Relaciones tóxicas: abrazar a un cactus

Siempre que el vínculo no contribuya al crecimiento de quienes interactúan, que no exista la posibilidad de aprender mutuamente y de comunicarse con asertividad, será una relación negativa.

Es muy común hablar de la toxicidad en las relaciones. Con este calificativo, las personas se refieren a que una relación resulta dañina para quienes se vinculan y los afecta desde muchos puntos de vista: emocional, cognitiva, física, espiritual y socialmente.

Una relación tóxica no solo se refiere a determinados tipos de parejas; puede tratarse de la relación entre padres e hijos, hermanos, amigos, etc. Siempre que el vínculo no contribuya al crecimiento de quienes interactúan, que no exista la posibilidad de aprender mutuamente y de comunicarse con asertividad, será una relación negativa.

Generalmente, el patrón vincular se repite. Una persona que en sus relaciones sea controladora, agresiva, desconfiada, celosa, violenta o victimizada repite esa conducta en varios escenarios. Ante ello, puede surgir una pregunta: ¿cuándo comenzó la toxicidad al relacionarnos con otros?

Quisiera hablarles brevemente de un psiquiatra y psicoanalista: John Bowlby. Este autor desarrolló la Teoría del Apego, pues creía que el origen de los problemas de salud mental y del comportamiento estaba relacionado con las experiencias de la primera infancia. Esto parte del supuesto de que estamos biológicamente programados para construir vínculos con los otros, los que nos ayudan (o no) a sobrevivir.

La parte humana, instintiva, hace que desarrollemos un apego con quien se erige como nuestro cuidador/a, función que muchas veces desarrolla la madre, el padre u otras figuras. Esa primera relación nos brindará la seguridad de estar protegidos y de que nuestras necesidades de supervivencia serán cubiertas. Por ello, algunos niños pueden mostrarse inquietos o amenazados ante la presencia de “extraños”.

Indudablemente, el primer contacto, desde la preexistencia o existencia en la vida intrauterina, donde literalmente el vínculo con la madre es biológico, hace que sea con ella con quien en especial se experimente el apego. La seguridad que brindan las vivencias tempranas asegurará en el futuro aprender a regular nuestro sistema emocional y la vinculación afectiva con otras personas, de manera profunda y perdurable.

Quiero enfatizar en que puede ser otra persona la figura de apego, dependiendo de las realidades individuales. Lo que sí resulta innegable es que el niño o niña debe recibir cuidado continuo durante los primeros años de vida, especialmente los dos primeros, hasta los cinco. En esa etapa se dan importantes adquisiciones como el lenguaje, el desarrollo de la autoconciencia y cierto grado de autonomía, pero siempre desde la sensación de seguridad que proporciona la figura cuidadora. Si no ocurre así, el abandono será vivido como una experiencia traumática, que acompañará a la persona en etapas como la adolescencia y la adultez.

A veces, no hay una figura de apego, por lo que se crece con inseguridad, falta de protección, sentimientos de inferioridad, baja autoestima, etc. Algo que he notado con mis pacientes es que esto no solo deriva en problemas emocionales; incluso pueden presentarse dificultades de índole cognitivo y social.

Cuando niños y niñas se separan de su figura de apego, experimentan una angustia que se expresa con el llanto o los gritos, se aferran para que no se vayan y pueden llegar a desesperarse. Si persiste este “abandono”, no mostrarán abiertamente las molestias, pero se negarán a los intentos de los otros porque estén cómodos. Finalmente, si la separación continúa se puede dar un desapego, por lo cual el niño o la niña rechazará a su cuidador/a con ira y comenzará a interactuar con el resto de personas.

¿Qué pasa luego, en la adolescencia y adultez? El adolescente, como parte de su proceso de desarrollo, va a desapegarse de sus figuras parentales. Tolera esta especie de pérdida y se reapega a nuevas figuras como sus coetáneos (amigos, compañeros de clase, etc.) y a adultos. Cuando alcanza la madurez y se inicia en las relaciones de pareja, el apego se da con más exclusividad entre iguales.

Por tanto, si el proceso evolutivo de una persona no ha transcurrido sanamente, se darán las llamadas “relaciones tóxicas”. Cuando el apego no ha sido seguro, aparecen inseguridades, ansiedad de separación, pocas habilidades sociales, dependencias emocionales, se tiende al egocentrismo y a una necesidad de atención como demanda constante a los demás. Puede haber retraimiento, entre otros problemas.

Psicología y Bienestar: Relaciones tóxicas

Cuidado con las espinas

Quiero que visualicemos un cactus. Las cactaceae o cactáceas son plantas originarias de América, que sobreviven a temperaturas de hasta 60 grados Celsius. Han desarrollado estrategias para combatir el calor y no perecer. Sus espinas son hojas modificadas para perder la mínima cantidad de agua. Este es un mecanismo evolutivo para adaptarse al medio.

En la vinculación afectiva, podríamos ser cactus, porque en nuestro desarrollo creamos ciertos mecanismos inconscientes de protección (adaptación al medio), para no sufrir, barreras para blindarnos del acercamiento emocional, visto como amenaza, en respuesta a la frustración o al miedo a vivir el dolor del abandono y la soledad.

Tus espinas no están ahí porque eres una mala persona (que también alguien puede llegar a serlo). Debemos comprender lo complejo de la vida de cada cual para identificar las tragedias por las que atravesó y entender que las espinas han surgido como una forma de sobrevivir.

Así que, si tienes espinas, admítelo. No están ahí para herir a otros, sino para protegerte de que te hieran de nuevo. Ellas no surgieron contra tu relación actual y no debes direccionarlas hacia ella. El hecho de que se hayan formado en los primeros años de tu vida hace que debas trabajarlas en un proceso terapéutico, porque son daños profundos. Si consideras que has vivido en una familia disfuncional, busca ayuda, porque ahí puede estar la explicación a por qué sostienes una relación tóxica.

Otras veces, no tenemos las espinas, pero nos abrazamos a un cactus. En este caso, aprendimos o vivimos en el desarrollo lo que el psicólogo Martin Seligman explica como la indefensión aprendida. Son comportamientos relacionados con la autopercepción de que no somos capaces de afrontar situaciones dolorosas: no se trata de ser incapaces, sino de creer que lo somos.

Si crecimos pensando que éramos incapaces porque no nos amaron, no nos cuidaron o protegieron, nos etiquetaron como inútiles o fracasados o cualquier etiqueta negativa, en las etapas posteriores de la vida ni siquiera intentaremos resolver los problemas porque damos por sentado esta creencia irracional y pesimista de que no hay nada que hacer y de que somos incapaces. 

¿Qué te recomiendo?

Echa un vistazo a tu pasado, a tu vida en tu familia de origen, para saber si has vivido un apego sano o has sufrido abandono.

  1. Pregúntate qué tiene que ver esta historia con tus vínculos negativos actuales.
  1. Comprende tus espinas y reconoce que ellas salieron para protegerte y no para dañar a nadie.
  1. Visualiza si no tienes espinas, pero estás abrazando a un cactus. Sufres del síndrome de indefensión aprendida. Recuerda que esta creencia es irracional, no naciste con ella; por tus vivencias negativas, asumiste que era “normal”.
  1. Las heridas pueden sanar, por tanto, busca la manera con la que te sientas más identificado/a y hazlo.
  1. Por último, ya no eres un bebé indefenso. Es momento de abrazarte a ti y amarte. Esto traza el comienzo del camino para alcanzar el bienestar y el equilibrio.

El pasado no tiene que ser una carga pesada. Mirar atrás, siempre que sea para aprender de la historia personal, constituye un acto valiente y sanador. Si te causa un dolor profundo, busca un espacio de ayuda profesional, porque si no, será un sufrimiento inútil. Vive conectada/o con tu presente, desde el amor propio.

Cuando tenemos una autoestima sana, ella será un claro límite no solo para darte cuenta de que estás en una relación tóxica, sino para disparar las alarmas y que salgas de ella.

Nota de la editora

Psicología y Bienestar es una sección pensada especialmente para los lectores de OnCuba. Déjennos sus dudas en los comentarios, y las tomaremos en cuenta para próximas entregas. Pueden seguir el trabajo de la psicóloga Yaima Águila Ribalta en cada edición quincenal de esta sección y en su canal de YouTube

Salir de la versión móvil