Guayasamín, trazos del dolor y la ternura

La capilla del hombre no es un templo dedicado a un ser supremo o divino, sino al ser humano avasallado y víctima de un mundo plagado de injusticias.

“Mi pintura es de dos mundos. De piel para adentro es un grito contra el racismo y la pobreza; de piel para fuera es la síntesis del tiempo que me ha tocado vivir”, dijo alguna vez el pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín (1919-1999). Con sus trazos, expresivas figuras y esculturas le dio forma al realismo social como encarnación pictórica y grito político. 

Precisamente, las raíces originarias, las luchas, la ternura, el dolor, el drama y los sueños de los pueblos oprimidos son la columna vertebral de la obra del Pintor de Iberoamérica, como fue proclamado post mortem, en la IX Cumbre Iberoamericana celebrada en La Habana, en 1999.

A lo largo de su vida, Guayasamín, hijo de un indígena y una mestiza, desarrolló en tres grandes etapas pictóricas sus preocupaciones y cosmovisiones, sin olvidar nunca su identidad americana.

Arrancó con “Huacayñan” (en quichua significa “el camino del llanto”), un centenar de obras donde trabaja la temática indigenista, afrodescendiente y mestiza.

 

“La edad de la ira” es la segunda serie de envergadura en la que se enfrasca. Esta vez se enfoca en pintar hechos y lugares siniestros del siglo XX, desde las dictaduras que enlutaron a América Latina hasta las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki.

Esta serie está compuesta por 260 obras, agrupadas en conjuntos temáticos titulados Las manos, Cabezas, El rostro del hombre, Los campos de concentración y Mujeres llorando. Luego se dedica a trabajar en “La Edad de la ternura”, una serie sobre la maternidad y las pugnas sociales de las mujeres.

“Mi pintura es para herir, para arañar y golpear en el corazón de la gente. Para mostrar lo que el Hombre hace en contra del Hombre…”, manifestó en otra ocasión. Con esa filosofía, soñó La capilla del hombre, su mayor obra.

En la década del ochenta comenzó a bregar entre los bocetos y diseños de ese proyecto artístico, que luego devino en un gigante complejo arquitectónico y cultural, de 15 000 metros cuadrados.

El sueño comenzó a edificarse en 1996. Oswaldo le dedicó todo su tiempo hasta que falleció en 1999, a la edad de 79 años. No alcanzó a ver terminada La capilla del hombre, que fue inaugurada en 2002.

La imponente construcción está ubicada a 3100 metros sobre el nivel del mar, en la loma de Guangüiltagua, en el barrio Bellavista, de Quito, uno de los puntos más altos de la capital ecuatoriana. Se asemeja a las pirámides de las civilizaciones aborígenes, recubierta de piedra y con una cúpula en forma de cono trunco.

La capilla del hombre no es un templo dedicado a un ser supremo o divino, sino al ser humano avasallado y víctima de un mundo plagado de injusticias. Es también un espacio que refleja las historias de lucha de los y las humildes por una vida digna.

Ese trayecto lo podemos constatar en las distintas salas que se encuentran en los tres niveles del imponente inmueble, donde cuelgan lienzos, dibujos y murales que son un canto por los derechos humanos.

Del mismo modo, en el centro del piso principal, hay una llama eterna que representa la paz y cumple la voluntad del maestro, quien pidió: “Mantengan encendida una luz, porque siempre voy a volver”.

La capilla del hombre se erigió a metros de la casa/estudio (hoy museo) donde Oswaldo Guayasamín vivió y trabajó sus últimos años de vida. También, muy cerca de un pino sembrado por el propio artista, conocido como el Árbol de la Vida. Allí reposan sus cenizas en una vasija de barro.

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