Estados Unidos en Cuba: figuraciones y otros síntomas

Ninguno daba crédito cuando ocurrió la eclosión. Ninguno. Ese día no es, desde una vista ampliada, una fecha, sino un hito. Y el cambio es todavía, a todas luces, inasible.

El mundo sabe que ese día -marcado en los calendarios y la prensa como el 17 D- algo muy importante sucedió. Porque la bruma sobre el mar debía disiparse, es lo que pensaban, y porque el deshielo de las relaciones diplomáticas debía comenzar, también lo pensaban, y porque sería bueno el entendimiento para ambas partes, como suavizar las reticencias. Bueno para ambos pueblos.

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Hay quienes piensan en los turistas estadounidenses vacacionando en Cuba, mascando chicle, dorándose la piel en las playas como un steak, en un verano de póster y selfies exóticos con palmeras en lontananza, en un país con una envoltura comunista y una confitura blanda en el núcleo.

El país de Fidel Castro, satirizado allá hasta el cansancio, hasta las soap operas. El país del pueblo vulnerado, el país reprimido, presentado así por los medios internacionales.

Y el país del ron fabuloso, hay que decirlo pegando gritos, y del mejor tabaco, y de las mujeres más divinamente mezcladas: la mulata cubana es un milagro.

Hay quienes piensan que ahora, conociéndola, conociéndonos, la percepción del estadounidense puede trocarse y después la de los gobiernos y después la de su política y, con estas, zanjamos.

Y hay quienes piensan que no, y quienes no piensan nada, y quienes piensan de todo.

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Ninguno daba crédito, ni Claudia ni Ernesto, veintitantos años, tomados de la mano, avanzando por la Avenida Independencia en Plaza de la Revolución, de camino a detener un taxi.

Claudia cuando lo supo, lo del 17D, corrió, dice, a escribirle un email a su familia en West Palm Beach. No lo supo por ella, su madre telefoneó para avisarle que Raúl Castro había hablado y que iban a transmitir las palabras de Obama en la televisión nuestra, que el Bloqueo se había acabado y que los Cinco estaban de vuelta en Cuba. Esto tecleó Claudia en su laptop.

-Y desde allá, ¿qué te contestaron?

-Que sí, que era verdad, que cerca de ellos no había habido reacciones paroxísticas, pero que supieron de gente que chilló y salió a celebrarlo a la calle diciendo que el Bloqueo había muerto.

Ernesto interviene.

-La gente está loca, el bloqueo sigue ahí.

-La gente está loca de remate, dice Claudia, y luego casi se lanza delante de un taxi que siguió de largo.

“Es el tercer hijo de puta que no nos para”, comenta Ernesto.

¿Qué cambios te imaginas en Cuba para los años que vienen, con los estadounidenses andando por aquí?, pregunto como si se me hubiera ocurrido entonces.

Ernesto responde.

-Yo no sé si cambiemos, chico. A ver, mira el transporte público, es pésimo, y no se corregirá por los americanos. Al final el tipo que tiene billetes no va a vérselas mal en cualquier caso. Si nos instalaran una Burguer King al lado del agromercado de Tulipán, el que cobra un sueldo de solo 15 CUC mensuales no va a disfrutarlo. El que tiene siempre tiene, creo que era Manolín, el médico de la Salsa, el que lo decía en una canción. A mí me amargan, por ejemplo, estas atrocidades.

Y señala una gallina decapitada descomponiéndose y a un racimo de plátanos renegridos con una cinta roja amarrada, todo al pie de una palma. “La religión es una cosa y la falta de higiene es otra”, dice. “A la religión la respeto, pero la falta de higiene en las calles no me gusta. En eso aprenderíamos de los americanos, dime dónde tú viste en una película del Yuma, un papelito tirado en la calle, por no mencionar los baches.

“Y pon en tu escrito que soy ateo”, añade Ernesto detrás de una pausa.

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Ninguno daba crédito, ni Sonia de 64 años, pero las cosas son así, cambian cuando menos lo esperas, dice. En casa de Sonia, la podredumbre está tan presente, que es uno más en la sala. En casa de Sonia, del techo se han desprendido pedazos que estallan en el suelo como suicidas.

“Yo estuve de manisera que era igual a decir que estuve desesperada, porque no lo hubiera hecho sin aprietos, porque fui económica, con título, hasta que me cansé y dije está bueno ya, y me armé de valor y me jubilé.”

“Fui militante del Partido Comunista y en el Partido me hicieron la vida imposible porque en las reuniones hablaba sin pelos en la lengua. Me marcaron y me jodieron. Cuando aquello había mil maneras de joderte. Si te mandaban a un viaje a la URSS tú pensabas que era una estimulación, pero era un modo de salir de ti, que eras la espina atravesada en la garganta”.

Vamos a dejarlo, explica, volvamos a los tiempos en que fui manisera. “Por aquel entonces, en más de una fecha me le escondí a la policía como si fuera una delincuente, por el enredo de la licencia y ahora, mira, cualquiera saca una licencia, pero con maní no da la cuenta. Vivir para ver, mira cómo nos damos las manos con los yanquis y antes te metían a la cárcel por llevar un dólar en el bolsillo.

“Hace poco me puse a hacer duro frío, es más sencillo, hielo y refresco instantáneo.”

“Los americanos no saben de duros fríos; es un invento de nosotros. Que yo sepa no hay otro ser en el mundo que coma duro frío aparte del cubano. Me imagino a un yanqui comiendo duro frío, con los dientes fríos, pero no me interesa si lo hacen o no, si viajan aquí o no. A mí lo que me importa, tú grábalo, es que en el agro y las tiendas me bajen los precios. En especial, el agro, que me lleva de la mano y corriendo.”

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Ninguno daba crédito, ni Yulexis que cruza la calle 23, con la luz verde puesta. En un segundo plano, un conductor que era un alfeñique presiona el claxon y le grita a Yulexis que ella es el abuso. Poco más de un metro sesenta, —por apreciación— delgada, caderas anchas, camiseta y una lycra con la bandera de Estados Unidos.

“Se está usando la bandera y aquí, no abiertamente, siempre hubo gente a la que le gustó, que nadie te engañe. Yo creo que sí, que con los americanos se van a ampliar las cosas, La Habana va a coger más color, vamos a ver lo que no habíamos visto fuera de la televisión, las series del paquete y las películas. No sé, artistas, músicos y McDonald’s. Y, como estamos, hasta papel higiénico, que se perdió igual que la cerveza Bucanero. Esto, a lo mejor, se pone interesante. Tampoco hay que embutirse de ilusiones, porque es el gobierno el que negocia y no somos ni tú, ni yo”.

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Y por lo pronto, Yulexis reemprende su marcha reajustándose la lycra. La bandera estadounidense, del mismo modo, se reacomoda, y yo voy rehaciéndome una idea algo muelle, algo diáfana, de lo que estamos por vivir, o por revivir.

 

Ilustraciones: Maykel González

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