Cuba y las elecciones estadounidenses de 2020

¿Qué sucede si gana Biden? ¿Qué sucede si gana Trump? ¿Cuba debe esperar por el fin del bloqueo?

Foto: Kaloian Santos

La principal alternativa en las elecciones presidenciales de 2020, con respecto a Cuba, se resume en la probabilidad de destrabe del conflicto asimétrico con el candidato Biden y en más incertidumbre con un segundo periodo de Trump. Biden puede iniciar un ciclo virtuoso, en el que los cambios limitados que concibe adquieran momento y generen por sí mismos nuevas dinámicas liberalizadoras en Estados Unidos y Cuba, que se retroalimenten. Trump es un signo de interrogación andante, que —como muestran las memorias de John Bolton— no ofrece una política predecible hacia el hemisferio occidental, en particular hacia Venezuela. 

Si gana Biden

Desde los intereses nacionales y valores de Estados Unidos, si Biden llegara a la presidencia, debería restituir y profundizar la política de Obama al final de su mandato. Con cuatro años para implementarlas, debe desmontar tan pronto como sea posible la maquinaria agitprop a favor del bloqueo/embargo existente en Miami, que solo ha servido para estigmatizar la postura demócrata. Si hay un presidente liberal y antiembargo, que cree que la política de aislamiento es contraproducente a la promoción de los derechos humanos en Cuba, todos los puestos a designación en Radio/TV Martí y los fondos de la USAID deben ir a grupos con esa posición.

Sin embargo, es sintomático que Biden no ha hecho énfasis en el asunto y ha procurado ganar los votos cubanos en Florida apelando a otros temas de la agenda progresista (empleos y salud). La estrategia hacia Cuba salió en Miami durante las primarias demócratas por las declaraciones matizadas del senador Bernie Sanders. El senador de Vermont, del ala socialdemócrata, contrastó defectos totalitarios en el sistema político cubano con su favorable desempeño en salud y educación. Biden no vaciló en criticarlo, desde la demonización total de la gestión gubernamental cubana que prevalece en el discurso político de los principales partidos, obviando que la misma posición de Sanders había sido enunciada antes por Obama, Carter y hasta Bill Clinton. 

Señor Biden, por favor háblenos a nosotros: los cubanoamericanos.

A ese precedente habría que agregar toda una narrativa dominante en una parte de los organizadores de la campaña demócrata en la Florida, que insiste en negar el cambio de Obama como lo que es pertinente o apropiado a los intereses y valores estadounidenses, y al derecho internacional. Más bien, plantean la política de acercamiento iniciada por el presidente Obama como una mera modificación de métodos para lograr los mismos objetivos de cambio de régimen, estilo Helms-Burton, impuestos desde Miami a la Isla. Objetivos que las sanciones no han podido lograr. Incluso Obama usó esa lógica torcida en alguna ocasión. 

A estas horas, tal propuesta no tiene ni pies ni cabeza y solo sirve de tributo fatuo en los altares de la derecha cubana macartista, confundiendo a las bases liberales, sin educarlas en la importancia de romper con un enfoque binario hacia Cuba. Desmantelar el legado de la Revolución cubana e imponer a los herederos de las elites políticas prerrevolucionarias en Cuba es imposible sin una intervención militar estadounidense, un colapso total del gobierno cubano, causado por hambre, a partir del más inhumano régimen de sanciones, y un baño de sangre.

Dentro de la administración Obama, los obsesionados con tener a la derecha de Miami contenta le hicieron alguna que otra vez repetir al presidente el mantra ridículo de que se cambiaban métodos para obtener el mismo cambio de régimen. Sin embargo, a partir del 17 de diciembre de 2014, el presidente tuvo una visión más larga que muchos de sus asesores y sobre todo, que los mercaderes que le donaron dinero a sus campañas para meter cuchareta sin entender reglas elementales de diplomacia y la historia de Cuba. En política, quien cambia medios, tiene que ajustar fines. Reconociendo al gobierno cubano y abriendo los contactos entre los dos países, es inevitable el desmontaje no solo de los métodos, sino también de los fines maximalistas de la agenda exiliada de derecha.

Quien intente un enfoque de diálogo y acercamiento hacia Cuba no puede prescindir de la Cuba que es. Tendrá que vivir con las consecuencias de la Revolución cubana, no como “un accidente” —en el diagnóstico del senador Marco Rubio— sino como un hecho consumado. Una política de transformar el régimen político puede procurar democratizar el sistema posrevolucionario, pero mediante la aceptación, por lo menos, de una legitimidad parcial, y a través de vías evolutivas. Es decir, aceptando la derrota de la pretensión imperial y de los cubanos que apostaron a Washington para que les resolviera sus problemas.

Si gana Trump 

Trump es un presidente peculiar, con un gran ego. Su política hacia Cuba se definirá en gran medida por sus instintos, sus intereses de empresario y su “gran visión” del legado que va a dejar. Como han revelado las memorias recientes del exasesor de Trump, John Bolton, la posición de America first (Estados Unidos primero) del presidente es apenas un lema, sin mucha coherencia ni reflexión sobre lo que significa implementar una concepción nacionalista. Si se asume como una posición “sistematizada”, es mejor entendida como America only (solamente Estados Unidos), una posición unilateral, con la que Trump espera dictarle a un mundo multipolar sus mandatos.

Sin ton ni son, el 24 de septiembre, la campaña presidencial de Trump montó un guateque electorero sin creatividad alguna, con el pretexto de homenajear por enésima vez a los “héroes” de Bahía de Cochinos. Es incomprensible que Trump, quien descalificó al senador John McCain para ser un “héroe de guerra” porque fue capturado en Vietnam, se baje ahora con la noticia de que su gobierno siempre va a rendir homenaje a los héroes de una invasión que es sinónimo de fiasco en la historia de la Agencia Central de Inteligencia. La gran mayoría de “los héroes” fueron capturados y cambiados en muchos casos por compotas.

Curioso es también que, si el aniversario de la invasión de Bahía de Cochinos se celebra en abril, Trump haya tenido esta revelación divina de última hora en septiembre para recordar a los “héroes que fueron derrotados”. Alguien con cierta suspicacia podría pensar que todo es una farsa electorera, para hacer catarsis y manipular los traumas del exilio cubano, con vistas a movilizar esa base para las elecciones de noviembre.

La sospecha fue confirmada por el jolgorio referido. Trump no habló casi nada sobre las batallas de Girón y Playa Larga, sino de los méritos de su gobierno, al reconocer a los veteranos de la Brigada 2506. A tono de Gente de Zona, habría que decir “Miami me lo confirmó” al escuchar a Mario Díaz-Balart tirar un panegírico de república bananera, sacado de la Fiesta del Chivo de su tocayo Vargas-Llosa. “Nunca, nunca” —dijo el congresista— “nadie ha hecho tanto por la libertad y la democracia en el hemisferio como el presidente Trump”. Perdónenme, Washington, Jefferson, Adams, Abe Lincoln, José Martí, Simón Bolívar, José Figueres y muchos otros más, pero Trump, según Díaz-Balart, los ha superado.

Lo más probable es que Trump continúe por inercia con la misma política hacia Cuba, pero tampoco es descartable que busque negociar con la Isla, una vez retirado Raúl Castro en 2021, si le conviene.

Es sabido que, antes de ganar la presidencia, incluso en plena primaria del Partido Republicano, envió a varios de sus subordinados a explorar posibilidades de negocios en Cuba, a tenor del deshielo de Obama. A ello hay que agregar que los miembros más proembargo de su equipo han sido despedidos (John Bolton) o exportados (Mauricio Claver Carone) al Banco Interamericano de Desarrollo. Nada garantiza que nuevos “halcones” a favor de endurecer las medidas contra Cuba no lleguen a un posible segundo gobierno de Trump, pero es difícil imaginar un personal tan obsesivo e irracional como fueron esos casos.

La máxima de “mantener a Rubio feliz” (frase que se atribuye a Trump para definir la política hacia Cuba), como guía de la política hacia la Isla podría afectarse cuando el senador Rubio (republicano de Florida) inicie su campaña electoral para el año 2024, y trate de mantener alguna distancia de la Casa Blanca. Trump no cree en apoyos condicionados.

Cuba no debe esperar por el fin del bloqueo

El acoso de EE.UU., como gran potencia en la vecindad de Cuba, es un factor de indudable peso en la política interna cubana. Solo un tonto podría ignorar una política hostil estadounidense no ya al gobierno, sino incluso a la sociedad civil y el creciente sector privado cubano.

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Dicho esto y aceptadas las circunstancias, los diferentes actores cubanos no pueden justificar la paralización de una agenda de cambios y reformas no solo económicas, sino democratizadoras en lo político, a partir de lo que EE.UU. haga. La adopción de una economía mixta en Cuba y la democratización de la política cubana no son imposiciones de EE.UU., que con su política de bloqueo nunca ha buscado tales metas, sino una relación plattista de dominación.

Por el contrario, son metas patrióticas. El interés nacional cubano es tener un gobierno transparente, sin corrupción, representativo de las diferentes opiniones del país, inspirado por la moderación, “que es el espíritu de Cuba”, según José Martí. Este se logra a partir del reconocimiento de la pluralidad.

Claro que la búsqueda de una transición pacífica, estable y ordenada a un orden más abierto políticamente tiene que tomar en cuenta las circunstancias de las relaciones internacionales del país y el mundo, pero nunca ser rehén de estas. Con bloqueo o sin bloqueo, el acceso a la información y el pluralismo en la sociedad cubana se han acrecentado sustancialmente desde la liberalización de viajes en 2013, con el mayor acceso a internet y las expansiones en los derechos como el de tener propiedad privada y el de profesar la religión que cada quien escoge (o no), más allá de la libertad de cultos. No se puede gobernar ese nuevo país sin un carisma como el de Fidel Castro y con los viejos moldes ideológicos.

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