Talking about the future a la vuelta de la esquina

Foto: Ángel Marqués Dolz

Foto: Ángel Marqués Dolz

 

El nuevo Dorado para los capitalistas, el viejo Edén para los comunistas. Cuba vuelve a estar de pasarela y los pone codo a codo en la misma corrida por ver un país que está cerca de perder su virginidad frente a Estados Unidos, ganada en cerca de sesenta años de resistencia, y entrar, casi a la vuelta de la esquina, en una dimensión desconocida.

La doncella y el bulldozer

Jean Philippe es uno de los que disfruta de la castidad propagandística. “Cuba es un oasis. No hay un anuncio americano por ninguna parte, ni chinos y pocos europeos… Veo mucha discreción comercial y eso me gusta.” Su dicción en español es elegante, a una pizca del engolamiento. Natural de Nanterre, este profesor de literatura jubilado que viste con una impecable remera Lacoste es uno de los 418 mil 950 turistas que en enero pasaron por las aduanas cubanas, marcando record histórico para un mes. Detesta a los magnates “gringos”, tanto “como lo pudo hacer de Gaulle”, porque “son bulldozers sin freno, gente grosera pese al smoking”.

Gracias al deshielo entre La Habana y Washington, Cuba está recibiendo vacacionistas en un mes lo que antes tardaba en seis o más. Una apoteosis que estremece hasta la palidez a sus competidores del Caribe. “Sí, hay muchos visitantes acá, incluso americanos (unos 21 mil en enero) y más de uno de ellos –imagino– puede compartir la idea del oasis”, arriesga Jean Philippe, mientras se apura para no perder al rebaño de compatriotas que se esfuma por una callejuela de La Habana Vieja.

Intocada luego de más de medio siglo de nacionalizaciones que de cuajo arrancaron los símbolos imperiales, desde el águila de bronce que remataba el monumento al acorazado Maine hasta los lumínicos de la Coca Cola, esa virginidad beligerante convirtió a la Isla en una de las últimas doncellas no manoseadas en décadas por el gran capital de Estados Unidos, cuya economía es 230 veces más grande que la de Cuba.

En los análisis de mercado se habla de tal cosa como una de las mayores seducciones turísticas que exhibe la nación caribeña: una ciudadela libre de publicidad y marcas estadounidenses. La otra es una paradoja: que la historia automotriz de Estados Unidos no yace en su territorio, sino pasea por las calles de Cuba. Ha sido exportada en forma de museo rodante, el más grande del mundo, con miles de coches remotorizados, en su mayoría fabricados en la primera mitad del siglo XX en la Detroit que hoy está quebrada.

“Hay comodidades que no la encuentras aquí como en otras islas del Caribe, faltan servicios o son algo lentos, pero vale la pena, vale la pena, hombre”, repite, con jadeo mántrico, la española Isabel, 39 años y una biografía de turista multidestino que se confirma cuando muestra su pasaporte forrado de visas y reparas en su pinta de mochilera. Acaba de llegar y ya recibió las primeras cachetadas de la realidad. El baño de la casa de alquiler donde se hospeda tiene un salidero que amenaza con anegar la habitación y el casero no ha encontrado al plomero que lo arregle.

“Doy como un valor lo distinto de Cuba, aún cuando eso signifique problemas”, contrapone esta sevillana experta en sistemas informáticos, mientras devora un cono de churros recién sacados de la freidora. “¡Me encantan!”, una exclamación que lucha por hacerse escuchar ante el ronroneo de un camión cisterna aparcado delante de un hostal cercano. Hay escasez de agua en la zona.

“Muchos de esos turistas aseguran venir a la ciudad antes de que ocurra lo que consideran será su ‘inevitable cambio para peor’, derivado de los ajustes estructurales en curso y las transformaciones que le introducirá el mercado”, expone el arquitecto Pedro Vázquez en la revista Temas al documentar los peligros que corre La Habana en manos de un capital extranjero, incluido el estadounidense, despectivo de los valores y de la historia y de una burocracia inculta, codiciosa y permisiva.

Foto: Ángel Marqués Dolz
Foto: Ángel Marqués Dolz

Post bloqueo, bullying y la torta cubana

¿Cuán subvertido podría llegar a ser el paisaje de La Habana y del resto de Cuba después que el congreso coloque una lápida sobre el bloqueo y los empresarios estadounidenses procuren llevarse la mayor tajada de las licitaciones con un potencial de inversión de hasta 1,500 millones de dólares al año?

En el artículo de marras, titulado El dilema del mercado: ¿La´bana o Havana?, Vázquez responde a esa interrogante dibujando un escenario alucinante: “condominios inmobiliarios, fast-foods, especulación urbana y demoliciones traumáticas, hoteles y malls inarmónicos, cruceros invasivos, tecnologías contaminantes o enclaves de spa y resorts, factibles en un contexto urbano que no da hasta ahora ningún signo de resistencia cultural al cambio”.

Aunque las autoridades han prometido no caer en una neodependencia respecto a Estados Unidos, una pregunta merodea en las cabezas de los muchos que respetan la lógica del mercado: ¿Las deslumbrantes ventajas comparativas del mercado estadounidense, en un creciente número de oportunidades expeditas, podrían desplazar a socios tradicionales o reducir al mínimo el juego de opciones como suele hacer el grandulón de la clase con el resto de los chicos?

En diálogo telefónico con OnCuba, el historiador cubano Oscar Zanetti afirma que tal escenario de bullying es poco probable. Aunque admite que la pregunta contiene una alta dosis de especulación, supone que habrá, al menos en el corto plazo, una cohabitación de capitales extranjeros en la Isla, incluidos los estadounidenses, si finalmente el bloqueo es levantado para entonces, lo cual se da casi por seguro. “Aquí hay cadenas instaladas y lo que se espera es que rivalicen entre sí. Meliá no va a desaparecer”, adelanta Zanetti.

Con una carrera que se acerca a los veinte libros publicados y con el título de Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas 2011, Zanetti ha pasado el bisturí una y otra vez sobre el cuerpo de las inversiones norteamericanas en el siglo XX en los sectores del azúcar y el ferrocarril, entre otros. “Lo que debe quedar claro es que el proceso inversionista de Estados Unidos en Cuba no será como en la era republicana”, dice el autor de United Fruit Co.; un caso del dominio imperialista en Cuba. La advertencia habla sobre los avances de la Isla en el sector terciario y de las dinámicas actuales de la economía norteamericana.

“La economía de Estados Unidos ha evolucionado y su dependencia de la importación de materias primas no es una cuestión fundamental como lo era en las tres primeras décadas del siglo XX”, explica Zanetti. Tal condición sugiere que las inversiones norteñas cursarán no tanto hacia el control de la tierra –el agronegocio– o la minería, sino hacia aquellas áreas donde “la ventaja competitiva de Cuba se hace evidente”, como puede ser la hotelería, la biotecnología y la industria farmacéutica.

Zanetti estima que “estratégicamente Cuba procurará un determinado equilibrio”, mas admite que esa conducta de ponderación es “circunstancial”, porque “si hay créditos para el comercio, tal vez los empresarios cubanos opten por el arroz de Louisiana antes que el de Brasil ”. Y pone otra advertencia. “Obviamente todo inversionista coloca dinero buscando la ganancia. Todo está en las condiciones en que estés dispuesto a asociarte, preservando los intereses nacionales”, evalúa el también del Journey of American History.

Foto: Ángel Marqués Dolz
Foto: Ángel Marqués Dolz

En línea similar se mueve el joven economista Ricardo Torres. Confía en la sagacidad del Estado cubano para administrar esa bola de nieve que serán las relaciones con Estados Unidos. Una tradición de independencia así lo respalda. “En la práctica, el lado cubano es el que dictará el alcance y la velocidad del proceso, retendrá, en la mayor de las veces, la capacidad de decir la última palabra”, pronostica este académico, pero acepta, en conversación con OnCuba, que el bullying podría estar presente en el nuevo escenario. “Sí, hasta cierto punto pudiera desplazar a socios tradicionales, porque Estados Unidos parte prácticamente de cero y está claro que cero no será su participación en el pastel cubano en condiciones normales”.

Torres, doctor en ciencias económicas y miembro del equipo del Centro de Investigaciones de la Economía Cubana, detesta los esquemas y gusta de los tonos medios. Somete el análisis a variables dinámicas, en el que Cuba no tiene que convertirse necesariamente en un salón de empujones, sino en una plataforma de convergencia para intereses de grandes potencias, que si bien no abandonarían las rivalidades, sí aprovecharían las oportunidades de la globalización en un país, por demás, que relativiza el viejo modelo de maximización estatal.

“Para empresas chinas o rusas, por ejemplo es, de hecho, una ventaja que Estados Unidos mantenga relaciones con Cuba, porque muchas de esas firmas podrían hacer inversiones y negocios en la Isla pensando en el mercado estadounidense”. Y hay más, sopesa un optimista Torres. “Aunque Estados Unidos tomara una parte de ese emergente mercado cubano, el pastel va a crecer, con lo cual, la participación de otros será menor, pero en términos absolutos puede ser incluso mayor”.

Los pasos del Presidente

Hablando para un programa de televisión, el doctor en economía Esteban Morales no empleó una retórica sutil al definir el contenido de la nueva era de las relaciones cubano-estadounidenses. “Esta es otra guerra”, afirmó impávido ante la cámara. ¿Por qué? ¿Acaso una normalización bilateral es una utopía? “No, no es una utopía, pero es un problema bien difícil de resolver”, responde Morales, días después, en el despacho de su casa, a donde OnCuba ha pedirle declaraciones.

“Históricamente Estados Unidos siempre ha pretendido controlar a Cuba. Ha sido una aspiración desde los padres fundadores de ese país hasta hoy”, argumenta Morales, un perito del funcionamiento del sistema norteamericano que fundó y dirigió por veinte años el actual Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos de la Universidad de La Habana.

Según el autor del libro De la confrontación a los intentos de “normalización”. La política de los Estados Unidos hacia Cuba, a cuatro manos con Elier Ramírez, el proyecto de que Cuba forme parte de Estados Unidos aún pervive en la mentalidad de algunos representantes de los superpoderes en Washington. “Este país, después de más de cincuenta años de Revolución, con las cosas que ha logrado en términos educacionales, científicos, culturales, deportivos, prácticamente está en condiciones de ser el estado trece o catorce de la Unión, que tiene cincuenta”.

¿Habrá bullying made in USA en el terreno de las inversiones y negocios en Cuba? Morales acude a su memoria. “Esa discusión ya la tuve, hace algunos años, con hombres de negocios en Estados Unidos. Me decían, mire profesor, nosotros somos lo suficientemente narizones para cuando lleguemos a Cuba desplazar al resto del capital”. Morales hace una pausa, como para prestar más gravedad a lo que va a decir: “Eso no va a ser así. Cuba tiene una larga experiencia, diría que hasta dolorosa, en concentrarse económicamente en un solo país o una región y Cuba ha ido logrando diversificar sus negocios y sus relaciones y no se va a virar para el capital estadounidense como la luz definitiva”.

Foto: Ángel Marqués Dolz
Foto: Ángel Marqués Dolz

Con meticulosidad de relojero, Morales ha ido deconstruyendo la política actual de la administración Obama hacia Cuba, a la que –reitera– quieren “bajo su sombrilla o esfera de influencia”. En 2009 denunció que la Casa Blanca había dividido el bloqueo en dos, suavizando la parte conectada con la sociedad civil y endureciendo la que tocaba al sector estatal. A guisa de ejemplo, cita las multas millonarias a bancos europeos y a empresas norteamericanas que han hecho tratos con la Isla.

Desde diciembre de 2014 a la fecha, Morales no ha dejado enfriar su artillería. Ha escrito más de una veintena de artículos explicando, entre otros embrollos, la dicotomía presidencial. “Hay dos Obama”, acentúa. “Y hay una lucha entre ellos”, avisa. El que puede ejercer amplias prerrogativas ejecutivas que dejarían el bloqueo en un cascarón semivacío de contenido y el que intenta cortejar al sector privado en la Isla para acompañar un hipotético cambio de régimen. El que habla de créditos a Cuba, pero con el fin de “montar cierta economía paralela en la que el Estado quede al margen y empoderar a quienes desarrollan negocios privados”.

“¿Cuál de los Obama vendrá a Cuba?”, se pregunta este analista incansable de 73 años, mientras da una calada a un cigarrillo y resume los dobleces en Washington. “Obama no ha resuelto a nivel ideológico, ni político”, la pugna entre “la intención de sectores de poder de Estados Unidos de mantener el control sobre Cuba y la intención de otros de acabar de regularizar y mantener relaciones normales con Cuba”.

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