Puertas de La Habana

Son como sus muchos rostros: añejas y modernas, humildes y opulentas, señoriales y endebles.

Una puerta en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.

Una puerta en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.

Cada ciudad tiene muchos rostros, muchos reflejos de sí misma. Rostros de su gente, de sus calles, de sus edificios, de sus estados de ánimo. Rostros de sus horas marchitas y sus estallidos de luz, de sus calladas rutinas y sus desenfrenos salvadores. Rostros públicos, que revela provocadora al mundo, y otros íntimos, que guarda para quienes mejor la conocen. Rostros del presente y del ayer, instantáneas de un tiempo, talladas en madera y piedra, carne y metal, y también reflejos que colorean el aire como premoniciones del futuro.

La Habana, con más de cinco siglos a cuestas, tiene todos esos rostros y más. Imágenes de extremos y contrastes, de policromías y penumbras. Postales de su arquitectura maravillosa y la alegría de sus habitantes; retratos de edificaciones decrépitas y dramas cotidianos. Planos generales con el mar al fondo, y el Capitolio, o el Morro, o el Memorial José Martí, destacando sobre el conjunto. Planos más cerrados de sitios emblemáticos, de sus muchas construcciones y monumentos; detalles de sus muros y columnas, de sus techos y esquinas. Y también de puertas.

Detalle de una puerta en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.
Una puerta en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.
Unas personas pasan frente a unas puertas exteriores en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.
Un joven pasa frente a una puerta exterior en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.
Un hombre pasa frente a unas puertas exteriores en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.
Unas personas pasan frente a una puerta exterior en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.

Las puertas de La Habana son como La Habana misma. Como sus muchos rostros. Añejas y modernas, humildes y opulentas, señoriales y endebles. Con sus marcos y dinteles, sus hojas y bisagras, sus picaportes y manillas, sus aldabas y cerraduras, como las de todas las ciudades y, al mismo tiempo, únicas.

Cada puerta narra una historia, propia, familiar, y es también una voz en el gran coro de puertas que cuenta la ciudad. Recibe a sus dueños, a sus usuarios más frecuentes, carga con el peso de sus intimidades, niega el paso y la vista a intrusos y forasteros, y dibuja, con sus colores y tamaños, con sus grietas y pulimentos, el paisaje de su barrio, de su reparto, de La Habana toda.

Una joven posa frente a una puerta exterior en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.
Unas personas pasan frente a unas puertas exteriores en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.
Unas personas pasan frente a unas puertas exteriores en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.
Unas personas pasa frente a unas puertas exteriores en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.
Vista de puertas en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.
Vista de puertas en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.

Los últimos meses han sido especialmente duros para la capital cubana. Y también para sus puertas. La pandemia obligó a pasar más tiempo puertas adentro, a mantener cerrados bares y teatros, cines y restaurantes, oficinas y museos. A hacer menos visitas y salidas, a tocar y abrir menos puertas, y a ingresar y aislar detrás de otras a sospechosos y enfermos de la COVID-19.

Pero ellas, incólumes, pacientes, han vuelto a resistir como tantas veces, y poco a poco han comenzado nuevamente a abrirse, a permitir el paso, a saludar a vecinos y transeúntes aun cuando muchos no reparen en ellas. Y en su guardia silente, en su vigilia constante, persisten en su empeño de ser, a pesar de crisis y derrumbes, de epidemias y tormentas. Como La Habana misma.

Un hombre revisa un dispositivo móvil sentado frente a una puerta exterior en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.
Un hombre pasa frente a una puerta exterior en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.
Una puerta en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.
Una puerta en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.
Unas personas pasan frente a una puerta exterior en La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.
Foto: Otmaro Rodríguez.
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