Yemayá

Desde las costas de la lejana África y en condiciones infrahumanas fueron trasladados a Cuba, en las entrañas de los barcos negreros, hombres, mujeres y niños. Inconscientemente, estos españoles traficantes de esclavos, trasplantaron lo que se cataloga en nuestros días como sincretismo religioso, pues en esos barcos no solo navegaron sus santos católicos de cabecera, sino también transportaron tradiciones, costumbres, psicología, música, religiones, ceremonias, leyendas y orishas, tristemente arrancados de lo más intrincado de las selvas africanas, y que hoy forman parte inseparable de nuestra nacionalidad.

Entre estos orishas arribó Yemayá, deidad procedente de la zona de Oyó y Abeokuta, en el territorio de Nupe, África. Considerada madre de la vida y de los demás orishas. Es la dueña de todas las aguas y su representación máxima es el mar, fuente fundamental de la existencia. Simboliza el principio y la dinámica de la vida; la renovación y la purificación son sus propiedades divinas. Protectora de todas las enfermedades relativas al vientre y las que impliquen daño o muerte a través del agua, dulce o salada, la lluvia o la humedad.

Una de sus leyendas cuenta, que al principio de todo, aquí abajo solo había fuego y rocas ardientes; entonces Olofi, el Todopoderoso, quiso que el mundo existiera y convirtió el vapor de las llamas en nubes y, de ellas, cayó la lluvia que apagó el fuego y tendió entre los huecos enormes de las rocas, a Yemayá, madre de las aguas, para que trazara venas a la tierra y la vida se propagara. Acostada en toda su inmensidad y arropada por la soledad, Yemayá exclamó: «Ibí bayán odu mi: Me duele el vientre», y de sus entrañas nacieron los ríos, los orishas y todo lo que alienta y vive sobre esta tierra.

En Cuba, Yemayá está sincretizada con la Virgen de Regla, Patrona de la Bahía y el puerto de La Habana. Cuentan que en fecha tan lejana como 1690, se erigió en el caserío de Regla, en terrenos del ingenio Guaicamar, un bohío que cobijaba una imagen pintada de la Virgen de la Regla de San Agustín. Dos años después, el bohío fue arrasado por una tormenta y, más tarde, Juan Martín de Coyendo, un hombre piadoso y modesto, se dio a construir con sus propias manos —y la ayuda económica de Don Alonso Sánchez Cabello, comerciante habanero— una ermita de mampostería que quedó terminada en 1664, en momentos en que llegaba a La Habana una nueva imagen de la Virgen, traída por el sargento mayor, Don Pedro de Aranda. La instalaron en la ermita y allí fue objeto de mucha devoción. El 23 de diciembre de 1714 la Virgen quedó proclamada Patrona de la Bahía y sus fiestas fueron tradicionalmente muy populares entre todas las clases sociales: blancos, nobles y negros esclavos —liberados por unos días— bebían aguardiente y presenciaban peleas de gallos e inesperadas corridas de toros. En el aire repicaban alegres villancicos a la dulce María, pero también profundos toques de tambores batá que evocaban a Yemayá, la poderosa, la otra madre. Para los cubanos, esta sincretización resultó natural, pues la Virgen es la madre de Dios, viste de azul y blanco, y su ermita se encuentra enclavada a las orillas de Regla, y para adorarla, los seguidores de las religiones de origen africano deben cruzar el mar donde tiene su morada Yemayá, la poderosa madre, la misericordiosa reina del mar.

Para muchos investigadores Yemayá posee diversos caminos, y estos caminos de complejidad y riqueza, hacen referencia a los múltiples desdoblamientos de la personalidad de esta orisha y algunos de ellos son: Yemayá Awoyó: la de cabellos de plata que pare a la laguna; Yemayá Akuara: la que vive entre dos aguas, en la confluencia del río y protege a los enfermos; Yemayá Okuté: dueña de los corales y las madreperlas, se aparece en los arrecifes de la costa y es la portera de Olokun (el océano); Yemayá Asesú: es la mensajera de Olokun y aunque vive en las aguas turbias, suele manifestarse al romper de las olas; Yemayá Mayalewo, habita en la mar profunda color azul añil, donde convergen las siete corrientes marinas y a la entrada de la bahía; Yemayá Okotó: se encuentra en mar de fondo rojizo de costa, donde hay conchas y preside los combates navales; Yemayá Ibú Akinomi: vive en la cúspide de las olas y es la que pone a temblar el mundo cuando enfurece; Yemayá Konlá, es la espuma, es la que construye y vive en las hélices de los barcos; Yemayá Ibú Ilowo: es la dueña del dinero que hay en el mar; Yemayá Oggún Ayipo: vive sobre la arena, tiene senos grandes y hace parir a las mujeres maduras; Yemayá Oggún Asomi: permanece en la superficie del mar y le gustan mucho los pantanos; Yemayá Ibú Gunle: madre de Ondina (la ballena) y es representada por el sedimento del mar que se asienta en los arrecifes; Yemayá Ibu Tinibú: es el mar revuelto que se adora; Yemayá Ashaba: le llaman la capitana del barco, la dueña de las lanchas y la consideran “la mayor de las Santas, porque le dio vida a las criaturas, que nacen y mueren como la luna; Yemayá Ataremawa: es la dueña de los tesoros del mar; Yemayá Ibu Agana: vive en las profundidades del mar, en los abismos entre los arrecifes, no en la superficie y es la Yemayá que hace llover.

En las casas cubanas Yemayá habita en una sopera, tinaja o receptáculo blanco, coloreado de azul en todas sus tonalidades, donde irán sus atributos y las herramientas. Sobre el receptáculo sus hijos le colocan, a veces, las siete manillas entrelazadas o su corona. Entre sus atributos se encuentran: una luna llena (procreación), un ancla (esperanza), dos remos (destino), un bote (protección), una llave (autoridad), estos objetos elaborados en plata, acero, lata o plomo, un agogó, acheré o maraca, que se utiliza para llamarla y alabarla, y un abanico con varillaje de nácar y oro, adornado con cuentas y caracoles como símbolo de su realeza. Todos estos atributos son adornados con patos, peces, redes, estrellas, caballitos de mar, conchas y, en miniatura, todo lo relativo al mar.

Se dice que Yemayá es de carácter indomable y justiciero, astuta, protectora y muy trabajadora. Sus hijos son cariñosos, voluntariosos, fuertes y rigurosos; en ocasiones son impetuosos y arrogantes. Les gusta poner a prueba a sus amistades, se resienten de las ofensas y nunca las olvidan, aunque las perdonen. Aman el lujo y la magnificencia. Son justos, aunque un tanto formulistas, porque tienen un innato sentido de las jerarquías. El nombre de Yemayá no debe ser pronunciado por sus adoradores, sin antes reverenciarla tocando la tierra con las yemas de los dedos y besar en ellos la huella del polvo; y antes de entrar en sus predios, el mar, sus hijos deben persignarse para que ella los ampare y proteja en la inmensidad de su poderío.

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