Mi sueño del circo

Alguna vez, en mi niñez, entre mis fantasías estuvo la de querer ser un artista de circo. Luego, tras bambalinas, y cámara en mano, fui "cirquero".

Foto: Kaloian.

Fue un sueño de hace más de tres décadas, cuando a las 7 de la tarde, como de seguro la inmensa mayoría de las niñas y niños cubanos de entonces (y hasta los adultos también) quedaba pegado al televisor en blanco y negro, marca Caribe de mi casa para ver “Los pequeños fugitivos”.

Me refiero a la tira original, la dirigida por Raúl Pérez y protagonizada entre otros por el inigualable actor Manolo Milián, encarnando a un villano de nombre Quiroga y su secuaz Bandurria, tonto del pueblo, magistralmente en la piel de un muy joven Alexis Valdés. Bandurria aunque estaba en el bando de los malos, más que infundir miedo, provocaba muchas risas y hasta ternuras.

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La cuestión es que en la trama dos niños recorren el país huyendo de la despiadada pareja antes mencionada. En uno de los capítulos llegan hasta un circo que viajaba errante por los pueblos del oriente cubano. Así fue posible conocer secundariamente parte de la vida solidaria y familiar circense.

Tiempo después, en medio de unos carnavales en mi natal Holguín, apareció instalada una gran carpa azul en un descampado cerca de la casa de mis abuelos. Por unos altavoces se escuchaba durante todo el día una voz armoniosa que anunciaba la llegada del Circo Nacional de Cuba. Por supuesto, creo haber ido a todas las funciones.

Foto: Kaloian.
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Estas remembranzas pertenecen a la década del ochenta del siglo pasado cuando las artes circenses cubanas gozaron de uno de los momentos de mayor esplendor de su historia. En buena medida se debió a la influencia, asesoramiento y constantes presentaciones en la Isla del mítico circo soviético, el mejor del mundo por esa época.

Fueron también los años de las primeras ediciones del Festival Circuba, que tuvo como sede la Ciudad Deportiva y alcanzó tanta popularidad que en varias presentaciones el público colmó las 15 mil locaciones de ese estadio habanero.

Foto: Kaloian.
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Ya para esa fecha el circo en Cuba tenía escritas varias páginas memorables.

“En 1793 –comenta el colega José Manuel Cordero Hernández, gran difusor del circo cubano y coordinador general del Festival Internacional Circuba–, aparecen en los cabildos los documentos de Actas Capitulares, que eran las formas en que se instrumentaba el gobierno colonial, los reglamentos normativos que otorgaban permisos para las actuaciones de ‘malabaristas, prestidigitadores, saltimbanquis, mimos y funambuleros…’, durante festividades del Corpus Christi; y admiten ‘payasos y titiriteros’ en patios de mansiones y plazas públicas y se hace referencia a las instalaciones de techos de carpa. Estas actividades de feria convivían con las ventas de frituras, aguas de melaza y carbonadas.”

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Incluso las artes circenses dejaron su impronta en el teatro criollo. Tanto así que Francisco Covarrubias, célebre por introducir el costumbrismo y más en las tablas cubanas, improvisó en su despedida de los escenarios, en 1847, en el mítico Teatro Circo Villanueva, unos versos que así decían: “Es mi destino patente que un circo fuera mi oriente y otro circo sea mi ocaso.”

Tras el triunfo de la Revolución se inauguró en 1962 una carpa azul y hasta se acondicionó un tren de 34 vagones para que durante todo el año el circo girara por toda Cuba con un variado espectáculo protagonizado por un numeroso elenco. Esa fue la carpa que yo vi de pequeño.

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Mis ganas circenses pasaron de manera fugaz. Con la llegada de las próximas aventuras en la tele quise ser cazador de bandidos por “Hermanos”, luego pelotero por “Los pequeños campeones” y empinar papalotes por “Los papaloteros”. Todas esas aventuras gloriosas hicieron historia en nuestra tele y han quedado en el imaginario de varias generaciones.

En la larga noche de la década de los noventa, como en todos los ámbitos, la depresión económica también golpeó al circo y a su principal cantera, la Escuela Nacional de Circo. Se suspendieron las giras y los festivales Circuba.

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El nuevo amanecer llegó en 2005 con la apertura de La Carpa Trompoloco, una institución cultural y recreativa, con sede permanente al oeste de la Ciudad de La Habana y que lleva el nombre del más tierno y famoso de los payasos cubanos de todos los tiempos, creado e interpretado por el ya fallecido actor Erdwin Fernández.

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Asimismo en 2007 volvió Circuba y al año siguiente el festival adquirió carácter internacional y se colocó como uno de los más importantes certámenes de su tipo en el mundo.

Fue por esa fecha que volví a cruzarme con el mundo de malabaristas, magos, contorsionistas, payasos, trapecistas e ilusionistas. Así estuve algunos años entre bambalinas, con una cámara en la mano, registrando ese fascinante universo. Fue como vivir mi propia aventura y, de alguna forma, cumplir aquel sueño breve e intenso de mi infancia.

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