El rostro de los días: buenas, regulares y peores actuaciones (+Podcast)

En esta nueva sección del Canal Digital OnCuba, el periodista y crítico de cine y televisión Joel del Río, nos presenta su opinión de los audiovisuales contemporáneos que centran el debate en los espectadores cubanos.

La pereza intelectual a la cual somos todos proclives, inclinados al entretenimiento evasivo, en tiempos de pandemia y crisis económica, nos ha llevado también a hiperbolizar los significados y las polémicas que puede suscitar la telenovela. El rostro de los días mantuvo en vilo a buena parte de los cubanos con una combinación de melodrama clásico y drama realista en torno a temas tan complicados como la maternidad frustrada, la paternidad responsable y, sobre todo, el abuso sexual en el ámbito familiar.

Durante varios días los televidentes, incluidos numerosos jóvenes que suelen ser mucho más asiduos al Paquete, y a las series norteamericanas, decidieron mantenerse atentos a la telenovela cubana, un fenómeno de audiencia bastante raro en la última década, para enterarse de las posibles revelaciones de Lía, una adolescente violada por el padrastro, y abocada al imperativo de interrumpir el embarazo.

Independientemente de aciertos y desaciertos dramatúrgicos, y aparte del tratamiento somero o laxo de los temas mencionados, interminables polémicas en los foros de internet prefirieron concentrarse en la discusión sobre la habilidad o torpeza de tal actor o actriz para definir coherentemente el personaje asignado y explorar subjetividades y significados. Entre los cuestionados o defendidos se encontraban consagrados como Daisy Granados y noveles como Roberto Espinosa y Roxana Broche, quien tuvo a su cargo el papel protagónico: la médica Mariana, una de las mujeres abnegadas que presentaba el guion.

Roxana Broche, Niu Ventura Bring y Gabriela Griffith. Foto: Alma Mater

Los problemas evidentes en la dirección de actores en El rostro de los días se relacionan, creo yo, con la escasa comprensión de los diferentes registros histriónicos que conllevan el melodrama (de sobreactuaciones y exageraciones), y la parsimonia del drama social (con aspiraciones de reflejo sociológico). La colisión entre ambos registros, y la incoherencia entre el tono desmelenado y estridente de un género, y el más verosímil y contenido del otro, provocó algunos de los desaguisados perceptibles en el plano histriónico de la telenovela de turno.

El talento de Daisy Granados nunca ha estado ni estará bajo discusión. Es una actriz capaz de sumergirse en el personaje, y sobran los ejemplos, sobre todo cuando encuentra un margen para colocar su personal expresividad, capacidad de improvisación y carisma personal. Es más difícil para ella, como era el caso, cuando topa con parlamentos rígidos y larguísimos, y un personaje de malvada concebido desde el esquema de la frustración, el resentimiento y la culpa. Además, le tocó trabajar frecuentemente con José M. Carassou, actor de Teatro Escambray, con nula experiencia televisiva, de modo que su destemplanza verbal y gestual lastró casi todas las escenas que hicieron juntos.

Daisy Granados, Alicia Hechavarría y Denys Ramos, Foto: ICRT

No creo que Roxana Broche disponía de la madurez suficiente para hacer un protagónico complejo como el que le entregaron. Su personaje, la doctora que asume consagradamente su trabajo en un hogar materno para gestantes con problemas de riesgo, enfrenta una lista asombrosa de conflictos (la infidelidad de su pareja, la maternidad frustrada, el abandono de su madre biológica, la mentira de sus padres adoptivos) que la actriz asumió con una cierta frialdad, o distancia, como si quisiera mantener una clave baja, distanciada, y evitara darse por completo, para colocarse así en una zona de confort en la cual se mantenía a salvo nunca hubo desatinos ni tampoco accedió a la excepcionalidad.

Parte del staff de El rostro de los días. Foto: Página de facebook de la novela.

En torno a la doctora protagonista, en el núcleo principal de la historia, alternaron los personajes que hicieron actores de larga trayectoria como Tamara Morales, Yasmín Gómez, Nancy González, Rubén Breña, Obelia Blanco y Tamara Castellanos. Algunos de ellos optaron por la sobreactuación injustificada, o recurrieron a los mohines y gestos gratuitos, porque existen decenas de recursos para enfatizar lo que dice un personaje además de acompañar las frases con incesantes inclinaciones de cabeza, moviendo las manos como si se estuviera declamando en un matutino de primaria, o agitando los ojos, como asustados, en una u otra dirección. Adecuados y precisos, Fernando Hechavarría y Luisa María Jiménez se refugiaron en su incombustible profesionalidad, mientras que Erdwin Fernández destacó particularmente en un papel cuyos embrollados rebordes fueron advertidos, y explotados inteligentemente, por el actor.

En el grupo de los más jóvenes, destacó Liliana Sosa en el papel de Lía (la muchacha cuya inocencia es interrumpida por la violación y el embarazo precoz) por su capacidad para conferirle rostro y gestos creíbles a la adolescencia victimizada. A pesar de que la actriz estuvo, a veces, más o menos concentrada en proyectar un sufrimiento tal vez demasiado dilatado por el guion, su desempeño alcanzó un nivel de verosimilitud que ni siquiera tocaron algunos de sus compañeros de escena.

Liliana Sosa interpreta a Lía. Foto: Medium

Entre los personajes masculinos, uno de los principales se encomendó a Denys Ramos, pues Fabián se consagra a su trabajo, es un padre soltero tan virtuoso que se acerca a la imagen del hombre idealizado, y tal santificación fue interpretada por el actor a través de poses extáticas y miradas perdidas. Ramos reduce todos los estados de ánimo del personaje a cierta estandarización gestual que logra comunicar, sobre todo, la ira y la tristeza, de modo que siempre repite similares modos básicas de expresión antes las más disímiles emociones que reclama cada papel.

En el acápite de los mejores desempeños se encuentra el de Roberto Espinosa, en el papel de Machi, el violador. El actor, que ha entrado con el pie derecho en el mundo de las telenovelas, deberá tal vez observar cierta facilidad innata para proyectar físicamente sus personajes, desde lo exterior, y profundizar en la expresión de motivaciones sicológicas y estados de ánimo.

Roberto Espinosa, Liliana Sosa y Rodrigo Gil Echenique (Saúl). Foto: Bohemia

Yia Caamaño ofreció nuevos garantías de su versatilidad y amplia tesitura, por emplear un término musical que se adecua a su capacidad para proyectar su personaje en tonos más graves o más ligeros según sea preciso. Hay que ver cómo la actriz le regala a cada personaje diferentes maneras de hablar y de moverse, además de tratar de encontrar acciones físicas con las cuales acompañar sus parlamentos, de modo que se mantiene todo el tiempo en personaje, y así estimula la imaginación del auditorio, justo cuando muchos de sus compañeros de escena simplemente aguardan, inexpresivos, porque les llegue el turno de lanzar el texto, bien aprendido, pero apenas interiorizado.

Yia Caamaño: “Ser actriz era lo único que quería en la vida”

Siempre notable, o sobresaliente, Alicia Hechavarría deberá cuidarse del encasillamiento en papeles de muchachas nobles y espirituales, pues si ahora llegaron a encomendarle incluso el regreso desde el más allá, para intervenir beatíficamente en el destino de los vivos, es imposible adivinar hasta dónde puede llegar este afán de santificación en torno a una actriz que pudiera ser víctima de una imagen física donde prima la delicadeza y la claridad.

Liliana Sosa y  Rodrigo Gil Echenique. Foto: Alma Mater

Los numerosos problemas de las actuaciones en El rostro de los días se relacionan aproximadamente con el talento individual de cada histrión, pero tienen que ver, sobre todo, con el decrecimiento de la producción audiovisual, sobre todo en cuanto a los dramatizados de cine y televisión, de modo que los actores y actrices cuentan con escasas oportunidades para probar su capacidad, capacidad para crear una semblanza que parezca real, y la versatilidad de transitar por varios tipos de personajes totalmente diversos.

Tampoco se puede negar la sostenida emigración hacia otros países, y así nuestros medios han perdido decenas de notables intérpretes, casi todos formados en las escuelas de arte cubanas, y cuyos arrestos enaltecen hoy por hoy las telenovelas colombianas, las series españolas e incluso el cine norteamericano. Tal vez en algún momento futuro, los dramatizados cubanos lleguen a ser tan motivadores y prestigiosos como para atraer a nuestros más experimentados histriones, vivan donde vivan. Mientras tanto, seguimos atentos a los que se quedaron y a los que regresan. Entre ellos  abunda el talento, y los deseos de hacer un buen trabajo, aunque no siempre sea posible.

El rostro de los días: buenas, regulares y peores actuaciones

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Joel del Río es periodista, crítico de arte y profesor. Trabaja como periodista en el ICAIC y en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de Cuba, en San Antonio de los Baños, donde también ejerce como profesor de los talleres de géneros cinematográficos e Historia del Cine Latinoamericano. 

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