Richard Blanco: un poeta norteamericano Made in Cuba

Richard Blanco en la reapertura de la embajada estadounidense en Cuba, agosto de 2015. Foto: Departamento de Estado.

Richard Blanco en la reapertura de la embajada estadounidense en Cuba, agosto de 2015. Foto: Departamento de Estado.

Richard Blanco pasaría sin problemas por cubano en las calles de La Habana, como un cuarentón juvenil más, bien conservado y bien parecido, con genes de emigrantes españoles en alguna generación no muy remota. Pasaría por cubano incluso después de abrir la boca, porque habla español con el atropello y pereza de cualquiera nacido y criado en la Isla, capaz de un “¡¿Qué volá, asere?!” impecable.

Pero para hablar de literatura, prefiere hacerlo en inglés —me explica en los segundos en que estamos acordando la forma en que más conviene hacer esta entrevista que amablemente le concede a OnCuba— porque “el español de la casa” no le alcanza para discutir cuestiones más elevadas.

“Como siempre me gusta decir, a mí me hicieron en Cuba, me ensamblaron en España y me importaron en EE. UU.”, dice, y caigo en cuenta de que el embajador de EE. UU. Jeffrey DeLaurentis lo estaba citando cuando usó la misma frase para presentarlo ante la audiencia que lo oyó declamar su poema inaugural en la ceremonia de apertura de la embajada el viernes 14 de agosto.

Cuando sus padres, ambos cubanos, viajaron a España en 1967 para emigrar hacia Estados Unidos –no había vuelos directos en esa época—, su madre tenía siete meses de embarazo, así que le tocó nacer en Madrid. Poco después, la familia siguió viaje a Nueva York, para terminar asentándose en Miami.

“Visto ahora,” dice, “ese inicio de mi vida parece una anticipación de las cosas que se volverían mi obsesión al escribir: el hogar, los lugares, la identidad. Con 45 días de nacido ya pertenecía a tres países, había vivido en dos de las grandes ciudades del mundo, y me habían elegido un nombre en honor al presidente Richard Nixon, así que ya tenía bastante en el plato”.

Richard Blanco durante una visita a Cienfuegos  en junio de esta año, en un viaje de reencuentro con sus orígenes. Foto: Desmond Boylan, AP
Richard Blanco durante una visita a Cienfuegos en junio de este año, en un viaje de reencuentro con sus orígenes. Foto: Desmond Boylan, AP

Crecer en Miami

Los recuerdos de los primeros años de Richard en Miami son los de cualquier hijo de exiliados cubanos para quien “Cuba” no era más que una tema mítico familiar –solo que articulados desde la perspectiva del ingeniero a quien se le dan bien las metáforas.

Su madre había crecido en una casa con piso de tierra, en un pueblito de campo en Cienfuegos, y se las arregló para, aun siendo la menor de ocho hermanos, llegar a graduarse de la Universidad de Santa Clara. Como sucede muchas veces con padres para quienes la educación no estuvo al alcance de la mano, los Blanco velaron por que el hijo tuviese un futuro mejor, y lo enviaron a escuelas privadas.

El apoyo le duró toda su vida de estudiante, hasta graduarse de Ingeniería Civil en la Universidad Internacional de Florida en 1991.

“Mis padres siempre nos dijeron que existía este lugar de donde proveníamos, pero habían tenido que abandonarlo para darnos una vida mejor a nosotros en Estados Unidos, así que de cierto modo la nuestra es una historia de búsqueda del sueño americano”, dice. “Pero también hubo siempre este sentir de que íbamos a regresar algún día. No era algo que nos dijeran por lo claro, sino más bien una intuición familiar de que existía este paraíso, este lugar, esta Patria, a la que podríamos regresar en el futuro, sin que tuviéramos mucha seguridad de que fuera a ser posible, por supuesto. Luego con los años eso fue disminuyendo”.

Richard explica que además de las historias comunes del pasado cubano había mucho silencio protector: “Nunca nos contaron muchas cosas que he venido a conocer ahora de adulto, cosas que todavía estoy descubriendo. Mis padres no estaban muy saturados políticamente, pero hubo mucho dolor y muchas historias que nunca compartieron con nosotros, para evitar transmitirnos la carga de esas añoranzas y esa ira que sentían”.

Como otros adolescentes hijos de exiliados, tuvo que lidiar con los deseos contradictorios de sus padres: “Por un lado querían que fuéramos cubanos, pero también querían que nuestro futuro fuera el del norteamericano con un buen empleo, que era la medida de triunfar.

“Entonces, cuando no querías comer arroz con pollo, te increpaban: ‘¡Míiiiiraaaaalo, si ya está hecho todo un americano!’, pero al mismo tiempo la expectativa era que te educaras en escuelas y en un modelo que no era cubano, así que ese precario equilibrio terminaba siendo un poco confuso cuando eras un muchacho; el mensaje no te quedaba claro”.

Para jóvenes como él, la frontera de Miami con el resto de Estados Unidos era otro límite de un mundo desconocido: “Eso también fue raro de mi crianza. Había otro paraíso, una suerte de patria mítica, que era Estados Unidos, porque a mí lo que me rodeaba era una comunidad completamente cubana.

“En eso nos debatíamos como hijos de exiliados: por un lado, tratábamos de pensar en esa Cuba de la que proveníamos, y al mismo tiempo en esos Estados Unidos donde supuestamente estábamos viviendo, pero que no se parecía en nada a los Estados Unidos que veíamos en la televisión”.

A la pregunta de qué le transmitieron sus padres de la cultura cubana, responde que muchos de esos esfuerzos educativos solían chocar con el rechazo natural del insubordinado en que se transforma todo hijo.

“Todos los casos no son iguales, pero en general la reacción inicial es rechazar esa cultura, porque es la de tus padres, y todo lo que hacen los padres es cheo o anticuado: si ellos bailan salsa, tú quieres bailar rock´n roll; si hablan en inglés, te avergüenzas de ellos porque no lo aprenden bien…

“Pero luego hay un proceso de maduración y vas dándote cuenta de que las historias que escuchabas de los jugadores de dominó no eran fabulaciones, sino que en realidad existía un lugar llamado Cuba y que esa gente había vivido allí. Y cuando entras a la etapa de los veinte años, te haces la pregunta típica: ‘¿De dónde soy?’ Es un proceso en el que normalmente terminas enamorándote de la cultura de tus padres”.

Blanco visitó en junio la iglesia de Nuestra Señora del Rosario donde se casaron sus padres en Palmira, Cienfuegos. Foto: Desmond Boylan, AP
Blanco visitó en junio la iglesia de Nuestra Señora del Rosario donde se casaron sus padres en Palmira, Cienfuegos. Foto: Desmond Boylan, AP

Conocer Cuba

La pregunta de la identidad fue para Richard el inicio de su carrera literaria, que luego lo llevó a hacer su primer viaje a Cuba en 1994, y a registrar los cajones de fotos y cartas que guardaba su mamá de ese pasado que antes le había sido indiferente.

“En ese primer viaje no vi nada que fuera terriblemente malo”, recuerda. “Mi mamá estaba preocupada, pero para mí fue como saltar dentro de un cuento. Imagínate que toda tu vida alguien te ha estado contando la misma historia y de repente te encuentras dentro del libro, y ves los personajes y los paisajes y las caras y todo lo demás. Fue una experiencia fascinante. Me sirvió para llenar muchos vacíos de sentido y responder muchas preguntas sobre mis orígenes.

“Luego seguí volviendo una y otra vez, por diferentes motivos. Este es mi séptimo viaje. Aquí siempre hay algo nuevo: un pariente nuevo para conocer, una historia que aprender. Creo que fue alrededor de mi segundo viaje que mi familia de Cuba empezó a sacarme un poco de quicio, hasta llegar al punto de decirle a uno de ellos: “¡Ay, José, cállate!” y ahí fue cuando me dije: Ahora sí somos familia.”

"Ahora sí somos familia". Foto: Desmond Boylan, AP
“Ahora sí somos familia”. Foto: Desmond Boylan, AP

Literatura de la orfandad

Le pregunto si su poesía ha sido influenciada por escritores cubanos y latinoamericanos y responde que esas presencias en su obra son más emocionales que lingüísticas.

“No es que no me hayan inspirado Martí, Neruda o García Márquez”, dice, “pero mi formación fue en inglés, y cuando intercalo uno que otro término en español es solo para reflejar un pensamiento que es bicultural, pero yo no soy completamente bilingüe. Soy un poeta norteamericano. Así que mi conexión con lo cubano es más bien de indagación en la gente, en su forma de pensar, en mi rol de historiador de emociones y mi interés en saber qué han vivido y qué sintieron.

“Una de mis mayores influencias ha sido Elizabeth Bishop, una escritora que quedó huérfana siendo muy niña. En su obra yo percibo la misma añoranza del exiliado que vi en mi familia: ese deseo constante del hogar perdido, del sentido del lugar. Siento que, psicológicamente, su búsqueda es muy similar a la del exiliado, una de pertenencia, de identidad. Y esos temas se pueden encontrar no solo en los autores de origen hispano, que hay muchos, sino también en los autores negros e indígenas de EE.UU.”

La mañana del 14 de agosto, Richard Blanco declamó "Cosas del mar" durante la ceremonia de izado de la bandera en la sede de la Embajada de Estados Unidos en La Habana.
La mañana del 14 de agosto de 2015, Richard Blanco declamó “Cosas del mar” durante la ceremonia de izado de la bandera en la sede de la Embajada de Estados Unidos en La Habana.

El poema de la embajada

“Cosas del mar”, más conocido ahora como “el poema de la embajada”, fue un proyecto que empezó a planearse el pasado mes de junio, en una reunión que tuvo el autor con el actual embajador DeLaurentis y la jefa de Prensa y Cultura Lynn Roche. Existía un precedente muy importante. Blanco fue invitado en 2013 por el presidente Obama para que compusiera y declamara el poema “One Today” durante la ceremonia de su segunda investidura.

Según Blanco, una primera fuente de inspiración fue un comentario que hizo su amiga Ruth Behar, la traductora del poema al español, sobre la cubanidad como elemento cohesionador, sobre Cuba como ese lugar físico donde termina el extrañamiento. “En Cuba”, le dijo Ruth, “sin importar cuál sea la historia de cada uno, nadie es el otro”.

El poema habla del mar no solo como separación entre los dos países, sino también como unión. “Es el cliché de las 90 millas que no separan, pero que al mismo tiempo son solo 90 millas.”

“También uso el mar como símbolo de que todos podemos reconocernos como humanos, independientemente de lo que haya pasado en los últimos 60 o 600 años, a fin de usar ese reconocimiento para establecer el tono de ese trabajo al cual hacía referencia el Secretario Kerry, de las conversaciones que necesitamos sostener en el futuro.

“Y algo más sobre lo que quería llamar la atención con el poema es la necesidad de sanar. Es más fácil estar airado que estar triste. Es algo que he visto en mi comunidad en Miami; es una forma de no enfrentar ese sentimiento de pérdida con que viven muchos. Los que te dicen ‘Yo no voy a Cuba porque esto y lo otro’, puede que tengan algunas razones reales, pero emocionalmente lo que quieren es recordar a Cuba exactamente como es en sus mentes.

“Para mí ‘sanar’ es una palabra hermosa. Hasta que no rompamos el bloqueo emocional, no vamos a poder hacer mucho contra los bloqueos económicos. Sanar no significa perdonar ni olvidar, es simplemente la idea de aceptar y estar en paz con la vida que vivimos, con la travesía que seguimos, entendiendo que la historia continúa más allá de los límites de nuestra existencia.

“Eso es lo que quiero para mi madre y para mi comunidad: que consigan sanar y estar en paz con las decisiones que han tomado, algo que no se puede hacer cuando se vive con remordimientos o con ira.”

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Al terminar la ceremonia el pasado viernes 14 de agosto, el poeta Richard Blanco recitó “Cosas del Mar”, durante una visita a las oficinas de OnCuba en La Habana.

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