Bienvenidos a un intercambio inesperado: estudiantes norteamericanos en Cuba

North-american students in Havana. Photo: Courtesy of students and teachers

North-american students in Havana. Photo: Courtesy of students and teachers

En 1999, otro colega cubano y yo conversábamos con una profesora norteamericana en un portal en Amherst, Massachusetts. A mi me habían invitado a la Universidad Johns Hopkins; mi colega era un poeta y crítico literario que por entonces disfrutaba de una estancia de investigación en Hampshire College. De este diálogo surgió la idea de crear un programa de intercambio cultural entre Hampshire y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).
Sería imposible no referirse a su raison d’être en mayúsculas: los estudiantes. Antes de partir, cursan un semestre sobre Cuba que les provee los esenciales mínimos para no caer en uno de los huecos de todo el que llega por primera vez a la Isla (y a cualquier otra parte): el ingreso a un territorio inexplorado con ciertas preconcepciones o sin saber nada (o casi nada) sobre él. Ese curso los coloca entonces en una posición de ventaja comparativa. En él se les ofrecen visiones alternativas –no exentas de elementos críticos– acerca de un proceso histórico-cultural que no puede entenderse partiendo de perspectivas eurocentristas, estereotipos y lugares comunes. Y una vez en tierra firme, interactúan y se reúnen en distintos espacios de socialización con personas de todos los estratos y condiciones sociales: jóvenes, viejos, blancos, negros, mestizos, católicos, protestantes, santeros, ateos, trovadores, roqueros, salseros, reguetoneros, cuentapropistas, trabajadores estatales, artistas, escritores, vendedores informales, desempleados, heteros, gays, lesbianas…
El programa decidió poner a vivir a sus estudiantes en casas particulares, oficialmente autorizadas a rentar, y con sus correspondientes licencias. La experiencia sugiere que el hospedaje en estas casas ha demostrado tener múltiples beneficios para el crecimiento intelectual, humano y personal de los estudiantes. El primero, permitirles compartir la dinámica familiar dentro de hogares multigeneracionales. Durante tres meses se exponen a una interacción que les permite adquirir conocimientos nuevos más allá del tutor, las clases o los readings, a la par que les ayuda a mejorar sus habilidades en el idioma español, sin lo cual es imposible entender a carta cabal los códigos, motivaciones y cultura del Otro.

Estudiantes estadounidenses en La Habana. Foto: Cortesía de estudiantes y profesores.
Estudiantes estadounidenses en La Habana. Foto: Cortesía de estudiantes y profesores.

En sus esfuerzos por integrarse a su cultura, idioma, tradiciones y hábitos alimentarios, los estudiantes captan rápidamente ciertos rasgos de la sicología social cubana. Se familiarizan desde temprano con esa proclividad de los nuestros a relacionarse entre sí, a abrirse, darse, e incluso a tocarse algo que en los Estados Unidos no suele hacerse. Llegan a entender que lejos de representar una forma de acoso, se trata de prácticas propias de actores que persiguen expresar sus sentimientos de empatía, curiosidad y hasta disposición de ayuda. Muchos alumnos, al final, llegan a identificarse con estos comportamientos, que no son exactamente típicos en la cultura de donde provienen.
Estudiantes estadounidenses en La Habana. Foto: Cortesía de estudiantes y profesores.
Estudiantes estadounidenses en La Habana. Foto: Cortesía de estudiantes y profesores.

La mayoría se da cuenta de que la cubana es una sociedad compleja en la que no se tiene acceso a muchos de los servicios y facilidades de lo que ellos identifican como “un norteamericano promedio”, incluyendo teléfonos celulares e Internet, a pesar de los cambios en ambos dominios en el pasado reciente. Pero, por comparación, constatan en sus rutinas diarias el acceso universal a servicios sociales gratuitos, al margen de carencias y manquedades determinadas por la crisis. Un país donde las tres comidas diarias pueden constituir un problema y donde los salarios oficiales funcionan como brevísimos suspiros, pero con operaciones de corazón abierto libres de cualquier costo; un país en crisis económica, pero con una seguridad en sus calles –por contraste con muchos países latinoamericanos, que algunos ya han visitado– que nunca antes habían visto. En esa sumatoria de paradojas reside el título del folleto que traen en sus mochilas: CUBA: WELCOME TO THE UNEXPECTED.
Estudiantes estadounidenses en La Habana. Foto: Cortesía de estudiantes y profesores.
Estudiantes estadounidenses en Cuba. Foto: Cortesía de estudiantes y profesores.

Los estudiantes aprenden que la sociedad y cultura cubanas –en las que coexisten mercado y centralización, altruismo e individualismo, escasez y consumismo, crítica y censura, machos y LGTBs– son mucho más ricas y diversas de lo que se da por establecido. Y que, en la Isla, por un conjunto de factores históricos que también se examinan / discuten en sus clases, existen en efecto reacciones de atracción / rechazo hacia los Estados Unidos, como si se tratara de dos caras de una misma moneda. Y que a los norteamericanos no se les trata como enemigos, lo cual no deja de impactarlos.
Y siempre perciben los cambios, en contraposición a la idea de que Cuba es solo la tierra de los carros viejos, la arquitectura ruinosa y de Buena Vista Social Club. Una pieza de museo, una reliquia de la Guerra Fría a la que hay que tocar antes de que llegue “el cambio” y “los McDonald’s tomen el control”.
Estudiantes estadounidenses en La Habana. Foto: Cortesía de estudiantes y profesores.
Estudiantes estadounidenses en La Habana con Ambrosio Fornet. Foto: Cortesía de estudiantes y profesores.

Un día, mientras un joven profesor cubano se encontraba de visita en Hampshire College, tomó un ejemplar de Michigan Quarterly Review, con textos de Ruth Behar, Lourdes Casal, Louis A. Pérez, Jr., Flavio Risech, Nancy Morejón, Jorge Luis Arcos y Carilda Oliver Labra, entre otros. Primera vez que veía bajo la misma cubierta a cubanos de ambos lados del Estrecho. Allí leyó que cuando un muro se derrumba se puede convertir en puente.
Por ahí anda, precisamente, la naturaleza del problema.
Cada final del semestre se les hace una encuesta anónima donde los estudiantes expresan sus experiencias:

“La gente se emociona y están dispuestos a ayudarte como un estudiante. A los cinco minutos de una conversación fui invitada a la casa de alguien para discutir mi trabajo. Llamadas a ciegas a un fulano para que un fulano pudiera ayudarte, puede dar miedo, pero siempre es fructífero. ¿Qué vas a perder? Esto se aplica especialmente para los proyectos etnográficos donde reunirse con personas es clave. Según mi experiencia, aquí la gente se mueve en círculos muy pequeños. Si te insertas en los círculos que te interesan tu proyecto prosperará. Apúrense en hablarle a la gente sobre lo que estás haciendo aquí.  Salgan lo más rápido posible de esas primeras pocas semanas de nerviosismo. Insértate, haz conexiones, siéntete cómodo, y tu proyecto tomará forma. Tu rol aquí como estudiante con un proyecto independiente es distinto, y no se debe olvidar. No regreses a los EE.UU. con dudas sobre lo que tu proyecto podría haber sido…”
“Los Cubanos son muy amistosos y con razón es muy probable que te ayuden. Viniendo de Estados Unidos eso es difícil de creer, pero es cierto. A propósito de las familias anfitrionas, ellos también son un recurso. Pregúnteles si saben cómo comprar algo sin que te estafen, o si conocen a alguien que pudiera serte útil para tu proyecto, o cual es el mejor producto o servicio en el área”.
“Cuba siempre está cambiando, así que no importa lo que digamos ahora, puede que las cosas sean diferentes cuando llegues ahí. Muchas cosas eran diferentes para nuestro semestre de lo que se nos dijo el año pasado, ¡así que solamente sean inteligentes y mantengan una actitud abierta!”

Salir de la versión móvil