La cola: un territorio cubano

Es parte de la experiencia de estar en la Isla.

Foto: Kaloian Santos.

“Cubana de aviación anuncia su vuelo desde Buenos Aires con destino… ¡La Habana!”

Desde hace un par de años imagino cada tanto esa alocución, con acento argentino, que sale por los altavoces del Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, de Argentina.

No hace falta consultar a Freud para saber que mi deseo por sentir nuevamente la sensación de viajar (no a cualquier destino sino a Cuba) tiene su raíz en la obligada inmovilidad que nos trajo la COVID-19

Hace pocos días volví al fín abordar un avión de Cubana de Aviación y aterricé en la Isla. Contrario a mi fantasía, al llegar al aeropuerto no hubo voz altisonante que anunciara mi destino. Tampoco pantallas de información que indicaran el mostrador donde chequeaban mi vuelo.

No hacía falta nada de eso. Ahí estaba, bien a la vista, la cola para el vuelo 361 de Cubana de Aviación, con destino La Habana. La prueba inequívoca era que la fila de pasajeros parecía un gigante majá de Santa María, que recorría zigzagueante el inmenso salón, con bultos de todas las formas y tamaños como si fuera aquella escena un sistema montañoso artificial dentro del aeropuerto. 

Llegue casi hasta el extremo final de la fila. Poco antes me esperaba mi amigo Leandro, que esperaba paciente y había marcado por cuatro. O sea, aún faltaba que llegaran dos amigos más, Yuri y Amado. 

Ninguno de ellos viajaría. El pasajero era solo una yo pero Leo cargaba con una silla de ruedas para su abuela con el objetivo de despacharla junto a mi equipaje. Los otros dos amigos, que tampoco viajaban, traían par de maletas cargada de alimentos, aseos y medicinas, que también formarían parte de mi equipaje.

A esa altura estaba cargado de cuatro maletas grandes y una pequeña, una silla de ruedas y una mochila con mis equipos fotográficos. Según lo establecido por Cubana de Aviación, en este vuelo de Buenos Aires a La Habana, a los cubanos se nos permite llevar dos valijas sin cargo de 30 kg cada una y otras dos pagas como exceso de equipaje. 

Aplausos para la aerolínea nacional, la que muchas veces es diana de críticas y memes. Pero hay que destacar que en estos tiempos tan aciagos, ha implementado medidas para falicitar el acceso a los pasajes para los cubanos residentes en Argentina con descuentos al precio de los boletos y, también, con la transportación de comida, medicinas y aseo para la familia cubana.

“Somos cuatro”, le informé al señor que iba detrás nosotros en la cola, para que no hubiera malos entendidos, porque en toda cola de cubanas y cubanos “que se respete” de un momento a otro aparecen los colados. Mi interlocutor arqueó las cejas y resignado acentuó con la cabeza que todo estaba bien. 

En eso, una señora perdida me preguntó si yo era “el último” para La Habana. “No, tiene que doblar esa columna y verá que ahí sigue la fila”, le respondí. Miro al horizonte sin encontrar fin y solo se le escuchó decir “¡candela!”, mientras se alejaba. 

En aquel panorama dudé por un segundo si estaba a la espera del P1, en 23 y K, o del avión de Cubana, en Buenos Aires.

Otra cuestión es que, mientras se espera que avance la cola, se aprovecha para organizar y reorganizar los bultos. El cubano cuando viaja al extranjero tiene una preocupación constante por el peso. 

Eso de ir cargados para todos lados es uno de los karmas de los cubanos. Nuestros viajes no se calculan en el tiempo que puede durar un vuelo desde cualquier ciudad del mundo a La Habana. Ese periplo se contabiliza desde meses antes, en que se van consiguiendo las disímiles cosas para llevar a la Isla. Desde comida, medicinas y aseo hasta la denominada pacotilla o el más insólito pedido de algún familiar. 

En ese convivir de horas en una cola de aeropuerto para un vuelo a la Isla, otro rasgo distintivo de que la inmensa mayoría de esos protagonistas son pasajeros cubanos es que se escucha el acento criollo en medio del murmullo. Es como una banda sonora ese cubaneo, término popular, abarcador y aún no reconocido por la Real Academia Española (RAE), que describe cuando un grupo de cubanos en el extranjero se exacerba por medio de gesticulaciones, saludos, sonrisas y construcciones gramaticales al estilo “que bolá”.. “ en la lucha”… “a ver si resuelvo mandar un paquetito a la pura”.

Y ahí aparece siempre ese personaje carismático, que saluda a todos en la cima aunque no conozca a nadie. Ese cubano lleva viviendo “una bola de años” afuera de Cuba pero llega a una cola y se siente en su ambiente y “a su aire”. Lo primordial para él es que todos en ese lugar sepan que es cubano. Despliega así sus dotes de conversador y pasa una ratico con este y otro ratico con el otro. Suelta chistes y habla de todos los temas concernientes a a la actualidad nacional. Lo mismo tira datos de cómo está la economía cubana, que el último chisme de la farándula. 

Al pasar el tiempo en esa cola, que no avanza, los cubanos, pacientes y acostumbrados, se mantienen serenos. El que no es cubano, ese que va de turista a Cuba, se le nota enseguida porque, sencillamente, se desespera y no entiende que esa cola, que se mantiene casi estática, donde gritan “el últimooooo”, es ya parte de la experiencia de estar en la Isla. 

La cola, con todos los atributos que la distinguen como una auténtica cola cubana —aunque sea para chequear un vuelo—, sea en el aeropuerto que sea, es un territorio cubano.

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