Los cubanoamericanos necesitan una nueva historia

La realidad es que son inmigrantes y no exiliados, desde la década de 1970. Simplemente no podemos imaginar la vida sin la vieja historia.

Foto: Marita Pérez Díaz (archivo).

El 29 de diciembre de 1962, el presidente John F. Kennedy se subió a un escenario en el Miami Orange Bowl. Un miembro de la Brigada 2506 le entregó una bandera cubana doblada. Desde las gradas se observó a una multitud de cubanos, incluidos los sobrevivientes de la debacle de Bahía de Cochinos y sus amigos y familiares. Inició el discurso de 14 minutos dando la bienvenida a los brigadistas en nombre de “su gobierno y su país” y asegurándoles que la bandera recién recibida sería “devuelta a esta Brigada en una Habana libre”.

Esto fue, por supuesto, una ficción. No habría otro intento serio de derrocar al gobierno revolucionario cubano, y las opciones diplomáticas se vieron restringidas por la ruptura de relaciones en 1961 y el establecimiento del embargo total en febrero de 1962. El destino de la Cuba del exilio estaba, como la bandera, en manos del gobierno estadounidense.

En 1966, el exilio recibió otro golpe. Ese año, con autoridad institucional irrevocable, la aprobación de la Ley de Ajuste Cubano creó la categoría de cubanoamericanos como inmigrantes, no como exiliados. El gobierno que Kennedy representó en su breve actuación como presidente se convirtió en nuestro gobierno. “Su casa es mi casa”.

El ritual Kennedy de 1962 inició la historia del exilio, que aún gobierna como ideología entre los cubanoamericanos en Miami. La historia se basa en la creencia de que el gobierno de los Estados Unidos, a través de sanciones y santurronería, liderará la carga por el cambio de régimen en la Isla. Se trata de una ficción, pero su poder este año motivó a algunos cubanoamericanos a lanzarse a las calles a golpear cacerolas en apoyo a la reelección de Donald Trump, un presidente de quien lo más amable que se puede decir es que es un narcisista completamente desinteresado en el destino de Cuba, del pueblo cubano o de los cubanoamericanos, más allá de los votos que estos le puedan aportar.

La historia del exilio (de victimización a manos de una dictadura comunista) ha tenido un buen recorrido. Les permitió a los primeros cubanos establecer una alianza con el Estado en su nueva tierra, lo que resultó en un trato beneficioso para los compatriotas que salieron corriendo al triunfo de la Revolución cubana. (Ver: el Programa de Refugiados Cubanos de 1961, la Ley de Ajuste Cubano de 1966, la expansión de la elegibilidad de la Seguridad de Ingreso Suplementario en 1975 y muchas otras iniciativas mayoritariamente demócratas para ayudar a la integración cubana).

En su apogeo, la historia tenía un propósito: establecer una episteme de retorno a la patria para quienes huían de la Revolución Cubana. En su relato original, los cubanos en el exilio encabezarían un derrocamiento violento del gobierno revolucionario.

Esa trama se disolvió terminantemente en el Orange Bowl, durante la entrega ritual de la bandera a Kennedy en 1962. Pero la historia continuó y los protagonistas pasaron de ser los exiliados cubanos como grupo a “los hombres de acción” que comandaron ataques terroristas clandestinos contra la Isla o plantaron bombas contra disidentes dentro de la propia comunidad de exiliados, quienes cuentan otra historia de cómo ser cubanoamericanos. Cuando la violencia fracasó, la estrategia pasó a influir en la política exterior del gobierno de Estados Unidos hacia la Isla, uniéndose a las guerras del presidente Ronald Reagan contra el “imperio del mal” y sus aliados.

La importancia geopolítica de los cubanos, más allá de Miami, sirvió para incorporar a la comunidad al Partido Republicano y al proceso político de Estados Unidos en su cruzada contra los países socialistas. Pero mientras la historia seguía su rumbo —con triunfos y fracasos de los soviéticos y sus aliados— Cuba permaneció sin los cambios deseados desde Estados Unidos. La única flecha en el carcaj del exilio fue el apoyo al Partido Republicano, sus políticas aislacionistas y su embargo. Han pasado casi 60 años. Hace tiempo olvidamos que podemos tallar una nueva flecha. Aparentemente, nunca olvidamos, pero nunca aprendemos.

El reciente trumpazo dio un impulso a la historia del exilio, gracias al meme fácilmente reproducible del “socialismo” inyectado en el cuerpo político del sur de la Florida, una geografía llena de inmigrantes que reclaman victimización a manos de un régimen autoritario u otro. Pero en general, la idea de que los cubanoamericanos son una minoría de exiliados obsesionados con la patria es un mito que mantienen vivo los narradores de la vieja historia, algunos de los cuales se aferran a ella por la seguridad que ofrecen las creencias fundamentalistas y otros porque viven de eso, como oportunistas, vendiendo la historia como una mercancía, como un audiolibro de Barnes and Noble.

La evidencia empírica más reciente de esto proviene de la Encuesta Cuba de FIU, que he dirigido desde 1991. Los cubanos que llegan desde la firma de los acuerdos migratorios de 1995 no son exiliados en ningún sentido de la palabra, sino inmigrantes económicos: más del 60 % declara haber venido a los EE. UU. por motivos económicos o familiares.

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De manera similar, cuando pedimos a los encuestados que den orden de prioridad a las políticas que los motivan a votar por un candidato, los cubanoamericanos, de manera consistente, ubican la posición del candidato con respecto a Cuba en el último o penúltimo lugar. La realidad es que los cubanoamericanos son inmigrantes y no exiliados, desde la década de 1970. Simplemente no podemos imaginar la vida sin la vieja historia.

Los cubanoamericanos necesitan una nueva historia anclada en la diversidad ideológica de la comunidad en el momento histórico actual. Para crearla, tenemos que mirar a nuestro alrededor y decidir qué queremos. A escala nacional, podemos, como ciudadanos, evaluar las políticas de los dos partidos dominantes y elegir cuál se alinea mejor con nuestras ideologías personales.

Pero lidiar con Cuba no tiene por qué ser un tema partidista, ya que su importancia no se limita a los cubanoamericanos que son ciudadanos o votantes registrados. Además, ninguno de los partidos ha presentado una forma sostenible y eficaz de avanzar en la política de Estados Unidos y Cuba. Sin embargo, si como comunidad queremos mantener una reconfortante continuidad con la vieja narrativa y decidimos ser actores en el desarrollo de la nación cubana y contribuir a la historia de Cuba, entonces tenemos que crear una historia que reconozca que apoyarse en el gobierno de Estados Unidos no ha funcionado. Pretender que el gobierno de Estados Unidos, independientemente de quién controle la Casa Blanca, servirá como agente de cambio en Cuba es parte de la vieja e ineficaz historia.

Desarrollar una nueva historia también requiere reconocer que el compromiso político (engagement) ha comenzado, pero los cubanoamericanos no están involucrados. Casi todos los acuerdos bilaterales entre Estados Unidos y Cuba iniciados durante la era de Obama (un total de 22) siguen vivos, aunque con soporte vital. Los gobiernos de Estados Unidos y Cuba acordaron mantener conversaciones sobre temas ambientales relacionados con los Everglades y la Ciénaga de Zapata, la investigación del cáncer, el cambio climático, la cooperación agrícola y una serie de otros temas de interés para ambos gobiernos.

Las sanciones impuestas por Trump, así como las restricciones a los viajes y las remesas, las sentimos principalmente nosotros, los cubanoamericanos, y nuestros familiares y amigos en Cuba, no el gobierno cubano o el estadounidense. La creencia de que tendrán un efecto punitivo sobre el gobierno cubano debe reconocerse por lo que es: un remanente de una vieja historia ineficaz, sin base en la realidad. Los gobiernos no sufren; sufre la gente.

También debemos reconocer que los años de Obama nos acercaron más a influir en las fuerzas sociales en Cuba que toda la dura retórica de las administraciones republicanas y demócratas desde que Kennedy aceptó la bandera en 1962. Durante esos dos años, los cubanoamericanos, por primera vez en casi 60 años, tuvieron un impacto positivo en la sociedad cubana. En 2016, dos años después de la nueva política, el 64 % de los cubanoamericanos apoyaron el engagement de Obama, incluido el 35 % de los republicanos. Involucrarse en el bienestar económico del pueblo cubano fue visto, incluso por algunos de línea dura, como un catalizador para el cambio; el injerto de las aspiraciones de la clase media en un sistema económico estancado, que podría dar lugar a una profunda reestructuración del Estado cubano.

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La apertura de Obama se convirtió en un Test de Rorschach político: aquellos que deseaban un cambio de régimen, así como aquellos que solo querían pasar las vacaciones con la familia y enviar pañales a sus sobrinos, vieron en las nuevas reglas una receta para el cambio. Ese fue el comienzo de una nueva historia, pero, como decía mi madre sobre hechos que no se concretaron, “quedó en la página dos”. No pasó de ahí.

Las políticas de Trump nos devolvieron a una realidad más cómoda, un tipo de fundamentalismo ideológico creado por nosotros mismos. Nos sentimos como en casa en esta alienación de la patria. El engagement requiere cambio y nosotros preferimos volver a una perspectiva segura y protegida, que nos escude de lo desconocido. Es hora de presionar los frenos en nuestro sistema de piloto automático. Es hora de una nueva historia.

La nueva narrativa debe reflejar la realidad actual. Considere esto: más del 60 % de los cubanoamericanos en el sur de la Florida apoyan las políticas estadounidenses diseñadas para mejorar las condiciones del pueblo cubano. Más del 70 % de los cubanoamericanos en el sur de la Florida tienen familiares en la Isla. El 50 % envía dinero a familiares y amigos en Cuba. Incluso durante el apogeo de la trumpmanía, más del 60 % de los cubanoamericanos apoyaron la venta de alimentos y medicinas a Cuba. El 60 % ahora apoya la suspensión de las sanciones del embargo hasta que termine la crisis de la COVID-19. Una gran mayoría apoya la reanudación de los servicios consulares en la embajada de La Habana. Esos son sentimientos poderosos en la comunidad, que necesitan ser reconocidos y nutridos. Esos son sentimientos que se centran en la familia.

La familia cubana, como agente de cambio, es el núcleo de esta nueva historia. La familia es el puente entre Cuba y la diáspora, entre la Cuba de hoy y la Cuba de mañana. Ya no somos simplemente exiliados, sino miembros de una comunidad transnacional. Las políticas de nuestro gobierno deben reflejar esa realidad.

El Partido Demócrata y el presidente electo Joe Biden podrían ser fundamentales para el desarrollo de esta nueva historia. Eso significa revertir algunas de las políticas de limitación de remesas iniciadas por Trump. Eso significa abrir los viajes a todas las partes de la Isla y reanudar la concesión de visas desde la embajada de La Habana. Eso significa abrir canales de negociación con el gobierno cubano, para discutir cómo la comunidad en la diáspora puede tener un papel más importante en la vida económica de la Isla, a través de sus familias y parientes.

La nueva historia tendrá un fuerte apoyo en la comunidad, porque la familia une la vieja historia con la nueva historia. En el discurso de 1962, al ejército de los exiliados, Kennedy enfatizó el “heroico esfuerzo del Comité de Familias Cubanas” para asegurar la libertad de los invasores cautivos. La nueva historia imbuye a la familia cubana transnacional de un papel histórico similar.

Cuando se trata de Cuba, hemos caído en un estupor inconsciente. Estamos confundiendo no hacer nada con hacer algo. La fe ciega depositada en el gobierno de Estados Unidos para promover el cambio a través de sanciones ha resultado ineficaz. Una nueva historia puede remodelar la relación entre los cubanoamericanos y los cubanos en la Isla. Hablo de una historia que se libera de los grilletes del pasado, forjados por una lucha geopolítica ahora en el basurero de la historia, y permite a los cubanos usar su pilar más fuerte: la familia, y la historia que crean.

 

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Nota: 

La versión original en inglés de este artículo se publicó en el Miami New Times, la versión al español se publica en OnCuba con la autorización expresa de su autor.

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