El mundo de Gallo en Alamar

“Barbero de oficio, periodista de profesión, soñador por naturaleza y optimista por convicción.”

Foto: Kaloian.

Cada vez que me recorto mi escasa barba y el bigote me acuerdo de Héctor Pascual Gallo Portieles, uno de los seres humanos más sabios, entrañables e inspiradores con los que me he cruzado en mi vida. La remembranza me vienen porque uso una tijerita hermosa que me regaló hace quince años, cuando yo era aún más imberbe.

A Gallo lo conocí a comienzos de este siglo, cuando yo comenzaba a desandar de mochilero por Cuba, cámara en mano. Me lo presentó su nieta Rosibel quien, a su vez, fue una de las personas que me enseñó a manejar una cámara al tiempo que leíamos a Eduardo Galeano a orillas del río Jaguaní, en medio del Parque Nacional Alejandro de Humboldt, en el oriente cubano.

Foto: Kaloian.

La historia de Gallo es fascinante. Compartir con él y su compañera Emilia (a la que, si mal no recuerdo, le decía cariñosamente “mi novia” o “mami”); escuchar sus historias; presenciar sus miradas y gestos cómplices, es un recuerdo indeleble de amor que conservo.

A pesar de los años uno de las escenas más presentes y que puedo recitar de memoria es cómo se presentaba este hombre de barba y cabellera blanca; ataviado con de caracoles, collares, colmillos y un bastón: “Barbero de oficio, periodista de profesión, soñador por naturaleza y optimista por convicción”, soltaba Gallo con una gran sonrisa.

Foto: Kaloian.

Lo de barbero lo ejerció desde adolescente, para subsistir económicamente allá por la primera mitad del siglo pasado, en su Campo Florido natal. Por eso siempre andaba con una tijerita en su equipaje. Como estaba obligado a trabajar apenas asistió a la escuela. Pero su curiosidad lo llevó a fascinarse por lecturas varias y armarse un sin fin de referencias que le brindaron conocimientos y herramientas intelectuales. Y pasado el tiempo, con los primeros años de la Revolución, se convirtió en periodista y también en diplomático.

A sus 66 años y tras viajar y trabajar durante décadas por una treintena de países, llegó la hora de jubilarse para Gallo.

Foto: Kaloian.

Cuando lo conocí transcurrían los duros años noventas en Cuba, conocidos como Periodo Especial y las escaseces de todo tipo comenzaron a ser cotidianas. Así que Gallo y Emilia con sus dos hijos tuvieron que ajustarse y dejar el caserón en el que vivían en un lindo y céntrico barrio de La Habana para mudarse a un apartamento en Alamar, al este de la capital cubana.

Foto: Kaloian.

La fisonomía del nuevo barrio, donde pululan edificios prefabricados construidos a partir de los años setenta del pasado siglo tras implementarse el célebre plan de viviendas de micro brigadas, es de las más monótonas de la Isla.

En ese tiempo el desorden urbanístico estaba en alza pues, por ejemplo, para apaciguar la penuria alimentaria cualquier pedacito de tierra servía para hacer una huerta o levantar un corral para criar animales. En medio del desaliñado paisaje, Gallo también le dio una función a su pedacito de vergel y fundó “El Jardín de Afectos”.

Foto: Kaloian.

Esto no llenaba la panza pero alimentaba al alma. Y es que Gallo comenzó a darle sentido y forma a la basura de sus vecinos, a las piedras, a cuanto alambre encontraba, a vetustas máquinas de escribir, a pantallas de televisores fundidas, a oxidados sartenes, a teléfonos descompuestos, a pedazos de hierros y así a un sinfín de cosas que se iba encontrando tiradas en la calle o que los vecinos le llevaban.

Foto: Kaloian.
Foto: Kaloian.

Y cuando afuera no quedó espacio, las obras traspasaron el umbral de la puerta de la casa de Gallo y Emilia y quedaron instaladas en las paredes de todos los ambientes de la casa. Y así nació también “La Galería de Afectos”.

Foto: Kaloian.
Foto: Kaloian.

Si bien cada pieza es de una ingeniosidad maravillosa, también lo son los refranes que las acompañan. Son escritos por Gallo y revelan, con gran sentido del humor y ternura, su posición filosófica ante la vida.

“El vallado o caricatura de cerca con que se delimita el “Jardín de Afectos” que bordea el apartamento-Galería de Afectos, ha devenido mural por las características de los hierros-oxidados-relucientes y a la vez, un portarrefranario y observaciones poéticas filosóficas gallificados, que la gente lo ha bautizado simplemente como mensajes”, explica el artista en un blog creado hace muchos años y que aún sigue dando vueltas por el ciberespacio.

Foto: Kaloian.

Acá alguno de los refranes:

“Para apreciar esta obra no hay que estar loco, pero eso ayuda”.

“El amor es ciego: pero los vecinos ven, y lo peor ¡HABLAN!”

“Vale cuidar los huevos de oro, pero vale más cuidar la gallina que los pone”.

“No hay bien que por mal no venga, pero por mi bien, mal no vengas”.

“El vino que mas alegra: ¡Vino la luz!”.

“Cuando no sepas a dónde vas, regresa para que sepas de dónde vienes”.

“El loco dice lo que piensa, el cuerdo piensa lo que dice (única diferencia)”.

“Si a los cincuenta ves la vida como a los veinte, has perdido treinta años”.

“Creo en el destino, pero nunca un cura se ha caído de una palma”.

“Quien no acomoda sus deseos a la realidad, se aleja de la felicidad”.

“Los recuerdos imborrables son como cicatrices, están ahí (y a veces como condecoraciones)”.

 

Foto: Kaloian.
Foto: Kaloian.

Hoy Héctor Gallo tiene 95 años y sigue cacareando o, para personalizar esta oración, sigue creando. Emilia murió en 2016 y aunque esa ausencia imagino sea un dolor constante para el viejo, la debe seguir rememorando cuando camina por el jardín o entre los espacios de la casa que habitaron juntos por tantos años. Debe ser así porque en una de mis visitas (en 2006, cuando hice estas fotos) entre los cientos de ocurrencias materializadas con disímiles materiales y objetos, Gallo se detuvo delante de una estrafalaria moto y me contó:

“Es la única moto que no necesita gasolina. Arranca con sueños y amor. ¿No me crees? Pregúntale a Emilia, que salimos a pasear todas las tardes”, aseveró mientras hacía como que ponía en marcha el vehículo al tiempo que le guiñaba un ojo a su novia. Ella sonrió cómplice y enamorada y le devolvió el gesto tirándole un beso.

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