Lo mismo ya no será igual  

Foto: Claudio Peláez Sordo

Foto: Claudio Peláez Sordo

Barack Obama, el primer Presidente negro en la historia democrática de los Estados Unidos y cuyo segundo período de mandato acabará en 2016 -cuando será todavía un joven político de sólo 55 años- ha concluido su visita a nuestro país. Deja tras la estancia -y lleva consigo- el efecto de tres intensas jornadas que he comenzado a llamar la miniprimavera de Obama. Hemos sido testigos de tres días en los que prácticamente cada verbo relacionado con la actividad del presidente parecía existir por primera vez. No es de extrañar teniendo en cuenta que el único precedente a la visita de un mandatario estadounidense en funciones, databa de 1928 y en circunstancias muy diferentes. Cerca de 90 años es mucho tiempo, y en nuestro caso, lo sabemos, demasiada tempestad.

Somos una nación que, anestesiada por el curso de su historia más reciente, ha desaprendido la sensación de las primeras veces. En tan sólo tres días, entre el paréntesis del aterrizaje y despegue del Air Force One en el Aeropuerto “José Martí”, fueron demasiadas primeras veces como para que consigamos entender, de inmediato, lo que realmente ha sucedido. La visita del presidente Barack Obama es de esos acontecimientos que uno comienza a comprender, que es, otra forma de vivirlos, tiempo después de que ha pasado el vértigo de su presente.

Quizás por eso, tanto los prolíficos medios de prensa, pulcrísimos acreedores del significado de la soberanía nacional, como los fervientes enemigos del 17D, apresuran traducciones para el pueblo cubano en torno al significado de estas jornadas. Transcriben a ¿nuestro lenguaje? cada acto, pausa y hasta sonrisa de Obama. Cada respuesta a la prensa. Cada omisión que haya podido pasar desapercibida ante nuestra virgen y por tanto deslumbrada ingenuidad. Activamente rumian y nos devuelven correctamente digerido el discurso pronunciado en el Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso”, haciéndonos notar que lo más importante no fue lo que dijo Obama, sino todo lo que no dijo. Eso que, aun siendo el Presidente de los Estados Unidos de América, debió decir.

Sucede que, como pocas veces, el acontecimiento que representa la visita de Obama a nuestro país tiene un significado tan propio y a la vez tan plural, que cualquier intento de uniformar y monopolizar su significado, se convierte en un ejercicio estéril.

Olvidan los críticos del presidente -de un lado y de otro, pero críticos al final- que aunque tienen los medios para hablarle a casi toda la gente, cada vez es más difícil -y riesgoso para la salud de su credibilidad- hablar en nombre de toda la gente.

Yo -que nunca esperé que Obama mencionara los bombardeos que ha autorizado en el Medio Oriente, así como nunca esperé, por ejemplo, que el Papa se refiriese a la despenalización del aborto vigente en Cuba- de algo creo estar seguro: muchas cosas para el cubano -común o no-, después de la miniprimavera con Obama, aunque sean lo mismo ya no serán igual.

No lo será la calle recién asfaltada para el vecino que consiguió grabar al Presidente. Podrán regresar -todos esperamos que no- los baches diplomáticos y constructivos del pasado. Incluso así, para el vecino, esa calle ya nunca será igual. De ahora en adelante será la calle en la que vivió el vértigo de ver pasar la caravana casi cinematográfica que acompañaba al mandatario. Será la calle donde sintió la exaltación por descubrir de cuál de aquellos carros se bajaría, e incluso quién era, entre todos aquellos trajes casi iguales. La calle desde donde él, un vecino cualquiera de una cuadra cualquiera, fue saludado por el presidente de una nación. De alguna nación. De esa nación. Por ese pequeño momento que hace en mí, el resumen de toda la ternura, ya valió la pena.

No será lo mismo para todo el que con alegría, una buena dosis de esperanza y agradecimiento salió a saludar y aplaudió al presidente. Consciente de que en su acto no olvidaba bombardeos, o el pasado. Consciente -al parecer mucho más que otros iluminados-  que en ese sencillo gesto no ofendían sino honraban  a los muertos de nuestra felicidad.

Ya lo sé, una golondrina -menos un Obama- no hace la primavera. Nadie -como decía Guillén- es tanto. Lo sabe el presidente que repitió -poco importa si lo cree realmente o no, porque no es suya sino nuestra esa verdad- “el futuro de Cuba tiene que estar en manos del pueblo cubano”.

Sin embargo, agradezco los valiosos momentos que dejó su paso por la Isla, los valiosos instantes de esta miniprimavera. Pocas cosas son más saludables para una sociedad que escuchar, enfrentada a su imagen en otro espejo, algo más que el “eres la más bella entre las bellas”. Nada como el vértigo de estas primeras veces para desperezarnos de la imagen que tenemos de nosotros mismos, y avanzar.

https://www.youtube.com/watch?v=bIW76ZNjd9g

¿Qué piensan los cubanos del discurso de Obama?

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