El New York Times y Cuba

Un repaso a la mirada sobre Cuba del influyente periódico estadounidense.

Hebert Matthews y Fidel Castro en la Sierra Maestra (1957). Foto: Archivo.

La relación del New York Times con Cuba tiene, como todo, su propia historia. En febrero de 1957, los tres reportajes de Hebert Matthews sobre los rebeldes en la Sierra Maestra constituyeron un duro golpe contra la propaganda oficial de Batista: había, en efecto, efectivos militares luchando en las montañas y Fidel Castro no estaba ni muerto ni enterrado. “Fidel Castro, el líder rebelde de la juventud cubana, está vivo y luchando duro en las escabrosas y casi impenetrables montañas de la Sierra Maestra, en el extremo sur de la isla”, era el lead.

Esos textos contribuyeron a socializar en Estados Unidos la figura de una especie de Garibaldi o de Robin Hood en lucha contra las adversidades e injusticias del Trópico, por oposición a halcones y guerreros fríos tipo Richard Nixon, quienes lo percibían como un comunista bajo el manto de Moscú.

Foto: Archivo.

Después de que los barbudos tomaron el poder, el Times y otros órganos de la prensa liberal estadounidense experimentaron un cambio de perspectiva, visible en la idea de la revolución traicionada, un código que llegaría para quedarse durante largo tiempo. También en los tempranos 60, los directivos del periódico decidieron finalmente publicar un despacho del periodista Tad Szulc, su principal experto en América Latina, según el cual en un campamento de Guatemala, en específico en un lugar llamado Retalhuleu, había exiliados cubanos recibiendo entrenamiento militar con asesoría estadounidense, noticia sin embargo editada por una cuestión de seguridad nacional (la solicitud se las hizo por teléfono el propio presidente Kennedy, aunque en los bares de Miami constituyera un secreto a voces. Años después, Szulc declararía que su historia había sido “drásticamente censurada”).

Miembros de la Brigada 2506 prisioneros en Cuba. Foto: Archivo.

Aunque un estudio cuestiona el hecho y llega incluso a escrutar los récords de las llamadas telefónicas salidas de la Casa Blanca hacia el Times en abril de 1961, la anécdota ilustra de cualquier manera los nexos entre la prensa y el poder político previos a la época de los papeles del Pentágono —la administración Nixon llevó al Times a tribunales federales por publicar información clasificada sobre el involucramiento en Vietnam, y la Corte Suprema falló en su contra— y de la crisis de Watergate, cuando dos periodistas casi desconocidos del Washington Post contribuyeron a obturar la renuncia de un presidente tan impopular como la guerra en el Sudeste asiático. Fue como el Himalaya de la expresión “el poder de la prensa”.

Foto: Archivo.

Durante los años 70 sus editoriales apoyaron la normalización de relaciones con Cuba en sintonía con el Congreso y con las administraciones Ford y Carter, un brevísimo momento de distensión que conduciría, entre otras cosas, a fundar secciones de intereses en las capitales respectivas e incluso a ciertas modificaciones en la política de embargo/bloqueo, desmontadas más tarde por la administración Reagan. “El paso del tiempo ha demostrado que la Cuba de Castro y los Estados Unidos pueden coexistir pacíficamente. La hora de la reconciliación ha llegado”, editorializaron en 1971.

Pero hacia mediados de esa misma década la presencia militar cubana en África condujo a un cambio de rumbo, o más bien a reforzar otra idea socializada antes y después de la Crisis de los Misiles: Cuba como subrogante de la URSS, una coincidencia total de cóncavo y convexo resultado de un consenso interélites como grabado en piedra hasta tanto los mapas cambiaron de color. Entonces el periódico, al calor de los desmontajes del socialismo burocrático-estalinista en Europa de Este, activó una cobertura sobre Cuba marcada por una interrogante que los politólogos del momento bautizaron como “el efecto dominó”.

Tropas cubanas en Angola. Foto: Archivo.

Lo que estaba entonces sobre la mesa era cómo lidiar de la manera más conveniente con un régimen cuya naturaleza intrínsecamente perversa figura como un dato. Se trata de la clásica diferencia de caminos para lograr un objetivo idéntico; es decir, si optar por deshacerse del otro apretando las tuercas o si, por el contrario, auspiciar el contacto y/o desmantelar la política históricamente implementada por inefectiva y por no servir a los intereses de Estados Unidos. El Times es, sin dudas, un sostenido partidario de lo segundo. Y este prisma atraviesa de varias maneras toda su actividad cubana, por llamarle de alguna manera.

En el nuevo siglo el gran diario de la Gran Manzana fue marcando sus diferencias con el ejecutivo instándolo a emprender nuevos pasos y a suprimir el embargo mientras otros medios del Este, como The Boston Globe -—con mayor impacto de liberales en sus directivos y staff— y otros del Pacífico, como The Los Angeles Times, subrayaban la necesidad de revisar la inclusión de Cuba en la lista negra de países promotores del terrorismo.

Casi a fines de 2011 el Times publicó una noticia bastante atípica sobre los cooperantes cubanos en Haití, por entonces golpeado y devastado por un terremoto, los huracanes y el cólera. El mensaje a sus lectores era el siguiente: la mitad de las ONGs internacionales ya se habían marchado de la media isla. Los únicos que no lo habían hecho eran los médicos cubanos, cuya efectividad para reducir los niveles de la pandemia, decían, estaba fuera de toda duda. Y esa nota fue escoltada después por otra de similar signo, pero en un área distinta: la elección del transgénero José Agustín Hernández (Adela) como delegado/a del Poder Popular en la remota localidad de Caibarién. Eso ocurría, anotaban, “en un país que una vez vio la homosexualidad como una peligrosa aberración, y que en 1960 [sic, 1965-1968, Umap] envió a los gays a campos de trabajo”.

José Agustín Hernández (Adela). Foto: The New York Times.

La prensa conservadora, por no mencionar ciertos órganos del exilio, percibieron en esas posturas una ratificación de lo mismo que ya habían dictaminado sobre el periódico a principios de los años 60. En aquellos años lo graficaban en una caricatura de Fidel Castro sentado en medio de la Isla con una inscripción encima: I GOT MY JOB THROUGH THE NEW YORK TIMES.

Foto: Archivo.

Por lo visto, el problema es más complejo.

Continuará…

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