La mar embravecida en el malecón

Por estos días, la mar se hace sentir con un ímpetu inusitado.

El malecón de La Habana. Foto: Kaloian Santos.

En ese gran pedacito de Cuba que es el malecón habanero, la llegada de un frente frío rompe con la modorra que parece habitar en la ciudad.

Al contemplar ese panorama pienso en esos versos del escritor Oscar Hurtado (La Habana, 8 de agosto de 1919 – 23 de enero de 1977), que acuña una verdad tan grande como ese mar embravecido:

“Una octava más alta habla el cubano

del normal diapasón de su garganta.

Pero en el Malecón sólo el mar suena.”

La mar se hace sentir con un ímpetu inusitado. Pega con frenesí contra el famoso muro de contención y logra vencerlo por varias partes. Las olas estallan y, para el curioso que contempla, la espuma parece confundirse con las nubes y el aire tiene sabor salado.

Está empapado el sofá más largo y popular del mundo, el diván de piedra y cemento donde cubanas y cubanos se recuestan con penas y alegrías lo mismo de día que de noche. De alguna forma, con su evento meteorológico la naturaleza ha bañado congojas y felicidades de un país. Vaya metáfora para una urbe poética por excelencia y ungida de novedades como lo es La Habana. 

Presumo que algo así debió sentir el ya citado Hurtado. Tan basto fue el caudal lírico de este poeta ante el muro y lo que se sucede a su alrededor, que lo inspiró a escribir, en 1965, un extenso poema titulado “Paseo del Malecón”. Es un texto largo, devenido en un célebre libro de igual nombre.

A propósito de la marejada imponente que por estos días puede ver en el malecón, y que pareciera con esas fuertes olas gritar (no sabemos qué) a la ciudad para espabilarla, comparto unos fragmentos del texto de Hurtado:

(…)

Increíbles disfraces de la nada

—la Nada que anonada y deshidrata—

son los mil aquijones habaneros

de estas calles malignas y horneadas

Porque todo golpea con un soplo

de dragón o de bestia acorralada.

Y de contra no llueve ni refresca

ni los mansos melones enrojecen

ni ese ruido que le retraquetea

nos da tregua o se duerme en sus laureles.

El calor me derrite las neuronas

Promiscuidad lo diáfano del aire

Ese sol que nos muestra los objetos

lejanos recortados en un fuego

impide al misterioso claroscuro

expresar sus contrastes suavizantes.

La dimensión tercera aquí se anula

pues todos los objetos se aproximan

por la luz tan intensa que los hiere.

(…)

Voy hacia el Malecón y sus corsarios

Las olas lo recorren cariciosas

limando lentamente el dienteperro.

Su muro es atalaya hacia ese caldo

que nos nutre con pólipos y sales

de calcio en sedimento secular

De esta lluvia tenaz, de estos cadáveres

en el fondo del mar depositados

van surgiendo las islas venturosas.

Yo te contemplo mar, yo el presuroso

que de las infernales calles viene

a encontrarse en la cresta de tus ondas

La perenne alegría de mis manos

que describen un mundo que me acrece.

(…)

Esa luz que perece entre los rojos

de una puesta de sol que ya comienza

estuvo trabajando en mis tejidos

durante los calores de este día

La mar nos va dejando entre las rocas

una imagen del blanco y los azules

Azules del zunzún cantan turquesas.

(…)

El espiritu es soplo y es espuma

Despuês de una labor de nácar triste

trasvolando se escapa y resplandece.

Los granos de tu espuma, como escamas

se pegan a mi piel, que es mi frontera

Las aguas rodeando nuestras tierras

van marcando los pasos del destino

Con un halo insular nos coronamos

porque aquí la cultura es el paisaje.

Malecón de los pasos amistosos

Me acompaña un amigo en el marino

respirar, ciencia exacta de poetas.

Lo elogio y lo distraigo con un cuento

El amigo es la oreja preferida

donde vierto lo criollo de mi lengua

El pensamiento se hace conversando.

(…)

El Tiempo es la sustancia que fabrica

la trama misteriosa de los cantos

La extensión cartesiana entre dos versos

nos descubre los rostros del Espacio.

Estos soplos de gracia, cual eniqmas

se condensan formando los vocablos.

(…)

***

Salir de la versión móvil