La pelota salta de un hombro a un antebrazo de un jugador, y de este a la cadera de un segundo atleta, que evita con un rápido gesto que caiga en sus pies y la devuelve con destreza a su compañero de equipo ante la mirada atenta de sus rivales y el público.
Los jugadores no visten de short y camiseta ni golpean la pelota en una cancha de fútbol. Usan una falda tejida, pechera, cinturones y protectores de cuero para las muñecas y tobillos, y llevan el rostro pintado con motivos zoológicos o geométricos. Su objetivo no es introducir la pelota de caucho en una portería, sino lograr que pase por un aro situado en una superficie vertical.
Es un partido de Pelota Maya, un juego milenario de la región de mesoamérica conocido como “pokolpok” –“tlachtli” para los aztecas– que simboliza la lucha entre las fuerzas opuestas del universo, entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad. Pero no se juega en la antigua Chichén-Itzá ni en la contemporánea ciudad de Guatemala, sino en el Jardín Las Carolinas, en el centro histórico de La Habana.
El juego, celebrado la semana pasada, fue el primero de su tipo en Cuba y fue seguido de otro en la central ciudad de Santa Clara. De esta forma, la Isla se convirtió en el noveno país que acoge un partido de este deporte ancestral, cuya práctica se remonta a más de mil años antes de nuestra era y que fuera declarado Patrimonio Cultural Intangible de Guatemala.
Precisamente, su realización en la capital cubana fue organizado por la Embajada guatemalteca en Cuba, de conjunto con el Ministerio de Cultura cubano y la Oficina del Historiador de La Habana, como parte de los festejos por los 500 años de la urbe habanera y del Proyecto del Juego de Pelota Maya impulsado por las autoridades del país centroamericano.
El partido, escenificado en el jardín que integra la sede de la compañía Danza Teatro Retazos, contó con la presencia del vicecanciller de Guatemala, Jairo Estrada; del embajador de esa nación en la Isla, Iván Espinosa, y del viceministro de Relaciones Exteriores cubano, Rogelio Sierra; además de otras autoridades y de un público –en el que hubo no pocos niños– que observó con asombro el desempeño de los singulares jugadores.
Antes, los propios jugadores protagonizaron una ceremonia, en la que, en lengua maya, solicitaron permiso a los dioses para realizar el juego en armonía y poder obtener la victoria. Finalmente, la pelota pasó por el aro vertical y triunfadores y derrotados celebraron sin temor a los sacrificios humanos, que, según algunos investigadores, podían acompañar el final de estos partidos.
