“Maleldo Festival”: un Viernes Santo sangriento con el futuro asegurado

En un pequeño promontorio hay tres cruces en las que serán clavadas varias personas bajo el abrasador sol del mediodía. Ahí van los penitentes, es su meta, hasta ahí llega su calvario, de ahí esperan bajar libres de pecados.

Lo primero que uno siente es el sonido del bambú golpeando la carne, lo segundo es el olor, ocre y penetrante de la sangre, y lo tercero es ver la carne rota, las espaldas descarnadas, enrojecidas y sangrantes de los penitentes que se flagelan mientras recorren encapuchados las calles de San Fernando de Pampanga, 100 kilómetros al norte de Manila.

Es el “Maleldo Festival”, el sangriento Viernes Santo en el que cientos de filipinos laceran sus carnes en busca de redención y perdón por sus pecados. Maleldo es la palabra usada en Kapampangan, una de las muchas lenguas locales de Filipinas, para denominar la Semana Santa.

Desde la madrugada están en la calle los penitentes. Algunos se arrastran por las polvorientas calles, otros cargan pesadas cruces y la mayoría se autoflagela con látigos que en su punta llevan un mazo de varas de bambú. También están los curiosos y los turistas, más de 20 000 en la edición del año pasado. Si se suma, esto nos da un montón de gente que abarrota las estrechas callejuelas del lugar y es la alegría de los pequeños comerciantes que ese día hacen su agosto.

Todos se dirigen al barrio San Pedro Cutud, donde en un pequeño promontorio —una suerte de Gólgota asiático—, hay tres cruces en las que serán clavadas varias personas bajo el abrasador sol del mediodía. Ahí van los penitentes, es su meta, hasta ahí llega su calvario, de ahí esperan bajar libres de pecados.

Mientras, grupos de vecinos vestidos con lo que creemos que era la moda en tiempos de Jesús representan el Vía Crucis. Son varias representaciones, cada vecindad hace la suya. Un vecino que arrastra una gran cruz representa al Mesías, otros van de soldados romanos. Están el tal Poncio Pilatos, Magdalena y muchos más. Casi todos gritan, golpean y ofenden al hijo de Dios, mientras disimulan sus risas de malos actores. Las mujeres no, ellas lloran desconsoladamente, su llanto es real, ellas no fingen.

Filipinas es el país más católico de Asia. Tres siglos de colonización española dejaron una fe que aún sigue intacta, firme, profesada por más del 80 % de una población de 108 millones de personas.

Los «Ritos de la Cuaresma Cutud», surgidos en la década del 50 del pasado siglo, han sido inscriptos en el inventario del patrimonio cultural inmaterial de Filipinas y están propuestos para ser incluidos en la lista de patrimonio inmaterial de la UNESCO. A pesar de eso, la Iglesia católica local intenta desalentar estas prácticas, que considera expresiones fanáticas y supersticiosas del catolicismo popular y autolesiones contrarias a sus enseñanzas sobre el cuerpo.

Sobre el mediodía empieza el plato fuerte del Maleldo. Bajo un sol de justicia, duro, implacable, llega el Vía Crucis “oficial” con los primeros Jesuses que serán crucificados. Lo encabeza, arrastrando su cruz y rodeado de falsos romanos, Ruben Enaje, el Jesucristo de Pampanga, adorador del Jesús original y del Che Guevara, quien ha sido clavado en la cruz durante 34 años consecutivos y ha confesado estar ya cansado y necesitado de un relevo. Este año Enaje tuvo un descanso; las celebraciones de Semana Santa fueron suspendidas por causa de la pandemia de COVID-19.

Las crucifixiones no son tan sangrientas como parecen a primera vista, tienen ya algo de show turístico. La tecnología se impone: los que suben a la cruz llevan micrófonos inalámbricos para que la multitud pueda escuchar bien sus alaridos de dolor. Los romanos llevan aerosoles de alcohol y los clavos, que son reales, han sido esterilizados. Enaje y otros dos penitentes anónimos son atados a las cruces. Esas ataduras son las que realmente los sostienen. Luego son clavados, pero de forma que el clavo no atraviese la mano. Los del martillo son unos maestros: saben lo suyo y perforan de un solo lado, vamos, que meten solo la puntica. Así y todo, debe ser muy doloroso y los tres hombres gritan como bestias.

Luego de unos minutos, supongo que suficientes para que Dios, allá en las alturas, reinicie el sistema y queden libres de pecados, son bajados de las cruces y llevados a una enfermería donde curan sus manos.

Después vienen otros y otros más. El show mediático dura una hora más o menos, aunque bajo el sol filipino parecen siglos. Cuando bajan al último crucificado, la gente se retira. Todos buscan algo de sombra y algo de beber.

Entretanto, los penitentes siguen todo el día arrastrándose o caminando mientras se azotan. Esos se pegan duro… es lo más sangriento de la jornada. Al empezar su calvario, se hacen heridas en la espalda con navajas de hielo, cuchillas Gillette o lo que encuentren. Luego se van golpeando con los látigos de bambú para que las heridas no cierren y la sangre brote abundante. Pueden pasar horas en eso, muchos de ellos bebiendo ron a lo bestia para mitigar el dolor.

He visto a algún hombre cargar una cruz mientras sus hijos pequeños le golpeaban con varas de bambú la espalda ensangrentada. Los niños participan del sangriento “Maleldo Festival” como del más inocente de sus juegos. Es parte de su vida, de su rutina. Esos niños que hoy azotan a su padre serán los penitentes del mañana. La sangrienta celebración de Semana Santa tiene el futuro asegurado en Filipinas.

Salir de la versión móvil