¿Qué revelan los comentarios de Bernie Sanders sobre Cuba?

¿Cuáles son las preguntas que no se han hecho? ¿Cuál es el debate que falta?

Bernie Sanders. Foto: Patrick Semansky/AP.

En una entrevista en 60 Minutes el domingo por la noche, Anderson Cooper le dio al senador Bernie Sanders, candidato Demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, la oportunidad de aclarar algunas cosas que el senador había dicho sobre Cuba y Nicaragua en los años ochenta.

Vemos dos videos breves y de baja calidad, escuchamos la voz en off de Anderson Cooper explicando al público las posturas políticas que Sanders había expresado, y vemos un Sanders cuarentón, sin corbata, cabello gris y abundante, los viejos espejuelos de montura negra. Hacia el final del segundo video, escuchamos a Bernie Sanders hablando de la Revolución Cubana liderada por Fidel Castro: “educó a los niños, les dio atención médica, transformó totalmente la sociedad.”

Casi cuarenta años después, en este momento de la entrevista, uno podría suponer que mucho depende de la respuesta de Sanders, que el anciano vestido de cuello y corbata, de cabello blanco y ralo, enfrenta un dilema quasi existencial, que el hombre mayor contempla las ingenuas y simplistas declaraciones de la juventud, y que le corresponde una simple elección: plantar los pies en tierra firme y abogar por la democracia y los derechos humanos, o pisar sobre una isla a la deriva y apuntalando la dictadura y la represión. La pregunta se enmarca en los viejos binarismos de la guerra fría.

Pero pongamos pausa al video un momento y reflexionemos antes de escuchar la respuesta. ¿Cuál fue la pregunta? ¿Hubo en realidad una pregunta? No se invitaba al candidato a reflexionar sobre su propia evolución intelectual, ni sobre la política exterior de Estados Unidos hacia Cuba, ni sobre posibles medidas legítimas, sobre estrategias geopolíticas, sobre errores históricos. Sanders había compartido hacía cuarenta años una narrativa bastante simplista —casi una fábula— sobre un proceso histórico de enorme complejidad, y el desafío de Anderson Cooper, la pregunta que no llegó a pronunciar pero que se sobreentendió, fue esta: ¿Reniegas o no?

Bernie Sanders: “Es injusto decir simplemente que todo está mal” en Cuba

En este momento clave, desde luego, lo que menos le importa a Anderson Cooper o a 60 Minutes o a los patrocinadores de este programa es una discusión sobre una posible política racional y ética hacia Cuba. Lo que menos conviene al network es una reflexión sofisticada sobre la política exterior de los Estados Unidos. La pregunta —como es lógico en este momento y en esta plataforma y bajo las presiones económicas de siempre— se planea y se lanza para subir la fiebre electoral, agitar el estado de ánimo en el sur de la Florida, inflamar las pasiones y subir los ratings. Lo menos buscado es un intercambio extendido, sofisticado, difícil, matizado.

Por cierto, es muy difícil que cualquier programa sostenga semejante discusión en la televisión comercial de Estados Unidos. Por un lado existe un público anglófono, en su mayoría de limitados conocimientos sobre el tema y al que de todos modos le preocupan mucho más otros asuntos. Por otro lado un público cubano-americano, una pequeña minoría cuyos representantes políticos y medios de comunicación tampoco muestran interés en propiciar un diálogo profundo que salga de los parámetros establecidos por la ortodoxia del exilio histórico.

La respuesta de Sanders, entonces, como es de esperar, se limita a unas pocas frases hechas. “Nos oponemos al régimen autoritario de Cuba. Pero no es justo decir, simplemente, que todo [en Cuba] es malo”. Sanders, a la defensiva, repite la narrativa de hace cuarenta años. Habla de la Campaña de Alfabetización. ¡Tremenda metedura de pata! Y Cooper dice algo sobre los presos políticos —sin llegar a formular una pregunta coherente— y Sanders responde sin titubeos, “condenamos eso”. Acto seguido habla del presidente Trump y sus romances con Kim Jong-Un y Vladimir Putin. Y el tema de Putin sirve como pretexto para cambiar de tema, para hablar de la interferencia en las elecciones presidenciales.

¿Cuál habría sido la respuesta adecuada? Mucha tinta se verterá sobre este tema. The New Yorker ya ha publicado un ensayo What Bernie Sanders Should Have Said About Totalitarianism and Socialism in Cuba. Que Sanders debe haber mostrado más empatía por la experiencia traumática de los cubanos que han llegado a Estados Unidos. ¡Obvio! Que después de denunciar la sistemática violación de los derechos humanos en Cuba, no debe ponerse uno a explayar sobre sus logros sociales de una revolución. ¡Por supuesto! Que no se aclara nada insistiendo que la relación de Trump con otros dictadores es aún más preocupante. También cierto.

Bloomberg endurece sus ataques contra Sanders

Pero aquélla no es la pregunta que aquí nos interesa, porque si bien la entrevista sirvió para poner de manifiesto los límites de un candidato sobre un tema en particular, mucho más importante es lo que se manifestó sobre los límites de la discusión posible sobre Cuba en Estados Unidos. Más difícil y más urgente que la pregunta, ¿cuál habría sido la respuesta adecuada? es la siguiente: ¿cuáles habrían sido las mejores preguntas, las preguntas más reveladoras, las preguntas más relevantes para un posible Presidente de los Estados Unidos?

Porque al fin y al cabo lo que menos interesa es una evaluación crítica de un complejo proceso histórico de sesenta años, o de sesenta años de política exterior de Estados Unidos hacia Cuba. (Esa evaluación nos interesa a una pequeña minoría.) En primer lugar, ningún candidato a la presidencia es capaz de llevar a cabo semejante evaluación, y en segundo lugar, el público en su gran mayoría no tiene tiempo ni paciencia ni conocimientos suficientes para digerirla.

Entonces, las preguntas relevantes serían, por ejemplo: si bien todos “condenamos” la dictadura represiva en Cuba, ¿cuál es la política exterior más ética y constructiva? Si bien reconocemos la sistemática violación de los derechos humanos en Cuba, ¿acaso una política diseñada para imponer “hambre y desesperación” entre la población civil no constituye a su vez una violación de derechos humanos? Si bien los candidatos Demócratas condenan el gobierno totalitario en Cuba, ¿condenan también y con el resto del mundo (salvo Estados Unidos e Israel) una política que bien podría constituir un crimen de lesa humanidad?

Y si acaso se puede justificar medidas en contra del estado totalitario en Cuba, ¿acaso debe fungir como juez, jurado y verdugo un solo país —el país más poderoso del mundo? ¿Debe fungir como juez, jurado y verdugo, unilateralmente, un país que practica la tortura en Guantánamo y en otras partes del mundo? ¿un país en el que, según los estudios más rigurosos, decenas de miles de personas mueren por año por falta de acceso a atención médica? ¿Debe fungir como juez, jurado y verdugo un país que en estos mismos días mantiene miles de niños en campos de concentración en su frontera con México?

Una pregunta para los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos sobre los derechos humanos en Cuba es válida sólo si admitimos también una reflexión sobre el récord de derechos humanos de aquel país que se autodesigna juez, jurado y verdugo. Es lícito invitar a los candidatos a que “condenen” la dictadura cubana sólo si también se les pregunta si condenan una política exterior destinada a imponer “hambre y desesperación” en una población civil. Si hemos de hablar de derechos humanos, de crímenes de lesa humanidad, ¡qué hablemos! Pero hablemos seriamente, abiertamente, ampliamente.

Los recientes comentarios de Bernie Sanders sobre Cuba han puesto de manifiesto sus limitaciones, su compromiso con una fábula nostálgica de la vieja izquierda. Mucho más bochornosa aun es nuestra propia incapacidad —la incapacidad de nuestros medios de comunicación, de nuestros políticos— de extender la discusión de los derechos humanos en Cuba al campo internacional, al papel de los Estados Unidos en el sufrimiento del pueblo cubano; nuestra incapacidad de extender la empatía para los presos políticos, por ejemplo, a las víctimas de nuestra propia política exterior.

Los límites impuestos a la discusión pública en los Estados Unidos son límites autoimpuestos, una especie de autocensura heredada de la guerra fría. Y si bien Bernie Sanders no ha superado la vieja tradición de izquierda, tampoco han evolucionado los que lo critican con más fervor, tampoco han superado los binarismos de la guerra fría, el chovinismo imperialista, tampoco están dispuestos a examinar de manera crítica la otra fábula que da por sentado la justicia y benevolencia del “greatest country in the world.”

Salir de la versión móvil