Tres breves y profundas novelas francesas

Obras de autoras aclamadas dentro y fuera de Francia, clásicas y modernas, a pesar de los años que han pasado desde sus primeras ediciones.

Bonjour, queridos lectores. Hoy les propongo tres novelas francesas que me he leído en los últimos meses, pues quiero estar a tono con este Mayo, mes de la cultura francesa en Cuba. 

Las obras que traigo son títulos de autoras aclamadas dentro y fuera de Francia, clásicas y modernas, a pesar de los años que han pasado desde las primeras ediciones de cada una de las obras: La elegancia del erizo, de Muriel Barbery; Buenos días tristeza, de Françoise Sagan; Una muerte dulce, de Claude Tardat. Esta selección se rige por un único criterio, el gentilicio de las novelas.

Así que, Voyageons en France! — lo que viene a ser en español “viajemos a Francia”, sí, con novelas, porque los libros son tickets de viaje, son vuelos, aterrizajes y experiencias turísticas.  

Bon voyage:

La elegancia del erizo, de Muriel Barbery

La novela arranca con un debate casual entre el pensamiento de Marx y La ideología alemana, llevada a cabo entre Renée, portera de un edificio y coprotagonista de esta historia, y un inmaduro heredero de empresas que vive en uno de los lujosos apartamentos de arriba. El debate filosófico y existencialista está desde esa primera página, y es narrado con sencillez, ironía y humor. 

Renée, que tiene una desagradable imagen de sí misma y lee muchísimo, tiene una envidiable cultura— anacrónica para su clase social— y ofrece una visión ácida del mundo que la rodea —típico de la persona que se ha cultivado mucho y ha logrado calcular un poco los mecanismos de su contexto.

Luego se presenta Paloma, una niña de doce años, de padres acomodados, demasiado adelantada y precoz mentalmente. Paloma critica a los adultos y se ha construido una idea de la vida demasiado aterrizada y falta de esperanza:

«Odio esta falsa lucidez de la edad madura. La verdad es que son como todos los demás: chiquillos que no entienden qué les ha ocurrido y que van de duros cuando en realidad tienen ganas de llorar (…) “La vida tiene un sentido que los adultos conocen” es la mentira universal que todos creen por obligación. Cuando una vez adulto, uno comprende que no es cierto, ya es demasiado tarde (…) Hace tiempo que se ha malgastado en actividades estúpidas toda la energía disponible. Ya no le queda a uno más que anestesiarse como puede tratando de enmascarar el hecho de que no le encuentra ningún sentido a la vida, y engaña a sus propios hijos para intentar convencerse mejor a sí mismo».

Paloma es un personaje tan genial que resulta inverosímil, al lector pudiera parecerle un personaje-excusa de la autora para plasmar sus ideales, porque nadie de esa edad se expresa así. Perdonado este fallo, uno se deja arrastrar por el sabor agridulce de la trama. Paloma es una chica rica y superdotada intelectualmente, que se esfuerza por hacer menos de lo que puede para no llamar la atención y ser dejada en paz; ese ostracismo es también fruto de su suprema inteligencia e intelecto —ya lo dijo Charles Bukowski: « La tristeza es causada por la inteligencia. Cuanto más entiendes ciertas cosas, más desearías no comprenderlas».

La parte oscura de este pesimismo o certeza es que Paloma ha decidido suicidarse el día de su décimo tercer cumpleaños. Su discurso, aparentemente falto de optimismo, tiene su lado jocoso, pues esta niña un poco ególatra nos ayuda a reflexionar sobre nuestra propia existencia y resulta divertida a chorros, pues como mismo ella dice: «En estas ideas profundas juego a ser lo que a fin de cuentas soy: una intelectual (que se burla de los demás intelectuales). Este pasatiempo no es siempre muy glorioso pero sí muy recreativo…».

En el libro hay un sutil cambio de tipografía para sus protagonistas, Renée y Paloma, en un juego con el cambio de registros que suponen ambas voces que se alternan para contar la historia desde sus ácidos puntos de vista. 

La vida de estas dos protagonistas va a dar un giro cuando llegue al edificio un personaje japonés, que, si digo más, hago spoiler. Solo puedo decir que la novela está cargada de sarcasmo, tiene algunos giros interesantes, sabe mantenerte motivado a seguir leyendo y se le asoman gentes muy caricaturescas —¿No los hay así en el cine francés igual? Mira las películas de Michel Gondry y Jean-Pierre Jeunet, por solo citar un par.   

A mi entender, lo que más prevalece después de su lectura es el debate con uno mismo a raíz de las conversaciones y pensamientos de los personajes, el estudio de uno mismo y sus motivaciones en la vida dentro de todas las cosas mundanas que nos llegan al cuello. 

Es una historia sobre cómo la apreciación del arte puede ser una vía de escape ante un contexto indeseado, dígase sociedad superficial, mediocridad imperante, exceso de apariencias. 

Aunque parecen personajes pesimistas por sus complejas introspecciones y cuestionamientos filosóficos, en el fondo, el mensaje es de puro hedonismo y va sobre la búsqueda de la belleza y la felicidad en la vida, en un mundo colmado de vulgaridad. 

Hace referencia y reverencia al arte y a la cultura japonesa. Está lleno de frases extraíbles para colmar un cuaderno de citas. Tiene momentos de alto lirismo y el drama está bien equilibrado con lo jocoso. Es una novela entrañable y difícil de olvidar.

Buenos días, tristeza de Françoise Sagan

«(…) ¿Qué buscábamos, sino agradar?» Se cuestiona la protagonista de esta breve novela, Cécile, una joven malcriada que, pegada al padre como por una yunta, decide, por hastío de niña rica, tóxica y antojada, influenciar en la relación de su padre viudo con Anne y Elsa, la primera que fue amiga de su difunta madre, y la segunda que era amante del papá, un bon vivant que ya empieza a entrar en años y cuya personalidad representa a esos ricachones que, hastiados de tanta facilidad en la vida, juegan con las personas. Estos personajes tan antipáticos y medio vacíos empiezan un carrera tramposa de amores retorcidos, y la relación de la hija con el padre tiene sus toques de conflicto edípico. 

Cécile cae en un bucle enfermizo con su enamorado Cyril, a quien no duda en utilizar para sus trampas con Elsa, la ex amante del padre, para así romper la relación de él con Anne en una especie de juego medio inconsciente.

Por momentos vi en Cécile una versión suave, inmadura y medio vacía de la Marquesa de Merteuil, —personaje de la novela de Pierre Choderlos de Laclos Amistades peligrosas—, esa que armaba sus escenas truculentas con tal de salirse con la suya y colocar a las personas a su antojo como si de fichas de ajedrez se tratara, pero, como decimos en Cuba, se cogió el culo con la puerta, porque como bien anuncia el título de la novela, la consciencia —devenida en tristeza por la frustración— se manifestará a raíz de un golpe, fruto de sus actos, y el resto de la historia te la tienes que inventar tú, lector, después del punto final. 

La novela refleja la superficialidad del contexto que describe tan bien, que la acoge como estilo, trama, caracteriza a los personajes y sigue estando en el desenlace. Es una crítica a la superficialidad, y como un performance, puede dejarte creyendo que has leído una obrita menor y bastante sobrevalorada, pero como ya dije, es una novela como un performance

Fanny Rubio la describe en las palabras del libro como un precedente de la literatura erótica, y es cierto, las escenas son sensuales y hasta los desganos tienen ese je ne sais quoi sensual y elegante. 

Fue una lectura corta, 126 páginas, y para nada intrincada. Es uno de estos libros que puedes leerte “para refrescar”. 

Una muerte dulce, de Claude Tardat

Una muerte dulce de Claude Tardat es una novela agridulce, sí, de apenas 142 páginas, sobre una joven obesa que come golosinas compulsivamente, en un acto de rebeldía autodestructiva contra un padre diplomático y una madre hermosa, elegante y delgada que la censura por su apariencia insana y no tiene tiempo para ella (o para la frustración de hija que ella representa). 

A menudo la protagonista y narradora suelta textos medio suicidas como: «¿Bastará un año para que no quepa en un féretro de tamaño habitual?», al ver a otra mujer más gorda siente celos del logro adiposo de la otra, y en sus momentos de autoestudio diagnostica: «todavía no me infundo bastante horror».

Casada con el azúcar y dispuesta a lucir como la estampa de la desidia concluye: «Cierto es que quebrantaré mi salud. Pero fortaleceré mi monstruosidad. En esto se basará mi recompensa».

Curiosamente encuentra un interés romántico en un compañero de clase y ella se propone causarle asco con tal de no ser arrancada de su tranquilidad acolchonada en sus michelines y bultos de grasa: «Producirle repugnancia, hasta el punto de que mis frases le den asco. Si le hablo, será con la boca llena.»

El tempo narrativo me recuerda la forma japonesa, con muchos detalles contemplativos desde la intimidad con respecto a la propia persona, hacia los otros y hacia los objetos.

La protagonista convierte sus diferencias para con una gran mayoría delgada en una especie de estandarte de disidencia hacia los códigos estéticos de la aristocracia a la que pertenece, y hacia los ambientes intelectuales en los que tampoco cabe.

Su desidia corporal —siguiendo yo como lector a un precepto de Yukio Mishima con respecto al tejido adiposo— es también la causa de sus complejos devenidos en desprecio hacia la figura y la actitud ajena y opuesta a la suya: «El cuerpo que se ha de moldear, según los antiguos cánones recobrados de la belleza (…) El cuerpo fachada, el cuerpo ilusión…». 

El vuelo poético que alcanza es realmente hermoso, incluso cuando habla de asuntos tan mundanos que un lenguaje menos elevado pudiera reflejar con más crudeza, pero también hay que entender el alto nivel cultural del personaje. 

La historia es un paseo por los escritos de una mente traumada por el desapego parental, el apego a la figura de la criada y niñera que es evocada en los mitos, cuentos y supersticiones de una cultura ajena, y por la presencia pasada de un hombre al que ella llama “El Español”, cuyos afectos me resultaron ambiguos y cuyo recuerdo perdura. Rechaza el amor del estudiante que tanto insiste en volver a verla, se coloca en el papel de “La bestia” frente a la belleza de este joven que busca entender por qué tanto abandono.

Creo que Tardat ha hecho una novela un poco a lo Marguerite Duras en la que las cosas no dichas tienen un peso trascendental. 

El final se me hizo extraño. El título alude a uno de los tres sabores que existen en el ritual del té de los árabes, pues una de sus degustaciones, la última, es la suave como la muerte, y aquí, en lo último del libro, en la tercera etapa de su vida, como en una degustación árabe de té, ella propone: «La muerte tiene que ser suave como el azúcar».

He aquí un caso de muerte por engullir en demasía una dulzura ficticia que jamás suplantará a la real que ha sido perdida y menospreciada. 

Espero que les agraden y resulten de buen provecho estas novelas de “chapa francesa”, y que no se desmotiven con tanto existencialismo, que, a la postre, siempre ayuda a entender y a entendernos mejor. 

Sigamos celebrando el arte y la cultura, hoy de Francia, y todos los días la de todos los países, porque somos, aunque no lo parezca a veces, ciudadanos del mundo.

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