Cuba en el discurso político-mediático de Estados Unidos

La información sobre la Isla no se sustenta en flujos estables, sino en discontinuidades y silencios, fenómeno determinado por la asimetría cultural y, por consiguiente, por el bajo lugar que se le concede en una lista de prioridades político-mediáticas.

Foto: YouTube.

En Estados Unidos, el tema Cuba es como la corriente alterna: sube o baja su perfil público en dependencia del voltaje. Esto significa que la información sobre la Isla no se sustenta en flujos estables, sino en discontinuidades y silencios, fenómeno determinado por la asimetría cultural y por consiguiente por el bajo lugar que se le concede en una lista de prioridades político-mediáticas donde dista a años luz de figurar como un punto rojo (a red spot, en el argot del gremio). Estoy hablando, naturalmente, de los medios del mainstream, no de los del enclave, a menudo etiquetados de “étnicos”, como las comidas en los supermercados.

Un resultado de este prisma —que por otro lado no se aplica de manera exclusiva a Cuba—, consiste en que eventualmente, como activadas por una inusual carga energética, se disparan las noticias sobre “el único lugar del mundo sin un Mc Donald’s”. Luego, concluida la onda expansiva, la carroza vuelve a ser calabaza y los lacayos, ratones. Titulares en el New York Times y el Washington Post, editoriales en el Boston Globe, reportajes y opiniones de congresistas en ABC News, briefings de prensa en el Departamento de Estado y pronunciamientos de académicos y expertos añaden a la corriente sus criterios autorizados a un lado u otro del espectro. Muchas veces las diversidades son, en el fondo, confluyentes.

Esa carga energética se llama cambios. Generalizando un poco, de los años 90 a hoy los medios estadounidenses han venido socializando/reaccionando de manera puntual a una cadena de hechos internos como el proceso de encogimiento del Estado, la emergencia de una nueva clase de pequeños y medianos empresarios, la venta de autos y casas, el turismo, las remesas y la reforma migratoria, entre otros temas. Se trata en esos casos de un momento óptimo para estudiar/aprehender de manera clara y distinta la naturaleza del problema, que tal vez pudiera resumirse en dos visiones fundamentales, tanto en los medios como en la política.

La primera visión es la de los duros. Según esa lógica, no habría razones para conceder legitimidad a un sistema en fase de liquidación. Como corolario, tampoco espacio para un quid pro quo: sería como renunciar a recoger la cosecha al cabo de más de medio siglo apretando la tuerca y apostando por la olla de presión. Estos son, por así decirlo, los actores del ninguneo: los cambios en Cuba constituirían entonces solo readecuaciones para tratar de escapar del vendaval de la crisis. Y punto. No existen correlatos sociales de esos cambios o, en todo caso, se deslegitiman y desconocen.

Esa perspectiva significa, en los hechos, la clausura/cuestionamiento de la vía china/vietnamita, países que han emprendido procesos de reformas y renovado sus liderazgos bajo la dirección de sus respectivos partidos comunistas, y con los que Estados Unidos tiene relaciones diplomático-comerciales, a pesar de sus áreas de conflicto actuales, sobre todo con China. Esta una de las paradojas clásicas de la política exterior estadounidense. Y también la base de la pregunta que muchas veces se hacían y hacen los propios medios, en especial los liberales: si con China y Vietnam sí, ¿por qué con Cuba no?

Foto: Cigar Aficionado.

La segunda visión es la de de los pragmáticos. Para estos, la codificación de la política hacia Cuba por parte del Congreso (el embargo/bloqueo, las leyes Torricelli, Helms Burton y las disposiciones legales relacionadas, etc.) debería desmontarse por arcaica, fallida, contraproducente y, en última instancia, por no servir a los legítimos intereses de Estados Unidos. Aunque los viera y ve lentos e insuficientes, el enfoque pragmático reconoce la pertinencia de los cambios por juzgarlos funcionales al mercado, a la lógica del capital y la sociedad civil, a los que apuestan como componentes de una transición. Apelaba centralmente a un “compromiso constructivo” que profundizara el contacto mediante remesas, viajes y licencias pueblo a pueblo. Catalogar a Obama y/o Biden  como “comunista” o “socialista” por estas políticas no es sino otra grosera aberración de los tiempos que corren.

La Calle Obispo. Foto: AméricaTV.

La movida se inspiraba en Europa del Este (el viejo razonamiento de que el socialismo se cayó por abrazos y no por apretar clavijas). Amplificado como con lupa por los medios, este fue el eje discursivo de la segunda administración Obama, que continuó con su política ecléctica y a base de órdenes ejecutivas, dado que en el Congreso no hubo (ni hay) la voluntad de cambiar el esquema vigente. El resto, de entonces a acá, es historia. La famosa “ventana de oportunidad” fue prácticamente clausurada por la administración Trump, que lo ha arreciado casi todo.

La pobreza gnoseológica sobre la Isla tiene, sin embargo, otras determinaciones. Más allá de los Rough Riders de la Guerra Hispano-Cubano-Americana (a la que se le suprime el segundo gentilicio) y de la posterior alusión a la Isla como teatro de la Crisis de los Misiles de 1962, en los libros escolares de Historia estadounidenses apenas existen referencias a Cuba. Las menciones a la Revolución de 1959 están encerradas en el marco de las relaciones Este-Oeste, donde Cuba es apenas una ficha en el tablero. Esta última percepción, altamente amplificada por el discurso dominante en los medios de difusión desde principios de los años 60, condiciona entonces la lectura de la ruptura como una especie de deslealtad de los cubanos o la refiere a la intención de su liderazgo, que habría buscado a priori el conflicto con Estados Unidos. La cultura estadounidense, como resultado de valores fundacionales actuantes en ella, privilegia al individuo más que al proceso. 

Compay Segundo. Foto: Diario de Navarra.

En cuanto a otras dimensiones de la imagen, Cuba es, si algo, música. El éxito hace unos años de Buena Vista Social Club se enmarca justamente dentro del boom de la salsa y la música latina en Estados Unidos. Ese nuevo golpe de dados marcó, de muchas maneras, un regreso a los orígenes. Louis A. Pérez Jr. ha destacado la temprana fascinación de la cultura popular estadounidense por el son, al que se confundía a menudo con la rumba (rhumba) por su cadencia y movimiento pélvico, del trasero, a la hora del baile.  A pesar de cualquier reparo que pueda hacérsele desde aquí y ahora, lo cierto es que Buena Vista Social Club sirvió para abrir nuevas guardarrayas a otras expresiones de la música cubana en Estados Unidos. Estamos hablando de una Isla que se percibe como un dinosaurio flotando en el mar de las globalizaciones.

Ahí está, sin dudas, el detalle.

Salir de la versión móvil