Obama en mi televisor

Ilustración: Guillo Moreno

Ilustración: Guillo Moreno

Después de semanas de apurados e insuficientes coloretes para el deteriorado rostro de la ciudad, llegó a La Habana el Presidente de los Estados Unidos de América, Barack Hussein Obama, acompañado de su familia y de su séquito presidencial. El avión del presidente, el Air Force One, aterrizó en el aeropuerto “José Martí” de La Habana. El acontecimiento recuerda el descenso del módulo lunar Eagle sobre la superficie selenita. Obama aparece junto a su esposa Michelle en la portezuela de la nave. Los nuevos Neil Armstrong y Edwin “Buzz” Aldrin contemplan un paisaje nunca visto por los inquilinos de la Casa Blanca desde 1928. Cuba es la Luna y La Habana, el Mar de la Tranquilidad. Solo faltaba que el Presidente exclamase la célebre frase de Armstrong: “Este es un paso muy pequeño para un hombre, pero un gran salto para la Humanidad.” Tal vez no para la humanidad, pero al menos para Cuba y los EE.UU. sí parece ser un enorme salto de 55 años. Muchos recibieron al Presidente que vino del norte con genuino entusiasmo, otros lo hicieron con un grano de sal y se concentraron en observar con ojo crítico lo que llamaron despliegue mediático, marketing político… en fin, espectáculo.

Un reconocido pensador y activista político francés, Guy Debord, definió la sociedad contemporánea como la sociedad del espectáculo. El espectáculo, según Debord, no se refiere solamente a la omnipresencia del audiovisual en la sociedad contemporánea, sino sobre todo a que hoy vivimos la vida toda como un gran y perenne show, el espectáculo media todas las relaciones humanas.

El espectáculo tiene sus propias reglas y sus propios recursos. Parte de la tramoya y de los props del espectáculo lo son en este caso los mitificados transportes del presidente norteamericano: su Air Force One, gigante aéreo con todo lo necesario para transportar y garantizar la comodidad y hasta la supervivencia del Presidente, sus acompañantes y la tripulación de la nave. Y su Cadillac One, conocido también como La Bestia: una limusina construida en 2009 por la General Motors para el Presidente. El despliegue de tales equipos se asemeja a la Cabalgata de las Walkirias, con sonido directo y sin la música de Wagner.

Tal es la fascinación que despierta La Bestia presidencial, que algunos habaneros esperaron durante horas en la 5ta avenida de la ciudad para verlo pasar –al auto, no necesariamente al presidente–, previo consentimiento de la policía local que custodiaba la vía. El propio apelativo de La Bestia es una metáfora humorística que remite tanto a la Biblia como a las sagas medievales de caballeros, damiselas y dragones, o tal vez a La Bella y la Bestia, de Cocteau. Por cierto, La Bestia presidencial no muestra su enigmático numero, el 666, por ninguna parte.

Pero todos ellos no son más que la mera escenografía que pierde su sentido sin los actores y, ciertamente, sin un guion. El protagonista del espectáculo es el propio presidente Barack Obama, asumiendo un rol de héroe ante su antagonista, el gobierno cubano. Ambos confluyen frente a un mismo objeto del deseo: Cuba como país, pero desde posiciones ideopolíticas divergentes.

Lo novedoso del guion de la visita a La Habana estriba en desplazar el antagonismo a un plano secundario, no mostrar el conflicto en toda su magnitud, sino en todo caso, referirse a este como un asunto del pasado. De hecho el pacto asumido explícitamente por ambos “actantes narrativos” fue el de trabajar juntos a pesar de las diferencias o incluso trabajar, por la vía del diálogo, para superar las diferencias.

Obama demostró ser un actor consumado que desempeña con gracia y maestría su papel en la escena, a pesar de no haber tenido ocasión para ensayar previamente en los proscenios en los que se desarrollaría el espectáculo.

Hace algún tiempo el desaparecido músico Frank Zappa sentenció que la política era la función principal de la división de entretenimiento del Complejo militar-industrial de los EE.UU. Es decir, la política es show, enajenación. Claro que esa aseveración se puede extrapolar a casi todas las naciones modernas.

En el transcurso de tres días y en diversos escenarios acordados por ambas partes, se vio al Presidente norteamericano desarrollar el guion elaborado por sus asesores. Obama siempre se mostró sonriente, ingenioso, bromista, afable, moderado, relajado, amistoso, cercano, en fin, con control de la situación. En sus intervenciones públicas durante la visita se reiteraban palabras como “oportunidades”, “nuevo” y sus sinónimos, entre otras. Los anfitriones tal vez esperaban un mea culpa, un seppuku público del presidente Obama, pero este mantuvo implícita y explícitamente que se sabía la historia, pero que esta no lo ataba. Algo así como “no me pregunten más que yo no había nacido cuando eso o era muy chiquito; no fue culpa mía. A fin de cuentas yo fui el que movió los caracoles para iniciar las relaciones, así que mejor miramos hacia delante.”

Sorprendentemente para el público de la Isla, el presidente norteamericano participó –sería y jocosamente a la vez– en dos breves sketches humorísticos con figuras reconocidas del humor cubano, haciendo uso de algunos cubanismos que le granjearon inmediata simpatía por parte de la audiencia meta. Más allá de ser veraz, Obama lució verosímil, auténtico, y esto es crucial para cualquier buen espectáculo, especialmente el político. Lo sabe Obama y lo sabe su cuerpo de asesores. Sin embargo, la contraparte cubana, a pesar de su larga experiencia y de contar en su historia reciente con un maestro en estas lides, pareció no comprender ni interesarle el carácter espectacular de la visita del presidente norteamericano.

Los anfitriones inexplicablemente no capitalizaron convenientemente el hecho de que el ilustre visitante pudiera hacer y decir a su antojo y sin restricciones porque se lo permitieron; incluso la parte cubana contribuyó en la producción del espectáculo. De modo que la preparación de los anfitriones para la visita lució insuficiente, lo que se hizo notar sensiblemente, y ello contribuyo al realce del performance obamiano. Funcionarios y periodistas de la isla aparecían con rostros severos. Hubo pequeñas pero abundantes equivocaciones en el habla de presentadores, entrevistadores, locutores y otros, que denotaban nerviosismo e inseguridad. También hubo miradas preocupadas dirigidas al espacio fuera de cuadro cuando estaban en pantalla.

Por otra parte, el espectáculo deportivo –subtrama importante del show– tuvo mal audio en general (entrevistas que no se oyeron y otras que se oyeron en inglés y no se tradujeron, ruido de otros que se colaban en la narración de los comentaristas, cortes anticipados de planos, etc.) como si en Cuba nunca se hubieran trasmitido impecablemente miles de eventos deportivos con entrevistas, tablas gimnásticas, y pizarras humanas incluidas. Para colmo, Cuba perdió el tope amistoso 4×1, después de cambiar buena parte de sus lanzadores durante el juego y conectar un solo home run en el noveno inning, para salvar mínimamente la honrilla beisbolera nacional. Cualquiera pierde un juego, es cierto…

Tampoco los medios cubanos reportaron las visitas del presidente Obama y de su familia a lugares de la ciudad. Tal parece que eso no fue noticia. Sin embargo, la voz de la calle informaba de una visita a una paladar en Centro Habana, o de otra visita a la Fábrica de Arte, y de muchos otros sucesos que no clasificaron como noticia para la parte cubana, pero sobre los que se explayaron varios medios foráneos cuyos trabajos ya se encuentran disponibles en el Paquete.

Nadie hubiera previsto que tales fallas en el espectáculo por parte de la isla pudieran ocurrir. Después de todo, Cuba ha sobrevivido en las últimas dos décadas el impacto de tres Papas y un Patriarca ortodoxo, más un monarca español y varios jefes de Estado europeo, lo que supone una cierta experiencia y hasta dominio en este tipo de espectáculos.

Ahora, los debates mediáticos cubanos sobre la visita del Presidente y las lecturas ingeniosas y críticas que se realizan de sus palabras y actos durante la misma no logran opacar el grueso de las opiniones, incluso las mostradas en la propia TV nacional, donde se valora de positiva la visita y la actitud del mandatario estadounidense en la capital de todos los cubanos.

Y es cierto. La visita del presidente Obama fue positiva. Es un paso importante para el buen desarrollo futuro de las relaciones entre los dos países. Eso se reconoce por todos en Cuba y por casi todos en el mundo. En reciprocidad, ahora cabe esperar la segunda temporada del gran espectáculo en la que el presidente cubano Raúl Castro visita los EE.UU. acompañado de su familia, de su seguridad personal, de la prensa, y de miembros de la Asamblea Nacional y del PCC, protegido por varios cazas Mig 29, lo recibe John Kerry en el aeropuerto, y sin entrar a la terminal aérea, se monta en su propio automóvil blindado –¿acaso un almendrón?– traído en un Il-96 desde La Habana.

Raúl visita la parte histórica de Philadelphia donde está la Liberty Bell, acompañado por el Historiador de esa ciudad, recorre el memorial Lincoln en Washington acompañado de Biden, lo recibe Obama en la Casa Blanca con revista militar a cargo de los marines, dicen sus respectivos discursos donde el Presidente cubano se refiere al mejoramiento de las relaciones de ambos países y que espera que haya cambios en la política doméstica de la nación norteña particularmente en materia de derechos humanos. Van ambos a una conferencia de prensa en la que se les hacen un par de preguntas incómodas, especialmente para Obama, por el periodista de Granma; el Presidente cubano visita un McDonald y ordena una Big Mac con papas fritas y una Coca Cola, luego aparece en dos shows de Saturday Night Live con humoristas en los que dice en inglés “What’s up, man?” y hace como que juega póker con el Pánfilo de allá.

Más tarde se reúne con los empresarios norteamericanos y les habla de oportunidades, después se encuentra con las fuerzas opositoras al Gobierno estadounidense en privado; seguidamente cambia de escenario y se dirige en un discurso a la sociedad civil norteamericana en el Washington National Opera con Obama y su equipo muy tranquilitos en el público, mientras el presidente cubano habla del bloqueo, de la Base Naval de Guantánamo y de los logros en educación y salud en Cuba; seguidamente se va a ver un tope amistoso de béisbol entre el equipo Industriales y los New York Yankees –y gana Industriales 4 por 1. Finalmente parte desde el aeropuerto John F. Kennedy de New York hacia Venezuela y el presidente Obama y su séquito lo despiden en la loza de la terminal aérea hasta que la nave se aleja en los cielos… ¿No es así?

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