Libros cortos para aprovechar lo queda del verano

Para leer en cualquier momento, de una sentada, o dos. 

Para muchos ya es el fin de las vacaciones, para otros el fin de agosto no marca mucha diferencia. Lo cierto es que la etapa veraniega va llegando a su fin y, aunque el calor dice que de verano queda todo menos las vacaciones, quiero recomendarles unos libros cortos que pueden leer en cualquier momento, de una sentada, o dos. 

He aquí mis propuestas: 

Incendios, de Richard Ford

“(…) No dejes que lo que tus padres hagan te decepcione…”: destaco esta frase de Incendios, una novela sobre la entrada en la madurez de un joven cuyos padres están pasando por una crisis económica y de pareja.

Cubierta del libro.

La familia se muda a Montana en 1960, allí el padre imparte lecciones de golf, luego es despedido y tras una leve depresión decide irse a combatir los fuegos que invaden los bosques aledaños al pueblo en el que viven. La madre, una mujer joven y vivaz, harta de la relación con su marido, empieza una relación con el señor Miller, un rico, agradable y cojo empresario, todo delante del hijo, Joe, que es el narrador de la historia, y el que nos hace testigos de su brusco despertar al mundo de los adultos. 

Los diálogos con la madre son imperdibles: “(…) Hay veces en que tienes que hacer algo que no está bien solo para saber que estás vivo…”; “(…) Quizás es bonito saber que tus padres no fueron un día tus padres…”; “A la vida hay que darle cierta intriga (…) La vida no es más que un asunto insignificante (…) Hay que esforzarse por hacerla interesante”: Esas son algunas líneas que fui subrayando, para darles una idea. 

Me gustó mucho que la narración del joven no perdió la voz a medio camino entre la inocencia y la agudeza, así como el carácter de los personajes tan bien construidos; cada uno a su manera y a su vera. 

El autor juega con los incendios que devoran los bosques como un símbolo, y también lanza a las llamas la vergüenza, las frustraciones, los anhelos en stand-by y la rutina, para que ese joven se dé cuenta de que los adultos no tienen idea de cómo ser adultos, y que el amor, de tanto arder se incinera, aunque luego se le saque alguna utilidad a las cenizas.

Yo me sentí identificado, porque soy único hijo; por mi cercanía con mis padres, aunque ellos nunca hayan cometido los errores que cometieron los padres en esta novela. Los hijos también somos los maestros de nuestros progenitores. He aquí una fábula sobre la fuerza de la costumbre, las amplitudes de la soledad y el poder de las pasiones dormidas.

Bonsái, de Alejandro Zambra

Novela corta —según el propio autor: “es una historia liviana que se pone pesada”—, debut literario de Zambra, escrita con un lenguaje sencillo, casi a modo de resumen de lo que pudiera ser una novela más extensa, como el Bonsái, que pudiera ser un árbol más grande, pero no lo es, pues alguien decidió dedicarle tiempo a mantenerlo pequeño.

Cubierta del libro.

La forma en la que sus personajes se entrecruzan aún sin conocerse es algo que te deja pensando en la extraña cercanía que podemos tener con los desconocidos, lo conectados que estamos y lo poco que sabemos, en verdad, de todos y de todo.

La historia va de un joven llamado Julio que miente cuando ama, sin saber por qué, y una joven llamada Emilia que también miente y luego desaparece. Los dos jóvenes están unidos por una obsesión con la literatura, en un mundo que parece cada vez más y más mediocre. Lo que sucede en el intermedio y las reacciones de cada uno a las pérdidas es el quid de la novela que, para muchos lectores, carece de una historia concreta. Julio es el más raro de los personajes, un ermitaño, un misántropo que prefiere quedarse encerrado viendo cómo se desarrolla su Bonsái. 

La forma de narrar de Alejandro Zambra es la verdadera joya que engalana a este libro. 

Las reiteraciones son certeras, la supuesta sencillez que supone la economía de lenguaje que caracteriza a esta obra narrativa esconde una profundidad que deja al lector elucubrando y buscando el paralelismo con las experiencias propias; casi todos hemos pasado por algo que no sabemos contar bien. Los niveles de acidez y dulzura, crudeza y cocción, certeza e intuición están bastante equilibrados. Se lee en una “sentada” y es una belleza latinoamericana con ropitas japonesas. 

Y hablando de Japón, vamos con: 

La llave, de Junichirō Tanizaki

Autor considerado como uno de los más importantes e imprescindibles del género “novela” en Japón, que junto a otros grandes literatos nipones cambiaron el rumbo y la forma de escribir en su país. Su nombre es sucedido por grandes como Ōgai Mori, de quien ya recomendé La bailarina, así como Akutagawa, Kawabata, Mishima y otros. 

Leí La llave en dos horas, totalmente prendado de la novela que en un principio juzgué mal, pues creía que sería sosa y lenta, ¡qué equivocado estaba!

Cubierta del libro.

La narración se apoya en los diarios de sus personajes principales; un hombre y una mujer en edad madura y en plena crisis matrimonial. El tratamiento del sexo y la sexualidad están plasmados de forma exquisita.

Me pasé el ochenta porciento de la novela recordando y reafirmando una frase que leí hace muchos años en un librito titulado El sexo, enigma y encanto de Carlo Fiore: “(…) procura que en tu matrimonio haya siempre algo de misterio…”, cosa que en esta novela se pone de manifiesto en su totalidad.

Hay voyeurismo, fetichismo, sexo en la tercera edad, celos, mentiras que no son tan inciertas y que sí son un tanto piadosas, los extremos amor-odio por los que se columpean los matrimonios añejos, los “encontronazos” con los hijos cuando tienen mucho acceso a la intimidad de los padres, y esa extrema sed de juventud que tiene la mente cuando el cuerpo empieza a perder vigor. Ya al final de la historia tiene dos giros importantes que impiden que te aburras, cosa que dudo que suceda pues colarse en los secretos reales e inventados de este matrimonio es un chisme exquisito diseñado para hacernos entender mejor nuestra naturaleza humana. 

A los que se muestran escépticos con respecto a la literatura japonesa les aconsejo que como ejercicio primario se adentren en la literatura de Junichirō Tanizaki. Mi reverencia ante este autor es de total respeto: lo que ellos conocen como saikeirei.

Seda, de Alessandro Baricco

Novela corta y deliciosa, se lee rápido, más bien: se termina rápido, pero es de un tempo lento, como una cena exquisita en un restaurante tranquilo.

Cubierta del libro.

Emana cierta ternura, a pesar de que tiene algunas imágenes fuertes. Habla de un hombre cuyo negocio era el de la fabricación de seda en el siglo XIX, y de sus aventuras para la búsqueda de los gusanos y los huevos de esos gusanos de la seda, desde Francia hasta un convulso Japón sumido en revueltas, luchas, traficantes, timadores, entre otros peligros.

Discursa en torno al hecho de cómo el que tiene dinero tiene más poder que la persona que gobierna y de las vueltas que da la vida con respecto a lo material, de cómo “el progreso” o el decursar del tiempo cambia las cosas y sus significados, y del arrastre hacia lo superficial y lo sintético al que terminamos sometidos, por muy auténticos que seamos o creamos ser. 

La forma de narrar aquí está empapada de la brevedad y lo compacto de las expresiones japonesas. Repito: es una delicia. Para el lector desacostumbrado a las historias con pocas florituras esta novela le parecerá algo rara. Para mí fue bien refrescante y lírica.  

Tiresias, de Marcel Jouhandeau

Otra novela breve, de la colección Sonrisa vertical de la cual ya he propuesto varias obras, varias veces. En Tiresias, Jouhandeau narra los encuentros fortuitos y frecuentes de su protagonista, un señor de casi sesenta años, asiduo a un prostíbulo donde lo esperan distintos tipos de hombres dispuestos a detonar su espiritualidad, tan propensa a elevarse con los roces carnales. 

Cubierta del libro.

La novela tiene mucho vuelo poético y filosófico, eso la aleja de una mera procesión de anécdotas sexuales y morbosas, —que también tiene—, pero al darles el don de la meditación, la reflexión, el estudio del sentir y el pensar, se eleva la obra.

Cada capítulo tiene el nombre del amante de turno, y, como buen sabio, en cada experiencia exprime su enseñanza, ¿acaso no se trata de eso?

He aquí una muestra de historia que al leerla y luego averiguar sobre su autor, sabes que pasó todo el proceso creativo gritando: C’est moi, o sea, proyectándose en su protagonista, volcando sus experiencias clandestinas en camas ajenas, mientras en casa lo esperaba una esposa tapadera que no lograba taponar el salidero de afectos que al fin y al cabo no le pertenecían: “(…) Rozar permanentemente, evitándolos, los peligros más extremos, eso es vivir…”

Como en el Orlando de Virginia Woolf, el narrador de esta historia siente que de pronto es también mujer, lo cual no acontece del mismo modo que en la novela de Woolf, aquí es un sentimiento, una ambigüedad espiritual que el cuerpo traduce desde la posición del pasivo: “(…) Soy sin duda hombre, pero también mujer. Al mirarme, los hombres sienten sin saberlo una turbación que me transmiten…”

Y para concluir con las proyecciones del autor en su personaje, les dejo esta frase que desde mi contexto leo como una versión del clásico y callejero que me quiten lo bailao:”«(…)Todo lo que me interesa en la vida es ya el placer obtenido. No pediré perdón a nadie por ello”.

Este irreverente personaje se monta en el mito de Tiresias, eterno castigado, trajinado de los Dioses por ver y decir la verdad, por saber y por adivinar, para ofrecernos su historia. 

Espero que alguna de estas cinco propuestas les motive a leer algo pronto. Repito: se van en nada y, sin más nada que añadir, me despido hasta la próxima semana, a ver qué “Librazos” doy. 

 

 

 

 

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