El Latino: un estadio donde el beisbol es la vida

Fotos: Ricardo López Hevia

Estadio Latinoamericano, domingo 19 de enero de 1986, se decide la XXV Serie Nacional del Beisbol Cubano. Los Industriales llevan 15 años sin ser campeones, Vegueros defiende su corona. Se juega el final del inning 12 de un juego interminable.

Son las 9 y 15 minutos, la pizarra marca dos outs, Rogelio García está que corta. Javier Méndez le dio hit, pero Vargas primero y ahora Medina se toman ponches. La potente voz de la amplificación local anuncia: “Número 40… Agustín Marquetti… primera base” y allí va, caminando despacio, arrastrando el bate, como con desgano.

El Latino abarrotado, se siente como un vapor, mezcla del calor de las luces con la energía que desprenden casi sesenta mil personas, fatigadas ya por tantas emociones. Los Vegueros arrancaron delante desde la tercera entrada en que El señor pelotero Luis Giraldo Casanova y Lázaro Madera le dieron jonrones consecutivos al brazo de hierro azul, Lázaro de la Torre y fue relevado por Despaigne. Hicieron otra, mas la esperanza de Chávez en los Industriales no decayó.

Encendió la chispa Rolando Verde con vuelacercas. Descontamos dos, pero en la siguiente entrada El niño Linares la desapareció por el mismísimo center field, un batazo descomunal. A la carga de nuevo los azules, el máscara Medina la rechina contra la cerca, empuja la tercera, se empata luego el juego. Grandes fildeos, el ambiente caldeado, fuerte encontronazo en home cuando Vargas se tira fuerte y anota la que nos da ventaja; el receptor de Vegueros, Juan Castro, le pone el spike en el pecho a Vargas y se arma la discusión y el público grita enardecido. Se acerca el final, llegamos al noveno, Industriales gana 5 x 4. La agrupación musical por el ala izquierda del graderío celebra a ritmo de conga, la gente baila y grita. Vegueros a su último chance. Metrallazo por el centro del terreno. El empate a segunda. Avanza a tercera, pero cae el segundo out, a uno de la victoria. Algunos se comen las uñas, otros rezan, todos de pie contemplan el final. Rolling entre primera y segunda, Padilla no le llega. Palidecen los rostros, la música se apaga, se empata el juego.

Inning doce. Hombre en primera por los Industriales, Rogelio sigue imponente, acaba de dar un par de ponches. La voz por el altoparlante, gruesa, misteriosa, con el eco que produce su viaje por las bocinas, anuncia: “Número 40… Agustín Marquetti… primera base…”. Se acerca arrastrando el madero, el cuarto bate azul, sereno como siempre. Rogelio, le marca uno, se combinan dos bolas, son las 9 y 20 de la noche. El público palmea dando ánimos, aunque decae cuando cae el segundo strike. El tenedor que ha lanzado Rogelio no se desarrolla plenamente, se le queda un poquito alto. En el instante en que Marquetti comienza a hacer el swing, se hace un silencio increíble, absoluto… retumba como una bomba el ¡Tack! seco que se produce cuando el madero golpea en su centro a la pelota. La pelota se eleva y ruge el graderío, es acaso un segundo el que demora en viajar hasta el público del right center, más allá de los 345, pero parece un tiempo eterno, cual si transcurriera en cámara lenta. Rogelio se queda paralizado, Marquetti se pone las manos en la cabeza, no logra creer que ha dado el jonrón más soñado. No ha caído la pelota cuando la multitud se lanza hacia el terreno. Dobla por primera y se produce un hecho que pasará a la historia del beisbol cubano como una lección de ética: el torpedero del equipo derrotado, Giraldo González, junto a la almohadilla de segunda, estira su cuerpo y la extiende la palma de su mano: es el primero en felicitarlo. Solo pudo Marquetti pisar la segunda base y el terreno ya era un hormiguero alrededor suyo que no lo dejó completar la vuelta al cuadro. Yo no sé cómo salté, fue tal el desenfreno que me vi arrastrado entre amigos hasta el muro, mucho más alto de lo que yo pensaba; el caso es que estaba corriendo por el terreno, todos gritaban, se abrazaban los desconocidos, la locura azul.

Para muchos cubanos ir al Coloso del Cerro o el Latino, es disfrutar de un día irrepetible, que en ocasiones quedan marcados en la vida para siempre. Fue inaugurado en 1946 y el primer juego fue un enfrentamiento entre el capitalino equipo Almendares (del que muchos consideran heredero a los Industriales) y el sureño Cienfuegos. Se dice que asistieron treinta y un mil personas, récord de entonces sin graderío en los jardines. Con el nombre de Gran Estadio de La Habana, fue escenario del beisbol profesional y el inicio de las Series Nacionales.  

Es la sede oficial del equipo de la capital, Industriales, y es el estadio de más rivalidad del país. Por una parte, la ciudad cosmopolita, alberga a muchos habitantes de otras provincias, los cuales se alistan siempre en contra del equipo capitalino, de ahí que los más esperados juegos, especialmente de Industriales contra alguno de los otros grandes del beisbol cubano, Santiago de Cuba, Pinar del Río o Villa Clara, muestren un graderío nítidamente dividido, muchas veces a partes iguales. Por el ala izquierda del graderío, encima del banco de tercera base, los parciales del home club, y por encima de primera los que le van al visitante, lo cual provoca un coreo alternativo de una banda a la otra, según marche el partido.

Hay líderes de público como el ninja oriental que alborota el ala derecha, o la mascota industrialista, el león azul. El más grande los animadores del Latino, fue sin duda alguna, Armandito el Tintorero, personaje popular que tenía su asiento fijo y que se subía encima del banco azul como director de orquesta de la multitud, con una escoba en lugar de batuta, y todo un sistema de señas y voces, a las que el público respondía con perfecta animación. Al morir Armandito el Tintorero nunca más fue ocupado su puesto, ahora se puede apreciar allí una estatua a tamaño natural desde donde anima eternamente a sus Industriales. 

Es el estadio Latinoamericano, el rincón más cubano que existe, allí vibra la nación con su gente de todas las pintas, de todos los oficios, donde cada cual cuelga sus poses o timideces y grita desinhibidamente, ante cada lanzamiento, cada jugada; en el Latino, todo ser humano se trata como viejo conocido, y se entablan las más enconadas discusiones que terminan colectivas, y a veces con dos o tres personas hablando —o más bien, gritándose— al unísono, supuestos argumentos o estadísticas. Con sus carteles, emblemas, consignas por todas partes, es un lugar donde hasta la ropa tiene un significado y se expresa el cubano en todas sus dimensiones, con alta dosis de humor. Así que no se puede pasar por la Isla sin ir al Latinoamericano, ocupar un puesto temprano y esperar a que el público comience los silbidos y abucheos con que, invariablemente, reciben al equipo de árbitros cuando salen al terreno a dar comienzo a la nueva contienda.

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