¿Continuará Joe Biden la política delirante de Estados Unidos hacia Cuba?

Las primeras señales de los funcionarios de la administración indican que se está llevando a cabo un debate interno entre quienes están a favor de volver a la política de Obama y quienes quieren continuar con la política de presión.

Foto: SaltWire.

Mientras el presidente Joe Biden considera qué hacer con Cuba, debería resistir el engaño seductor adoptado por demasiados de sus predecesores de que un poquito más de presión estadounidense doblegará al régimen comunista de Cuba a la voluntad de Washington. Sesenta años de historia demuestran lo contrario.

Este engaño tiene un largo historial. A medida que las relaciones se deterioraban en 1960, el embajador de Estados Unidos, Philip Bonsal, lanzó un último intento de reconciliación. La concisa respuesta de su jefe, el subsecretario de Estado Thomas Mann, fue la siguiente: “Nuestra mejor apuesta es esperar un régimen sucesor”.

Washington ha estado esperando desde entonces. Durante décadas, los sucesivos presidentes de Estados Unidos se han convencido a sí mismos de que Cuba está al borde del colapso y de que sanciones más duras pueden hacer que eso se logre. Dwight Eisenhower pensó que suprimir las importaciones estadounidenses de azúcar cubano haría retroceder la Revolución antes del final de su mandato. John F. Kennedy pensó que Bahía de Cochinos y la guerra secreta de la CIA funcionarían. Lyndon Johnson esperaba estrangular al régimen de Castro reclutando a América Latina y la mayor parte de Europa para que se unieran al embargo estadounidense. Richard Nixon se hizo el de la vista gorda ante los ataques terroristas de grupos de exiliados cubanos, y Ronald Reagan incrementó las sanciones económicas y puso a Cuba en la lista terrorista. Todo en vano.

El vicepresidente George H.W. Bush brinda con café cubano el 17 de junio de 1987 en La Pequeña Habana de Miami. Foto: Archivo.

A pesar de los repetidos fracasos, los funcionarios de Washington siguen convenciéndose a sí mismos de que la política de presión funcionará si la mantenemos. Cuando la Unión Soviética se desintegró, estaban seguros de que Cuba sería la próxima ficha del dominó comunista. En agosto de 1993, la CIA concluyó: “Existe una probabilidad mayor de que el gobierno de Fidel Castro caiga en los próximos años”. La implicación obvia: no tenía sentido buscar la reconciliación con un adversario a punto de colapsar.

Cuando el régimen cubano sobrevivió, la lógica cambió: Fidel Castro era el eje que mantenía unido al sistema; al morir, el régimen moriría con él. En 2006 Fidel enfermó y transfirió el poder a su hermano Raúl Castro, lo que llevó a Thomas Shannon, subsecretario de Estado de la administración de George W. Bush, a predecir el inminente fin del régimen. “Los regímenes autoritarios son como los helicópteros. Si el rotor falla, te caes”, explicó. “Cuando un líder autoritario desaparece de un régimen autoritario, el régimen autoritario se tambalea…. Esto es lo que estamos viendo en este momento “.

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Pero la transición de Fidel a Raúl se desarrolló suavemente, lo que requirió la invención de otra razón fundamental para la política estadounidense: Venezuela. Cuba era supuestamente tan dependiente del petróleo barato de Venezuela que cuando el régimen inepto de Nicolás Maduro colapsara (como seguramente lo haría bajo la presión de Estados Unidos), la pérdida del petróleo paralizaría la economía cubana y derrocaría al régimen. Sin embargo, a pesar de una disminución del 50% en los envíos de petróleo durante la última década, el régimen cubano sigue en pie.

Barack Obama fue el único presidente que dijo en voz alta lo que todo el mundo ha sabido durante años: la política de hostilidad es un emperador sin ropa. Al anunciar su nueva política de compromiso, el 17 de diciembre de 2014, Obama llamó a la vieja política, “un enfoque anticuado que, durante décadas, no ha logrado avanzar nuestros objetivos”.

Sin embargo, los partidarios de las sanciones estadounidenses nunca pierden la creatividad. Denunciaron la política de Obama por no llevar la democracia a Cuba en los dos años antes de que el presidente Donald Trump la repudiara, mientras celebraban la reanudación de sanciones que han fracasado durante sesenta años. Su lógica: Cuba está (nuevamente) al borde del colapso. Supuestamente, el impacto económico de la pandemia de la COVID-19 y el retiro de Raúl Castro (quien resultó ser un líder mucho más efectivo de lo que predijeron los expertos estadounidenses) son el doble golpe que finalmente acabará con el comunismo en Cuba. Si el pasado sirve de guía, las probabilidades de que esto ocurra no son buenas.

El presidente Donald Trump firma documentos en Miami el 16 de junio de 2017 haciendo retroceder los cambios de la era de Obama que facilitaron las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Foto: The New York Times.

El presidente Joe Biden apoyó la apertura de Obama a Cuba y durante la campaña de 2020 prometió reanudar el compromiso. Pero las primeras señales de los funcionarios de la administración indican que se está llevando a cabo un debate interno entre quienes están a favor de volver a la política de Obama y quienes quieren continuar con la política de presión, dejando en pie muchas de las sanciones de Trump. Puede que se obtengan beneficios políticos internos manteniendo el status quo, pero nadie debería pretender que producirá algo positivo como política exterior. Mientras tanto, el pueblo cubano es el que sufre sus efectos, no el gobierno.

Una política cubana eficaz requiere una mentalidad realista que reconozca, de una vez por todas, la incapacidad de Washington para imponer su voluntad a Cuba. Los legisladores deben abandonar la ilusión de que las sanciones producirán la victoria y emprender el arduo trabajo de comprometernos con un régimen que puede no gustarnos, pero que no desaparecerá pronto.

 

* Este texto fue publicado originalmente por The National Interest y se reproduce con la autorización de sus editores.

 

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