las nacionalizaciones de las empresas y los negocios privados en los inicios de la Revolución. Por estas causas se reencuentran —pues ya se conocían de la escuela secundaria—, en una fábrica de enalatados cárnicos, una especie de trabajo forzado «más leve» que los campos de trabajos forzados de las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), que aquí no te explican o describen muy bien, pero sí presentan como una amenaza, un peligro a la vuelta de la esquina. 

Escrita con dos narradores, uno omnisciente y otro que es Pedro Juan, en primera persona, inicia con una maravillosa historia familiar sobre cómo llegaron los padres de Fabián a Cuba desde España a principios del siglo XX, como tantos otros miles que en la Isla trabajaron incansablemente para lograr prosperidad y estabilidad económica, hasta que todo cambió cuando empezó el socialismo.

Está contada con ese irreverente y chancero estilo de Pedro Juan, que para algunos puritanos y/o elitistas literarios peca de sátiro —en su defecto, vulgar—, yo considero que es un fiel reflejo de lo que veo todos los días en las calles cubanas, incluso me atrevo a decir que el autor se queda corto, pero bueno, narrar con veracidad pura lo que se ve en Cuba crearía un libro en extremo escandaloso y tan vulgar, que o se queda en el rechazo o se eleva hacia las cumbres literarias —encogimiento de hombros—. 

En la historia de este libro se notan los grandes cambios en el modus vivendi de los cubanos, el antes y el después de la Revolución, los sueños de un tiempo y los aterrizajes forzosos del otro, para luego a mitad de la novela, caer en lo que para mí es el peso pesado del libro: el declive de un país en medio de un proceso de cambios importantes y por demasiadas manos oportunistas que se apoyaban en las leyes dictatoriales del comunismo para hacer el mal, más que para construir un «mundo nuevo»:

En esa época no se andaban por las ramas. O trabajabas o te detenían por «lacra social» o algo así y te mandaban para las UMAP, Unidades Militares de Ayuda a la Producción. A trabajar como un burro. Estabas preso pero al mismo tiempo estabas en un limbo legal, porque no te habían hecho un juicio. No había acusación ni condena. Si eras vago, maricón o religioso, te encerraban allí para que te rehabilitaras a través del trabajo. Trabajo y clases de marxismo durante unos cuantos años. Hasta que firmaras un papel asegurando que ya habías cambiado y por tanto no serías de nuevo vago. O maricón o religioso, según por lo que te hubieran encerrado. Parece un poco ingenuo, pero era así.

Cuenta de cómo aquel Congreso de Educación y Cultura definió el nuevo rumbo adoctrinante, kitsch, homofóbico, xenofóbico, comunistoide y dictatorial de la realmente falsa directriz «cultural», que era más bien militar. Narra con acciones —Asquea y avergüenza este capítulo de nuestra historia—: 
 «(…) En aquellos años de la década del setenta (…) hubo una larga racha represiva en la cultura cubana. Le llamaron el Decenio Negro, o el Quinquenio Gris. Durante muchos años le taparon la boca a muchos escritores, editores, cineastas, dramaturgos y artistas. Unos porque eran gays, otros por «conflictivos», otros por «desviación ideológica». Había que hacer libros, películas, teatro, todo patriótico. Bloquearon toda posibilidad de expresión profunda y seria (…) Nunca había visto tanta hipocrecía. Vivíamos inmersos en una obra de teatro del absurdo (…) Aquella pandilla miserable de oportunistas (…) Ellos estaban en la dolce vita y en la gozadera. El sacrificio para los demás.»

Hace un tiempo otro amigo me dijo: «No me gustan las novelas de ficción, prefiero los libros históricos, los ensayos», y yo le dije que las novelas también pueden ser eso. Una novela con tan buenos pilares históricos convierte al lector en ensayista, engrasa los mecanismos del pensamiento y promueve el debate. De ahí que en muchos países —¡ejem!— los escritores y artistas que hablan la verdad sean perseguidos y «acallados», suele pasar en dictaduras, claro. Aunque la censura a Pedro Juan Gutiérrez no fue ni tan duradera ni tan definitiva en Cuba, tema que no toca en este artículo, pues lo haría muy extenso.

Si usted es el tipo de persona que busca evadir la realidad porque no le agrada, o lo crudo porque le sobresalta, este libro y este autor no son para usted, le recomiendo las novelas de Julia Quinn, Danielle Steel, o ver telenovelas turcas, mexicanas, doramas y comedias navideñas, que aclaro, buscan entretener y relajar, algo muy loable y súper necesario, aunque otros, como yo, se relajen con otras cosas, lo cual también está bien.

Fabián y el caos funciona a modo de fábula familiar y social sobre cómo el rechazo genera odio y se reproduce, de cómo la intolerancia, el irrespeto y el machismo no hacen feliz a nadie y solo generan daños.

Tiene sus pespuntes de humor, como es típico en este autor, que es tan cubano y escribe tan a lo barriobajero, y a la vez contiene vuelos líricos, textos filosóficos y críticas al contexto de modo tal que un lector no cubano pueda entender, por eso es que Pedro Juan es un autor de renombre internacional, más allá del hecho de ser vendido por Anagrama como el Bukowski caribeño.

Se apoya en grandes  obras de la música clásica, la literatura y el cine para hablarnos más de los personajes, y a la vez sugerirnos autores y títulos que hasta cita. Yo me apunté para alguna próxima lectura Opiniones de un payaso de Heinrich Böll. 

Como bien dice en la novela: «La humanidad está sentada sobre un trono de sangre y dolor. La historia verdadera nunca se puede conocer a fondo porque siempre hay demasiadas manos manipulando, ocultando, tergiversando los hechos y sobre todo las huellas que dejan los acontecimientos», pero gracias a la literatura, a esos autores auténticos, que apoyan la idea de Ismaíl Kadaré: «Las dictaduras y la literatura auténtica son incompatibles… Un escritor es el enemigo natural de una dictadura«, podemos hoy conocer los otros lados de la historia, las otras voces, también válidas, que componen nuestro pasado, para que entendamos hoy, para no repetir. Pero a veces creo que el cubano, en su atraso tropical, en su aislamiento isleño, sigue como esos trabajadores descritos en la novela: en la chusmería constante, el churre, la mediocridad, la sordidez, el robo, la doble cara, la incultura, el hipersexualismo, en fin, como bien se dice por ahí por eso estamos como estamos.

También, dentro de todo el pesimismo realista de esta historia, hay agazapado algunos mensajes hedonistas, que tanta falta nos hacen todavía, como este: «Hay que reírse y seguir adelante (…) Hay que vivir con amor en el corazón…»

Esta es otra de esas novelas necesarias para entender una parte de la historia de Cuba, para no olvidar… El final es de una crudeza y un nivel de síntesis que me atrevo a comparar con esa otra autora que me fascina; Agota Kristof. 

A librazos: “Claus y Lucas”, crueldad y ternura sintetizadas

Sobre Pedro Juan Gutiérrez, el autor

Bueno, casi todos los cubanos que leen un poco o mucho saben quién es él, he chateado con personas de Argentina que me han dicho, «de Cuba, me encanta Pedro Juan», otro desde España me escribió hace poco cuando en un post dije que yo creía saber dónde él vivía: «Dile que él es el puto amo», y como es usual entre los verdaderamente grandes, muchos compatriotas cuestionan la calidad de sus narraciones, aunque sus libros se sigan vendiendo como pan caliente, ya sea en librerías de segunda mano, en grupos de Telegram, y a veces a precios un poco locos —Hace poco querían cobrarme 1.500 pesos cubanos por este mismo libro, la edición española, no la cubana—.

Aquí reproduzco lo que de él dice Anagrama: «Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas, Cuba, 1950) es reconocido internacionalmente como uno de los escritores más talentosos de la actual narrativa latinoamericana. Su Ciclo de Centro Habana ha sido publicado íntegramente por Anagrama, y ha aparecido en otros idiomas en más de veinte países: Trilogía sucia de La Habana (publicada también en títulos individuales, Anclado en tierra de nadie, Nada que hacer, y Sabor a mí), El Rey de La Habana, Animal Tropical (Premio Alfonso García-Ramos) El insaciable hombre araña y Carne de perro (Premio Narrativa Sur del Mundo). También en Anagrama ha publicado las novelas Nuestro G. G. en La Habana y El nido de la serpiente. Memorias del hijo del heladero. Vive en La Habana y se dedica exclusivamente a la literatura y a la pintura.»

Hay que añadir a esta biografía de autor que Pedro Juan tiene escritos treinta y seis libros, y algunos lectores, como yo, esperamos que saque más.

Muy recomendadas también sus crónicas noveladas en Corazón mestizo, en las que narra sus viajes por Cuba en un tiempo más actual, con sus experiencias, reflexiones y pensamientos de hombre con más edad. 

 

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