La jugada perfecta de Bernardo Benes

Evocación de un hombre que trabajó por el diálogo entre cubanos y pagó un precio muy alto por ello.

Foto: Rui Ferreira.

Foto: Rui Ferreira.

Bernardo Benes, el hombre que hizo de la reunificación familiar cubana la obra de su vida logrando la liberación de 3,600 presos políticos y dejando una huella indeleble en la historia de los dos países, ha muerto el lunes en Miami a los 84 años.

Benes fue uno de los cubanos que en los años 70 del siglo pasado llevó a cabo una de las iniciativas más audaces por parte de cubanos que vivían en Miami: aceptar una invitación de Fidel Castro para viajar a La Habana y llevar a cabo un proceso de conversaciones que quedó conocido como “el Diálogo”. Y diálogo, en esa época, era una palabra maldita en Miami, un sinónimo de componenda con un gobierno –el de Cuba– que había arrastrado a centenares de miles de cubanos hacia un exilio indeseado y doloroso.

Pero a Bernardo eso no le importó, aunque terminó pagando un precio muy alto por ello. Llegó a decirme que lo habían arruinado cuando, siendo un banquero exitoso, tuvo de vender sus acciones en el banco de su propiedad, donde incluso llegaron a colocar una bomba e intentaron matarlo dos veces. Benes fundó el primer banco cubano-americano de la ciudad, el Continental National Bank of Miami.

“Bernardo me ha dejado un impacto muy grande porque inicialmente no creía en su gestión, en lo que estaba haciendo. Era algo muy difícil, era como alcanzar la Luna, algo casi imposible pero él siguió trabajando con mucha persistencia porque siempre fue un hombre muy persistente”, dice su amigo el empresario de televisión José Ramón Prado.

El inicio del Diálogo

Hace unos 20 años, Benes se sentó a conversar y me contó cómo comenzaron sus largas sesiones de conversaciones y contactos con el fallecido ex presidente cubano desde mediados de 1977. Yo estaba hacieno un reportaje que posteriormente se publicaría en el diario español El Mundo.

Todo empezó una tarde de agosto de 1977, cuando recibió una curiosa llamada telefónica en la habitación de su hotel en Ciudad Panamá. Del otro lado del hilo, un amigo le manifestaba el interés que otros “amigos” tenían en conversar con él. “Vienen de Cuba y traen una propuesta interesante”, dijo su interlocutor.

La simple mención de la palabra Cuba fue suficiente para que el pelirrojo exiliado, banquero y de origen judío, accediera a conversar. Después de todo, Benes jamás dejó de pensar en su país natal y hacía tiempo que acariciaba un viejo proyecto: reunificar la familia cubana.

El encuentro se concretó días después, el 22 de agosto en el restaurante Club Panamá. Al llegar, Benes descubrió que los “amigos” de la isla, eran nada más y nada menos que José Luis Padrón, Antonio “Tony” la Guardia y Amado Padrón Trujillo, los tres altos oficiales del Ministerio del Interior. “En ese almuerzo participó también un amigo mío, Alberto Pons, empresario radicado en Panamá”, me contó Benes.

Sentados en la mesa 3 del restaurante Club Panamá, los cinco comensales fueron servidos por un mesero de apellido Cáceres, que sin duda hasta hoy no sabe que fue testigo de un momento histórico.

Delante de tres langostas y dos corvinas, los enviados de Fidel Castro le propusieron algo que Benes de entrada creyó que no estaba entendiendo bien. Le dijeron que “la Revolución estaba consolidada”, “no tenía marcha atrás”, y que “había llegado el momento de conversar y escuchar al exilio”.

“Aquello me cayó del cielo”, dice Benes. “Hacía años que estaba pensando en la necesidad de la reunificación familiar y de repente esos tipos me estaban proponiendo eso mismo”. Esa tarde acordaron que, en principio, seguirían explorando las posibilidades de diálogo. Pons pagó los 72 dólares del almuerzo, propina incluida, y Benes regresó a Miami.

Foto: Rui Ferreira.
Foto: Rui Ferreira.

Entran los americanos

Benes sabía que no podía moverse a espaldas de Estados Unidos. “Nunca hice nada sin que ellos lo supieran”, me contó. Por eso, al regresar a Miami, llamó inmediatamente a un viejo amigo, Larry Steinfeld, oficial retirado de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y le explicó lo sucedido.

Días después, la CIA le mostró dos fotografías. Una de Tony la Guardia y otra de Luis Padrón, sobre quien le dijeron era “el apoderado de Castro”. Y le dieron luz verde. “El gobierno americano me dijo que siguiera explorando esos canales”, sostuvo.

Como diría más tarde otra de las participantes en el diálogo, la investigadora María Cristina Herrera, todo fue muy fluido porque Benes “era una especie de embajador de Carter en esta ciudad, tenía todos los contactos con la Casa Blanca, sabía explicarles nuestra realidad”. El antiguo banquero fue, de hecho, el representante del ex presidente demócrata Jimmy Carter en Florida durante la campaña presidencial de 1976.

A lo largo de siete meses, Benes y los cubanos, con los americanos al tanto, sostuvieron encuentros en diversos lugares del continente, algunos incluso en la ciudad de Miami. “Nos reunimos miles de horas. Trataba de desarrollar el concepto de la reunificación familiar, trabajé en ese sentido y también para sacar a los presos políticos”.

Fue tan grande la compenetración del banquero en las conversaciones y el interés de Washington en ellas, que “en esos 2 años hablé más con Peter Tarnoff [subsecretario de Estado] que con mi señora”, afianza. El asunto era tan discreto que en los telegramas Bernardo usaba el sobrenombre de Benito, mientras Tarnoff era Pedrito.

Pasada esta etapa, Benes desembarca en La Habana el 12 de febrero de 1978 y hasta el 21 de octubre de ese año, cuando es liberado el primer grupo de 40 presos políticos, se reúne por lo menos 150 horas con Castro. Conversaron lo mismo bajo un cocotero en la playa de Santa María del Mar, que en su despacho.

La liberación

Durante tres días en octubre de 1978, una nutrida delegación de la diáspora cubana, el Grupo de los 75, estuvo reunida en el Palacio de la Revolución con Castro y sus ministros para definir los detalles de la apertura que el Gobierno cubano hizo a los exiliados. Fueron momentos de tensión muy grandes. Benes me contó un día que, estando sentado en el despacho de Fidel Castro, se levantó y comenzó a pasear por la sala y se interesó por la biblioteca del líder cubano. En el despacho se encontraba también el entonces ministro de Interior, José Abrantes Fernández.

“Yo estaba de espalda a ellos pero cuando me volví, Abrantes estaba de pie y tenía la mano en la cartuchera de la pistola”, recordó.

Otro momento se dio antes de que el primer grupo de presos embarcara hacia Miami: estaban los dos sentados en una casa de protocolo en la barriada de Siboney, junto a otro de los “dialogueros”, el fabricante de tabacos Orlando Padrón, cuando alguien le dijo a Benes que los presos estaban listos para ir al aeropuerto. Él se viró hacia Castro y lo puso al tanto. “¡Que esperen!”, le espetó el gobernante. En pocos segundos, la cosa se puso al rojo vivo cuando Bernardo le ripostó: “¿Cómo que esperen, Fidel? ¡Si han esperado 10, 15, 20 años!”.

Para Bernardo era un cuestión de principios y emocional. Tanto, que ese mismo día por la mañana “cuando nos dijeron en Miami que abordáramos el avión [para ir a buscarlos] él empezó a llorar inconteniblemente. Eso nunca se me olvidará, contó años después el periodista Gustavo Godoy, quien cubrió todas las incidencias de esos días. “Bernardo vio cómo finalmente el encuentro con los presos iba en serio, pese a los ataques del exilio aquí. Fue una catarsis”.

En total, Bernardo Benes trajo a Miami 3,600 presos políticos y sus familiares. Nunca le agradecieron públicamente.

Foto: Rui Ferreira.
Foto: Rui Ferreira.

El precio de la bondad

“Bernardo pagó un precio muy alto por lo que hizo y nunca le agradecieron. Ni los presos que ayudó fueron muy agradecidos. Fui testigo de cómo perdió su vida de negocios aquí. Pero siguió adelante no obstante todo lo que le sucedió, porque Bernardo nunca se arrepintió de lo que hizo ni perdió el entusiasmo”, afirma el escritor y profesor universitario Lisandro Pérez.

Por eso, Pérez cree que Bernardo Benes Baikowitz, nacido en Matanzas el 27 de diciembre de 1934, hijo de emigrados rusos, es “un pionero”.

“No fue el primero pero sí el pionero en su disposición de desarrollar los lazos de la Isla con la diáspora. Todo lo que él hizo ha permitido que los cubanos de aquí visiten a los de allá. Muchas personas que ahora son jóvenes y miran estos vuelos diarios como algo normal, estos contactos continuos, cómo la comunidad acá ha sido un factor de apoyo en el cuentapropismo allá y en la economía, no saben que en 1978 nada de esto existía”, subraya el profesor universitario.

El analista político Alejandro Armengol, que conoció a Bernardo Benes de cerca, considera que su amigo es un símbolo destacado de un importante momento de la comunidad cubana en Miami. “Fue historia, política y humanismo. No se puede hablar de lo mejor y lo peor del exilio histórico sin mencionarlo”.

“Benes fue ‘culpable’ de contribuir a la liberación de 3,600 presos políticos en Cuba, intentar un entendimiento entre Washington y La Habana, cooperar decisivamente a un cambio en el perfil de la comunidad exiliada en Miami y desarrollar la creación de diversas instituciones –algunas con mejor suerte que otras– de ayuda y entendimiento entre cubanos, estadounidenses, latinoamericanos, judíos y cristianos. Por esos ‘delitos’ sufrió humillaciones, ostracismo y ataques de diversa naturaleza. Pudo haberse equivocado en algunas ocasiones, pero actuó siempre con desinterés y dedicación”, afirma Armengol en una evocación publicada en la revista Cuba Encuentro, aún conmovido por la noticia.

Y remata: “De su participación en las negociaciones en La Habana puede afirmarse que no cometió falta alguna en sus principios, y si hizo más de un juicio erróneo, fue en gran parte a causa de una cuestión de inocencia. La única culpa que se le puede achacar es la de no haber sido un buen conspirador. Pero eso solo es un defecto cuando no se aprecia la virtud”.

Como sentencia el abogado John De León, uno de los directores de la Unión Americana de Libertades Civiles, que en aquel entonces defendió a Benes de los ataques que sufrió: “Bernardo hizo una gran diferencia en esta comunidad y en las vidas que tocó. Esa es la realidad. Él verdaderamente ayudó a la historia de Cuba”.

En los últimos años, ya retirado de casi todo pero con una curiosidad inagotable sobre todo lo relacionado con Cuba, Bernardo Benes solía visitar las redacciones de periódicos y estaciones de radio, donde invitaba a sus amigos periodistas a unas meriendas inolvidables en la Pequeña Habana, durante las cuales se discutían los últimos acontecimientos de la Isla, para bien o para mal, y siempre aparecía alguna anécdota por el medio que Benes recitaba con todo detalle.

En uno de esos cónclaves alguien le preguntó qué extrañaba más de Cuba. “Sentarme en el Estadio del Cerro”, dijo sin titubear. El ahora Latinoamericano. Sí, porque Bernardo Benes Baikowitz, con raíces en Minsk, Bielorrusia, y Matanzas, Cuba, era un loco a la pelota. Dicen algunos amigos que uno de sus últimos grandes placeres era sentarse en las gradas del estadio de los Marlins en Miami con los nietos y explicarles las jugadas.

“Nada como un tres y dos. Es la jugada perfecta en la pelota. Le congela la sangre a cualquiera”, dijo en una de esas veladas. Si se mira bien, el Diálogo también fue una cuestión de tres y dos.

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