Crónica fotográfica a un año con nasobuco

Al completar un año de convivir con el coronavirus, el nasobuco se ha vuelto una pieza imprescindible en nuestras cotidianidades.

Foto: Kaloian Santos Cabrera.

Siempre que salgo de casa me aseguro de llevar conmigo la billetera con dinero y mis documentos, confirmo que tengo las llaves y que las ventanas de la casa están cerradas, por si llueve. Desde hace un año, a esa rutina diaria incorporé enfocar mi mirada hacia el cordel en el ventanal para constatar que cuelga al aire libre algún nasobuco desinfectado, que lavo con agua y jabón la noche anterior y me acompaña cuando, minutos antes de sobrepasar el umbral de mi puerta hacia el mundo exterior, me rocío con alcohol. 

Desde que apareció la COVID-19 esa mascarilla, que se conoce como “barbijo” en Argentina y Bolivia; como “tapaboca” o “cubreboca” en México; como “nasobuco” en Cuba; como “headscarf” o “face mask” en países de habla inglesa; como “sottogola” en Italia o como “xiàbā” en China, se volvió omnipresente en nuestras vidas.

Por cierto, fonéticamente “nasobuco” me suena una palabra tremebunda. Mas, aunque la Real Academia de la Lengua Española (RAE) aún no ha fichado ese neologismo cubano, la considero la manera más acertada de referirse a esa tela con bandas elásticas que, usada correctamente, tapa la nariz y la boca de quien la usa. 

Dígase como se diga, en esencia todos sabemos a qué nos referimos porque se ha convertido en una prenda primordial que llegó para quedarse. Incluso, ahora que la gente va por la calle con el rostro semicubierto, podemos interpretar algunos de sus rasgos identitarios a partir de la estampa y diseño de su barbijo. 

Es más, hay quienes han tenido sobre el nasobuco una mirada hasta futurista. En agosto de 2020 un pequeño emprendimiento japonés que firma como Donut Robotics lanzó un barbijo inteligente asociado a una aplicación llamada “C-Face Smart”, ambos diseñados para la comunicación. El producto puede amplificar la voz de quien lo usa, transcribir dictados en el celular y, lo más llamativo, traducir a ocho idiomas los parlamentos de quien habla.

Del mismo modo, el tapabocas ha sido protagonista de gran parte de las humoradas alrededor del tema pandemia. Una amiga dice que, además de protegerse del virus, lo bueno de andar con barbijo por la calle es que puede hablar sola y nadie se da cuenta de que “le falta un tornillo”. 

Por otro lado, hemos visto una oleada de memes en los que hasta La Mona Lisa anda con mascarilla. Otra de las imágenes que me hizo estallar de la risa en medio de tanta desgracia es una caricatura de William Shakespeare con tapabocas mientras un cartel parodiaba la famosa línea de un soliloquio de su célebre obra Hamlet: “Gel o no gel, esa es la cuestión”.

En lo particular, y después de un año de usar barbijo como complemento habitual de mis ropas, creo que podría hasta salir a la calle sin calzoncillos pero, sin esa mascarilla, nunca. Incorporar el nasobuco a la rutina ha sido un proceso disruptivo. Tal fue la magnitud del impacto que en el presente, cuando salgo, si no lo traigo, me siento más desnudo que si no llevara ropa interior. Entonces, vuelvo sobre mis pasos a buscar el bendito nasobuco.

Esa sensación quizás se deba al fuerte impacto que ha tenido en nuestras cotidianidades convivir con el virus.  

En marzo, pero de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunciaba el alcance del nuevo coronavirus como una pandemia. Entre las medidas sanitarias anunciadas en aquel momento proponían usar el nasobuco, y en la mayoría de los países declararon su uso como obligatorio.

En aquel mes en el que vertiginosamente el mundo se detuvo se reportaron casos de infectados en 114 países y miles de muertes a nivel global. Doce meses después, mientras escribo esta columna, han fallecido más de 2 millones de personas alrededor del planeta por la pandemia de COVID-19, que tuvo su foco inicial en China a finales de 2019.

Aunque ahora contamos con varias vacunas y candidatos vacunales en fases de experimentación, la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) ya alertó que en 2021 no se logrará la inmunidad colectiva capaz de neutralizar “al bicho”. 

¿Cómo no voy a sentirme más indefenso por no llevar cubiertas las vías respiratorias que por pensar en la posibilidad de estar semi desnudo?

Autorretrato (Kaloian Santos Cabrera).

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