La salida de Bolton sí importa

En la era Bolton, la política de Trump hacia Cuba era la política de Rubio, porque así lo abrazó el Asesor de Seguridad nacional con entusiasmo. 

El ex asesor de Seguridad Nacional John Bolton (atrás) contempla al presidente Donald Trump mientras este habla en una reunión en la Casa Blanca. Foto: Pablo Martínez Monsivais / AP / Archivo.

El ex asesor de Seguridad Nacional John Bolton (atrás) contempla al presidente Donald Trump mientras este habla en una reunión en la Casa Blanca. Foto: Pablo Martínez Monsivais / AP / Archivo.

“John Bolton es absolutamente un halcón. Si por el fuera, estaríamos en guerra con el mundo entero” –dijo una vez el presidente Donald Trump sobre su recién despedido asesor de seguridad nacional. Trump ironizaba que alguien podría ser más halcón que él, disfrutando poner bridas a la agresividad de su asesor de política exterior.

Ya no es sorpresa que el Presidente despida a funcionarios por Twitter. El secretario de estado Rex Tillerson tiene el “mérito histórico” de ser el primer miembro del gabinete despedido en medio del Atlántico. Tillerson andaba de gira por África y en su vuelo de regreso, conoció que sus servicios al Presidente ya no eran necesarios. Así es Trump.

Bolton ha dicho que renunció la noche previa, pero hasta la mañana del martes pasado, el embajador todavía tenía esperanzas, con las rodillas apretadas y rezando. En el sitio de la Casa Blanca había sido anunciada una presentación de Bolton junto a los secretarios de Estado Mike Pompeo y Tesoro, Steven Mnuchin hasta el preciso momento del tuit fatal. La jocosidad con la que los secretarios asumieron las preguntas de los periodistas sobre el despido ilustró que la salida del embajador Bolton no los sorprendió. Pompeo apareció jubiloso, sin pena por el defenestrado.

La presencia de Bolton en la administración Trump no era impensable pero nunca fue un matrimonio hecho en el cielo. Bolton hizo alianzas con la política neoconservadora pero su hogar estaba en el ala más reaccionaria tradicional del partido republicano. Su mentor fue el senador Jesse Helms, al que la democracia, ni siquiera la impuesta, no pudo importarle menos.

Puede que Helms y Bolton hablasen un día de derechos humanos, pero, a diferencia de los neoconservadores, no veían la seguridad de EE.UU. en términos de una paz democrática, en la que la forma interna de gobierno de los estados es relevante.

Bolton nunca tuvo dolor de cabeza porque Helms defendió la segregación racial en EE.UU., y el apartheid en África. La Ley Helms-Burton que procura hambrear a Cuba como país tampoco tiene nada que ver con los derechos humanos. Se llama LIBERTAD, como un artificio para evadir los estándares internacionales y repartir dinero a grupitos anticastristas en Miami, México y Argentina a través de la USAID y la NED con pretextos sociales, académicos, y hasta humanitarios.

La actitud hacia la guerra en Irak es sintomática de diferencias y coincidencias. Trump considera la guerra en Iraq un desastre provocado por la soberbia de las élites en Washington. Al abogar por la guerra en Iraq, Bolton tuvo que aclarar en una entrevista que él no se levantaba a diario pensando cómo insultar a la ONU, sino cómo podría defender los intereses de EE.UU. Ya había escrito en el New York Times que el derecho internacional era apenas una maraña legal para enredar a los EE.UU. previniéndole hacer lo que le diera la gana cuando le diera la gana.

Como Bolton, Trump es unilatealista y rechaza la idea de un poder suave, pero a diferencia del primero, entiende que EE.UU. se desgasta en intervenciones por motivos que no sean directamente económicos o de seguridad. Las alianzas con socios ideológicos son instrumentales.

A diferencia de Bolton, que hizo carrera en la USAID, Trump ha dado voz a un sentimiento extendido en EE.UU. contra el malgasto del tesoro y la sangre de los norteamericanos en aventuras y proyectos de cambio de régimen. Con cierta razón, Trump ha denunciado el desperdicio de políticos arrogantes en Washington, empeñados en imponer en otros países a políticos que merodean la capital estadounidense compitiendo por ser el favorito Gunga Din. Bolton, por el contrario, es viejo en ese juego, típico de la guerra fría.

En el tema Cuba, Bolton no fue pro-estadounidense

Se ha dicho que a Bolton no le importaba el multilateralismo porque era un defensor al desnudo de los intereses estadounidenses. Sus posturas sobre el embargo/bloqueo contra Cuba son un ejemplo de que Bolton es un político reaccionario al que los valores e intereses estratégicos y económicos de EE.UU no le pueden importar menos.

En la administración de George W Bush, Bolton inventó falsedades contra la visita del presidente Carter a Cuba en 2002. A unas horas de la llegada de Carter a Cuba, aprobada por el secretario de Estado Colin Powell, Bolton montó un show en la Fundación Heritage para acusar a Cuba de poseer armas biológicas y ser una amenaza para EE.UU. ¿Son esos inventos y el barato juego con temas de seguridad nacional estadounidense expresión de una postura patriótica estadounidense? Difícil de creer.

En las audiencias senatoriales de confirmación para embajador en la ONU se sabría que la obsesión de Bolton con Cuba era aún más grave si de los valores estadounidenses se trata. El sub-secretario de Estado Carl Ford, un decente republicano, describió a Bolton violando todas las rutinas y procedimientos para imponer su mentira, maltratando a sus subordinados, “besando hacia arriba y pateando hacia abajo”. Otro senador, al ser nombrado Bolton al cuartel general de las Naciones Unidas en New York, definió la decisión como un “viaje de Nixon a China”. También en ese momento, el entonces senador demócrata Joseph Biden, lo caracterizó como “enviar un toro a una tienda de porcelana china”.

Acoso e intimidación, politización del análisis, amenazas macartistas de destruir la carrera profesional de funcionarios del Departamento de Estado y la CIA, maltrato a subordinados. Nada de eso es norteamericano por carácter. La mayoría de los estadounidenses no se comportan así ni comulgan con ese proceder. De hecho, Bolton y sus acólitos se han visto forzados a actuar con tanto desparpajo porque es la única manera que tienen de imponerse.

Mario Díaz-Balart destacó a Bolton como el servidor público ideal. Solo desde los códigos profesionales de la capital del fraude al medicare, donde una escuela de leyes se llama “Rafael Díaz-Balart” en honor a un ministro de la dictadura de Batista, se puede decir que Bolton representa lo mejor de la política en Washington.

Incluso allí, Bolton, al que quieren describir como “pro-americano”, tiene una reputación de abusador y desagradable. Trump lo nombró como Asesor de Seguridad nacional, un puesto que no requiere confirmación senatorial.

Así pues, debemos ser exactos: pro-EE.UU., Bolton no fue. Ni por los intereses que defendió ni por los valores aprendidos de Jesse Helms.

¿Y ahora qué?

Tras la defenestración de Bolton, Trump recibió una llamada del senador Marco Rubio. Rubio expresó temor de que la salida de Bolton fuese a significar el debilitamiento de las sanciones contra Cuba, un país que compara con Corea del Norte. Sorprende que Rubio nunca dice nada al Presidente sobre los inmigrantes cubanos humillados en los campos de detención fronteriza y que se supone estarían escapando del país que describe como una Alemania hitleriana a noventa millas.

En respuesta a la conversación con Rubio, Trump ratificó que a nombre de la presidencia puede decir a la vez una cosa y su contrario. Según un tuit de Trump, él le dijo a Rubio que Bolton “lo estaba limitando” en dureza contra Cuba y Venezuela. Una diferencia entre Marco Rubio y Mario Díaz-Balart es que Rubio escoge hacerse el tonto cuando le conviene. Rubio y su staff saben que el propio Trump ya dijo esta semana a varios reporteros que él discrepaba de la política que Bolton proponía para Venezuela. Estaba “fuera de toda línea”, dijo Trump, y se “ha probado que yo estaba en lo correcto”.

Siempre puede ir peor entre la Habana y Washington, pero lo probable no es eso. Rubio tiene pocas opciones a esta hora más que asegurar que cree todo lo que le dice Trump. Lo que viene puede ser peor y en última instancia el remedio para la hostilidad de Trump contra Cuba, los viajes a la isla, familiares y de otra índole, la posibilidad de que estos dos países se muevan a un universo de mejores perspectivas, depende de lo que ocurra en noviembre de 2020. Pero un Asesor de Seguridad Nacional más comprometido con la Ley Helms-Burton que Bolton habría que mandarlo a copiar, particularmente por la prioridad que le dió, al punto de pasarse en menos de cinco meses dos días enteros en Miami entre lisonjas, saraos y guataquerías.

Es cierto que el presidente Trump tiene la voz cantante en la política exterior de EE.UU. y en la medida en que existe –algo a poner en duda– una estrategia hacia América Latina, no ha mostrado un curso favorable a relaciones constructivas con Cuba. Su plan de victoria electoral en 2020 pasa por ganar la Florida con el apoyo del voto más reaccionario de la comunidad cubana sin tener a dónde ir pues ya –ese también es el legado de Obama–, todos los candidatos demócratas favorecen el fin del embargo/bloqueo.

Es cierto también que el secretario Pompeo, principal ganador en esta batalla burocrática tiene un récord de favorecer agendas de hostilidad hacia Cuba. Es una ilusión esperar mejorías de las relaciones bilaterales, por lo menos antes de enero de 2021.

Pero anticipar que un nuevo asesor de seguridad nacional, entre los candidatos más probables, proponga una política más perjudicial a EE.UU. y a Cuba que el abrazo que Bolton y Claver Carone le dieron a la apertura del título III de la Ley Helms-Burton, requiere subestimar mucho a Trump, a Pompeo y a quien fuese nombrado. Usted escoge, si le cree a Trump y a Rubio, o a sus propios ojos.

¿Qué dicen las evidencias? Al ser nombrado asesor de seguridad nacional, Bolton fue aclamado con gran beneplácito por partidarios del embargo contra Cuba. Bolton no defraudó. En agosto de 2018, Bolton trajo al Consejo de Seguridad Nacional, para deleite de sus seguidores cubanos, a Mauricio Claver Carone, quien ha hecho la carrera abogando por reforzar las sanciones contra Cuba. Una química especial se gestó entre ellos.

En Miami le organizaron sendos saraos que para no variar empezaron tarde y entre tantos abrazos y besuqueos muy cubanos, incluyeron el choteo de una bella cantante que ni siquiera se sabía la letra del himno nacional de Cuba. En EE.UU. no es habitual la participación del Asesor de Seguridad Nacional en esas tribunas abiertas con almuerzos, artistas y cómicos de la localidad. Solo Bolton, por el cariño que le tiene, pudo escuchar con cara de atención dos veces el mismo discursito de Díaz-Balart, “ahora si nos vamos para la Habana”.

Contrario al secretario Pompeo y el propio Presidente Trump que han expresado dudas sobre la oposición venezolana, Bolton insistía en presentar el fin del gobierno de Maduro como a la vuelta de la esquina y que todas las opciones, incluida la militar, debían estar sobre la mesa, empezando por Venezuela, pasando por Nicaragua y terminando en La Habana.

Ignorando todas las advertencias que fundamentan las diferencias entre la Venezuela de Maduro y el Panamá de Noriega, Bolton utilizaba su puesto para una retórica festinada que pocos tomaban en serio, pero que comprometía a la administración Trump en posibles cursos peligrosos dado lo delicado de la situación, fragmentando incluso la coalición internacional contra Maduro.

Ninguno de los valorados para el cargo –según los medios de prensa– tiene esa historia de compadreo que pasa por el senador Helms con la derecha cubana exiliada. Ni los enviados para las negociaciones en Corea, Stephen E. Biegun; o a Irán, Brian Hook, que han sido mencionados para el cargo, ni el coronel retirado Douglas McGregor, ni el actual director en funciones del consejo de seguridad nacional Charles Kupperman, ni el embajador en Alemania Richard Grennell o las cartas inesperadas de un retorno del general H.R. McMaster, o el nombramiento del negociador con China Robert Lighthizer. Ninguno tiene la biografía del autor de Surrender it is not an option, que corrió al condado Dade para movilizar a sus cubanos a la hora de asegurarle a George W. Bush la elección de 2000.

Hay razones estructurales que complican la ponzoña de la hostilidad contra Cuba a contracorriente de los intereses nacionales estadounidenses. Con el despido de Bolton, Trump ha dicho que quien está en control de su propia política exterior es él. Los intereses de Trump y sus preferencias no tienen a Cuba como la prioridad que era para Bolton. En la medida en la que Trump y sus intereses tienen una visión de Cuba –más allá que ganar los votos de Florida en el colegio electoral– esta es menos virulenta que la de Bolton. No le interesa.

Es difícil pronosticar que un asesor de seguridad nacional teniendo frente temas como Rusia, China, los déficits bilaterales de comercio, las negociaciones con Corea, en Afganistán y posiblemente con Irán vaya a salirse de esos asuntos para viajar a Miami dos veces. Eso solo lo hacia Bolton. Su identificación con Mauricio Claver Carone era tan completa que casi uno se pregunta hasta cuándo esa cara redonda seguirá en la foto. ¿En cuál de las áreas en las que Bolton saboteó a Trump, Claver no coincidía con su jefe?

¿Por qué un Asesor de Seguridad nacional leal a un Presidente que desea acuerdos con Rusia, y dice que Kim Jong-Un “quiere mucho a su pueblo” tendría que ignorar las complejidades que Cuba tiene en la actual coyuntura, si por ejemplo las reformas económicas condujeran a un crecimiento económico en la isla? Si todo lo que Trump ha querido y Bolton ha saboteado ocurriese en Moscú, Teherán, Pyongyang, Kabul o Damasco, la hostilidad obsesiva hacia Cuba, particularmente después del retiro de Raúl Castro, tendría menos sentido desde una lógica de interés nacional estadounidense.

La idea de que el reemplazo de Bolton vaya a ser peor para Cuba contradice la más elemental inducción sobre el tuitazo presidencial: Trump está a cargo de su política exterior y el que venga tiene que adoptar sus prioridades.

En la era Bolton, la política de Trump hacia Cuba era la política de Rubio, porque así lo abrazó el Asesor de Seguridad nacional con entusiasmo. No pasó así en los días del General McMaster, incluso cuando el tema de los alegados “ataques sónicos” ya estaba sobre la mesa pues, entre otras razones, si se siguen las lógicas institucionales, y se consulta a burócratas y analistas, no se adoptan rumbos tan perjudiciales a EE.UU. Bolton ignoró todo eso.

Con Bolton, el escenario estaba decidido: hostilidad, hostilidad y más hostilidad. Con las opciones barajadas ahora, es de esperar que Trump siga diciendo hasta noviembre de 2020 que Cuba es un portafolio de Marco Rubio, pero, ¿Y después?

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