Mercados de Latinoamérica: color y dolor

Sitios donde la diversidad de productos naturales o alimentos procesados típicos hacen una fiesta del color, el olor, los sabores y las formas vistosas.

Foto: Kaloian.

Entre las muchas cosas extraordinarias de Latinoamérica están sus plazas de mercados popular y en especial esos espacios dedicados a la gastronomía.

Sitios donde la diversidad de productos naturales o alimentos procesados típicos hacen una fiesta del color, el olor, los sabores y las formas vistosas.

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Las señales de la historia de los pueblos de la región se concentran en ellos y las formas actuales de la comunicación están inscritas, en una suerte de “mapa nocturno”–para homenajear al sabio Martín Barbero–, aún por descifrar.

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Por lo general, los mercados se encuentran instalados en inmensos y vetustos inmuebles, en zonas céntricas o en la cercanía de las plazas que los siglos de colonización española dejaron plantadas en cada ciudad americana y que la modernidad ha cultivado y rellenado de nuevas costumbres y prácticas.

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Sus alrededores parecen un caos entre el bullicio, el hormigueo de personas y los puestos de ventas. En cierto sentido, esa aparente anarquía es parte de su identidad.

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En casi todos es fácil hallar los diferentes sectores de venta que dicen mucho sobre nuestra identidad mestiza, transcultural y sobre los distintos estratos sociales: los cárnicos, las especias, las flores, legumbres, frutas y hortalizas.

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En casi todos podrá encontrarse una zona especial para yerbas, ungüentos, oraciones y exvotos, remedios para todos los males. En las localidades del Altiplano andino no faltarán las cestas de hojas de coca que regalan vitalidad y resuelve el “mal de altura”.

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En los pequeños y múltiples puestos para comer, se sienta el pueblo a probar caldos, arroces y carnes cocinados en el momento, acompañados de jugos de frutas naturales e infusiones.

Es quizás este el espacio más familiar del mercado. La cocina está a la vista, casi encima de las pocas mesas donde comparten comensales desconocidos. La misma comida de casa. El mismo sabor de la cocina materna.

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Y como suelen abrir muy temprano en la mañana y cierran ya entrada la noche, siempre hay oportunidad para desayunar, almorzar o cenar.

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Se puede calentar el cuerpo en algún mercado de La Paz con un caldo de cabeza de cordero a las ocho de la mañana. Al mediodía, en alguno de Lima, es común degustar un buen ceviche o un arroz con huevos y ají de fideos (lengua de ternera picante). Se puede comer una cachapa dulce en Caracas, unos chilaquiles verdes de fuego en México, o una saciante feijoada en Rio de Janeiro.

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