El Prado es, sin duda, uno de los lugares emblemáticos de La Habana. Su espacioso paseo, con sus bancos de mármol, sus farolas y sus icónicos leones de bronce, es un sitio habitual de encuentro y reposo, de esparcimiento y de mercadería y otros intercambios citadinos.
Por el Prado desfilan cada día numerosos lugareños y turistas. Confluyen lo mismo jóvenes que ancianos, personas que se cobijan del sol y el fragor del día, parejas que buscan un momento de soledad —aun a la vista de muchos—, personas que intentan vender o permutar sus casas, y vecinos que asumen el lugar como parte de su entorno, de su cotidianidad.
El paseo es un lugar frecuentado por artesanos, creadores que ofrecen sus pinturas, tallas, textiles y otras obras a visitantes extranjeros y transeúntes locales. Como lo es por niños y adolescentes que lo desandan de un lado a otro, que lo desbordan con sus juegos y carreras, lo mismo a pie que en patinetas.
Toda esta actividad ha vuelto, para bien, tras el impasse de la pandemia. Entonces, sobre todo en los momentos más críticos, desaparecieron los turistas y los caminantes despreocupados, los enamorados silenciosos y los niños con su bullicio y sus travesuras. Pero poco a poco todo ha ido regresando a la normalidad.
Frontera urbana entre Centro Habana y La Habana Vieja, el Prado, sin embargo, es más que su icónico paseo. Se trata en realidad de una extensa avenida de 2 kilómetros de largo, construida a fines del siglo XVIII y transformada varias veces a lo largo de su historia.
Aunque el paseo resulte su rostro más reconocible, la arteria en realidad comienza antes, en la Fuente de la India y frente al céntrico Parque de la Fraternidad, y se extiende hasta el Malecón habanero, pasando por la explanada del Capitolio y el Parque Central, con su monumental escultura de José Martí.
Su entorno incluye edificios únicos de la capital cubana, como el Capitolio y el Gran Teatro de La Habana, y hoteles como el Inglaterra, el siniestrado Saratoga, el Parque Central y el lujoso Grand Packard. Además, en sus alrededores se ubican monumentos, fortificaciones coloniales, escuelas, negocios e instituciones; lugares cotidianos para los paseantes, pero de raigambre histórica muchas veces olvidada, inadvertida.
A varios de ellos nos propone acercanos nuestro fotorreportero Otmaro Rodríguez. Sus imágenes ofrecen una mirada contemporánea a este lugar único de la capital y confirman la vida que lo arropa y los valores, no todos igual de conocidos y conservados, que lo engrandecen.