La visita de Barack Obama a Cuba y el fin de un privilegio

El presidente Barack Obama y el presidente Raúl Castro aplauden una carrera de los Rays de Tampa Bay contra la selección de Cuba en el Estadio Latinoamericano de La Habana, Cuba, 22 de Marzo 2016. Foto: Pete Souza / Casa Blanca

El presidente Barack Obama y el presidente Raúl Castro aplauden una carrera de los Rays de Tampa Bay contra la selección de Cuba en el Estadio Latinoamericano de La Habana, Cuba, 22 de Marzo 2016. Foto: Pete Souza / Casa Blanca

La visita del presidente norteamericano Barack Obama a Cuba, del 20 al 22 de marzo, representó la confirmación del rumbo de interacción y diálogo entre los dos países acordado el 17 de diciembre de 2014. Ben Rhodes, el vice asesor de seguridad nacional definió el objetivo del viaje como hacer “irreversible” la nueva política de la administración hacia Cuba. El principal obstáculo para lograr tal meta, no es hoy el gobierno cubano sino la insensatez de aquellos que en EE.UU. se oponen al nuevo curso.

Lo ocurrido en la Habana es un buen comienzo, pero a los discursos deben suceder las acciones. Queda por ver si la Casa Blanca hará que su burocracia encamine lo proclamado en los próximos diez meses; y hasta qué punto, el gobierno cubano será socio de Obama en la tarea de crear comunidades políticas en el interior del sistema norteamericano que, según su propia lógica, presionen al congreso en Washington y a quien quiera que se ocupe de la  próxima administración.

El entendimiento del 17 de Diciembre de 2014 no planteó nunca el fin de las diferencias de valores entre los sistemas políticos de las dos naciones. Por el contrario, el nuevo enfoque norteamericano se basó en la premisa realista de que cinco décadas de aislamiento y hostilidad sin ningún éxito eran suficiente evidencia para justificar un cambio de política. El gobierno cubano decidió también cooperar en el acercamiento, en tanto fomenta un ambiente internacional favorable a las reformas económicas y a la liberalización política que promueve el presidente Raúl Castro, como transición hacia un modelo más institucional, sin el carisma de Fidel Castro. 

Balance de una visita audaz

Apenas un año y medio después del acuerdo que desbloqueó la parálisis en las relaciones bilaterales, ya es claro que la política de acercamiento ha generado más avances para las dos naciones que todas las largas décadas de hostilidad juntas.

El embargo ha sido una política inmoral e ilegal durante cinco décadas, pero lo más relevante a los efectos de la Casa Blanca es su contrasentido funcional. El embargo resulta contraproducente, no por su oposición al gobierno cubano, sino por ser la antípoda de un orden liberal hemisférico basado en la hegemonía norteamericana, no en la dominación.

Cuba, como sociedad  y gobierno, son obvios ganadores también en la continuación de este proceso. La economía cubana creció cerca de un cuatro por ciento el pasado año y las proyecciones del actual son más halagüeñas. La Habana está operando al límite de las capacidades turísticas que permite el legado ineficiente de su economía de comando, pero puede recibir muchos más visitantes y expandir su potencial en dependencia de la propia capacidad de reforma y adaptación del modelo económico vigente.

Aun dentro de las limitaciones impuestas por el embargo/bloqueo mantenido como estructura legal, Cuba está cosechando los beneficios de un cambio de perspectiva global en el que aliados de EE.UU., como Francia, Italia, España y Alemania, han tomado ventajas de la proclamada nueva actitud estadounidense. Un acuerdo marco de cooperación y diálogo político con la Unión Europea sería el próximo aldabonazo. La Zona de Desarrollo Especial de Mariel está recibiendo un creciente interés como resultado de la confirmación, ahora a nivel de un viaje presidencial, que en Estados Unidos, las fuerzas anti-embargo han consolidado posiciones de difícil reversibilidad.

La rama ejecutiva estadounidense se ha sacudido el fardo de la condena internacional permanente a nivel hemisférico y mundial. En Cuba, según datos de una encuesta realizada por una firma de Miami (Bendixen y Amandi): más del noventa por ciento de la población respalda la nueva perspectiva. La prueba mayor de esta realidad ha sido la recepción positiva al discurso presidencial en el Gran Teatro de La Habana, la piedra angular de la estrategia obamista para establecer una comunicación directa con el pueblo de Cuba, en paralelo con la política de cooperación intergubernamental planteada por el presidente Raúl Castro para el desmantelamiento del bloqueo.

De las palabras a los hechos

El balance final de la visita es una victoria diplomática para Cuba y EE.UU. Como en toda situación de victoria mutua, las ganancias relativas no se distribuyen equitativamente. A corto plazo, Obama fue el gran ganador. El presidente estadounidense afianzó las bases para una conexión directa de EE.UU. con la sociedad cubana, apoyándose en un manejo más efectivo de comunicación.

Mas la diferencia de valores y la discusión pública sobre los mismos es solo una dimensión de la nueva política de intercambio que incluye también la promoción de intereses comunes. Es de esperar que, en el fragor de una visita presidencial, la atención norteamericana logre que muchas de sus jugadas diplomáticas sean óptimas, pero eso no es lo normal cotidiano. En una relación asimétrica, la disparidad de poder es acompañada por una brecha equivalente de atención que tiende a favorecer al lado más débil. En el proceso de seguimiento, Cuba tiene la ventaja de pensar acerca del vínculo bilateral, noche, tarde y madrugada, con una atención que sería irracional que EE.UU. pudiera dedicar a un país que es apenas el 0,12 % del producto económico global.

A nivel intergubernamental, Obama logró, con la delegación de empresarios y congresistas que lo acompañó, proveer una base al gobierno cubano para aprovechar los meses restantes de su mandato y hacer irreversibles los cambios.

El tiempo de la visita fue finamente calculado de cara a la política interna norteamericana y a la coyuntura crítica cubana. El viaje puso el tema de Cuba en la primaria republicana de la Florida, donde los dos cubanoamericanos partidarios del embargo fueron derrotados por el candidato insurgente Donald Trump, quien se había manifestado favorable a las aperturas de Obama hacia Cuba. Aunque eso no calma a nadie, pues Trump cambia de parecer político tanto como de medias, es evidente que las derrotas llueven sobre los partidarios del curso de cincuenta años de acoso y hostilidad.

Al interior de Cuba, la visita precede el VII Congreso del Partido Comunista, donde se discutirán las bases del nuevo modelo económico y el cronograma de la transición inter-generacional hacia una Cuba sin el grupo que hizo la revolución de 1959. Obama ha subido la expectativa de cambios, con un mensaje de apertura y diálogo, no exento de trampas, pero sustancialmente diferente y más cargado de retos ambiguos y oportunidades que la política anterior de cincuenta años de fracasos. Si la política de hostilidad de Washington contra Cuba es desmontada, según la propia lógica presentada por la cancillería cubana en diversos foros de derechos humanos, el sistema político cubano debería también abrirse. 

El fin de un privilegio

Al desfase histórico de la política norteamericana de embargo se podría aplicar la frase de León Trotski sobre el intelectual liberal neoyorkino Dwight McDonald: “Todo el mundo tiene derecho a ser estúpido, pero el camarada McDonald abusa del privilegio”. El presidente Barack Obama con este viaje ha tenido la claridad democrática de poner la política norteamericana en camino hacia un rumbo más racional.

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