Bandera, mujer y república en Cuba

Imaginar la nación es imaginar también los símbolos que la representan y que la han representado.

Fotografía de Candelaria Acosta, 29 de mayo de 1928.

En 1920, a propósito de los festejos por el 20 de mayo, aniversario de la república cubana durante la primera mitad del siglo XX, la revista Social publica una portada en relación con la fecha. Una joven alegre, primaveral y radiante ocupa toda la página. Al interior, en la contraportada, un texto nos aclara el sentido de la imagen:

(…) La gentil chiquilla que llena la portada, tijera en ristre, nos parece un símbolo… ¿No podía esa jovencita de diez y ocho años ser nuestra República?

¡Hace tanta falta podar en el jardín cubano! (…).

Dieciochos años después de inaugurada la República de Cuba el 20 de mayo de 1902, Conrado Massaguer, director e ilustrador de la revista Social, utiliza la figura femenina como metáfora de la nación. El florecimiento de la primavera de mayo se asocia al florecimiento de la República, no sin aclarar que una poda es necesaria y para ello la joven sostiene las tijeras en sus manos.

La ilustración de Massaguer forma parte de un fenómeno visual que se extendió a lo largo de la primera mitad del siglo XX: la representación alegórica de la República de Cuba bajo los rasgos de una mujer. En las portadas de las revistas, en los periódicos, en actos conmemorativos… era usual personificar la nación cubana en el cuerpo de una mujer acompañada por los símbolos nacionales. En particular, el aniversario de la República de Cuba, el 20 de mayo, constituyó una fecha pródiga en imágenes alegóricas femeninas de Cuba.

Portada de la revista “Social”, mayo de 1920. Ilustración de Conrado Massaguer.

Esta portada de Social, una de las revistas más importantes de la historia cultural cubana, constituye, pues, uno de los tantos ejemplos de este fenómeno. Su singularidad radica en que carece de los símbolos habituales que acompañan la alegoría cubana: la bandera, el escudo o el gorro frigio.  En esta imagen es la condición femenina requisito necesario y suficiente para aludir a la nación, y con ella se llega a uno de los grados máximos de abstracción para la representación de la república cubana. La mujer es por sí sola el símbolo de la nación.

Este proceso que utiliza la condición femenina para personificar a la Isla comienza durante los movimientos anticoloniales del siglo XIX, cuando las nociones de bandera y patria se fusionaron en el cuerpo de la independentista cubana. Desde entonces, la mujer como imagen de la república insular fue un símbolo frecuente hasta la segunda mitad del siglo XX.

El símbolo femenino de la Patria cubana inicia su estructuración, pues, desde las primeras conspiraciones y a lo largo de las luchas independentistas del siglo XIX, en un proceso que armonizó el desempeño femenino en la guerra con el objetivo de mitificar la historia nacional. La bandera se asocia a la figura femenina durante las guerras de emancipación colonial, bajo el modelo de la abanderada mambisa.

La mujer como bordadora y portadora de la bandera se convierte en una de las imágenes ejemplares del rol femenino en las luchas anticolonialistas cubanas. Al ser la bandera el símbolo de la nación republicana y moderna que se anhelaba fundar, la mujer que la porta, la abanderada, se incorpora a este significado simbólico y se convierte ella también en imagen de la nación. A su vez, la figura femenina intensifica el sentido de la bandera, al transmitirle el carácter maternal que su feminidad le otorga. Es así como con la abanderada se inicia la configuración visual de la “Madre Patria”.

El hecho que definió categóricamente el mito de la abanderada fue el protagonizado por Candelaria Figueredo, días después de comenzada la Guerra de los Diez Años. Cuando la ciudad de Bayamo fue tomada por los insurrectos cubanos en 1868, la procesión cívica que entró en la ciudad fue encabezada por la hija de Perucho Figueredo quien, con un vestido blanco, con una banda tricolor y un gorro frigio punzó, condujo el desfile.

El personaje de Candelaria Figueredo constituye, pues, el símbolo más conspicuo de la abanderada cubana y ha pasado a la historia con los nombres de “La abanderada de 1868” o “La abanderada de Bayamo”. Con ella se llega al modelo absoluto y concluyente de la abanderada mambisa. Su imagen se convirtió en el paradigma de la labor femenina en la Guerra: musa inspiradora, amazona que guía el ímpetu libertador de sus hombres, virgen cándida y virtuosa que sostiene con sus manos el símbolo de la Patria y el ideal libertador.

Portada del libro La mujer en el 68 de Armando Caballero, 1968.

Su atavío con una saya tricolor y un gorro frigio, determinó que, más allá del simple acto de porte del estandarte nacional, su acción se convirtiera en un hecho que fusionaba, a un nivel visual y simbólico, la figura femenina mambisa y la bandera. El sentido trascendental de la bandera como símbolo de la nación se traslada a la mujer que la porta.

Este proceso se extenderá a lo largo del siglo XX y la imagen de la abanderada resurge en múltiples ocasiones como símbolo de la nación y en especial, a propósito de las celebraciones por el 20 de mayo.

En mayo de 1917, a propósito de estos festejos, Massaguer publica una portada que utiliza la imagen de la abanderada en el marco de las luchas anticolonialistas. En mayo de 1921 se repite nuevamente este motivo y en mayo de 1924 se representa la campesina mambisa como abanderada que festeja y ondea la enseña nacional.

Portadas de la revista Social de mayo de 1917 y mayo de 1921. Ilustraciones de Conrado Massaguer.

Estas portadas comprueban el peso del mito de la abanderada en el imaginario nacionalista y patriótico republicano de Cuba. La manigüera persiste como metáfora de la patria, y, concretamente, de la República. A su vez, su figura actúa como puente simbólico entre dos tiempos históricos: las guerras anticolonialistas y la etapa republicana.

A la pléyade de héroes mambises, de batallas trascendentales…se suma la figura de la abanderada como otro personaje de carácter guerrero al cual se privilegia, más que su función bélica, su alcance metafórico como representación de la nación insular.

Si bien las referencias a la labor femenina en la guerra aparecen en la literatura desde los inicios del proceso conspirativo, estas funcionan la mayoría de las veces como un telón de fondo, y no con un verdadero protagonismo. En los relatos históricos se optó por acentuar los roles de musas inspiradoras, madres dolientes, esposas abnegadas e hijas sacrificadas, víctimas de la guerra.

La imagen de la mujer se privilegió por su condición de refugio, inspiración y apoyo espiritual para los hombres. De aquí que la épica gloriosa de las luchas se consagre a enaltecer la participación directa de los hombres y la figura femenina se relega, en la mayor parte de los casos, a la representación abstracta de la Madre Patria, quien espera ansiosa por la libertad que solo sus hijos varones son capaces de proporcionarle.

La labor de la abanderada se destaca como la gran hazaña de las mujeres en la guerra, pues este desempeño no resultaba amenazante para la hegemonía masculina de la cultura marcial y porque se avenía muy bien con los propósitos de mitificación de la historia independentista.

Es por ello que abundan las referencias literarias e historiográficas al desempeño de las mujeres cubanas en torno a la confección, promoción y porte de la enseña nacional. Téngase como ejemplo el poema de José Fornaris La Abanderada de Baire que narra la historia de Lucila, abanderada que muere envuelta en las telas de la enseña nacional, en el combate entre Máximo Gómez y el oficial espa­ñol Quiró, cerca de Baire en 1868. O el poema La Bordadora de Enrique Hernández Miyares, quien glorificó en sus versos la labor de Inés Morrillo, la cual bordó la bandera que ondeó por primera vez en la región central de la Isla en el alzamiento de 1869 en el ingenio de El Cafetal.

Asimismo, Emilia Teurbe Tolón, esposa de Miguel Teurbe Tolón, ha pasado a la historia porque tuvo a su cargo la elaboración de los primeros ejemplares de la bandera diseñada en 1849 por Narciso López en Nueva York, así como el traslado y difusión del estandarte en nuestro país. Paralelamente, Emilia Casanova, esposa de Cirilo Villaverde, trasciende por su papel en la difusión de esta enseña en el exilio, pues gracias al fallido esfuerzo satírico de Víctor Patricio de Landaluze, las caricaturas en que era presentada enarbolando la bandera sirvieron para la propagación de su imagen. De esta misma manera, Candelaria Acosta se recuerda por ser la joven que confeccionó la bandera con que se alzó Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua.

Incluso, la mujer mambisa, es capaz de alcanzar grados militares por su arrojo en la defensa de la insignia. Tal es el caso de María Hidalgo Santana en la guerra del 95’, quien el combate de Jicarita en 1896, toma la bandera del oficial abanderado caído y avanza hacia el enemigo guiando al resto de las tropas mambisas. Recibe siete heridas de bala que no lograron abatirla. Después de este evento, fue conocida como la Heroína o la Abanderada de Jicarita y recibió el ascenso a teniente.”

En estos ejemplos es evidente como se subraya el nexo entre la labor de las mujeres mambisas y la divulgación de la insignia entre los simpatizantes independentistas. El énfasis del discurso historiográfico en la labor femenina en la confección y divulgación de la enseña nacional sirvió para resaltar el enlace natural entre el desempeño de la mujer cubana en la guerra y la bandera. Los casos citados muestran cómo la abanderada se mitifica y la mujer es continuamente ensalzada por su valentía, abnegación y devoción en la confección, promoción, rescate, porte…o cualquier acción vinculada con la bandera.

Cabe destacar que si bien hubo numerosos abanderados en las luchas independentistas cuyos nombres recoge la historia, pues la costumbre marcial tradicional era que un soldado de la división fuese designado como oficial abanderado, estas narraciones no alcanzan la perspectiva épica que sí logran las abanderadas. La labor fáctica de estas féminas se fue mitificando con el transcurso de los años, y para finales del siglo XIX había adquirido dimensiones épicas que hasta la actualidad persisten.

Fotografía de la Señorita María Verdeja por Pedro J. Pérez. El Fígaro, 8 de enero de 1898.

En 1898, la situación en la Isla cambia y con el fin de las guerras y el inicio de la Ocupación Norteamericana, la imagen de la nación cubana se complejiza. De los primeros tanteos simbólicos de la imagen de la nación cubana ligada al cuerpo femenino y al porte de la bandera, se pasa en el período de la ocupación norteamericana a una enunciación visual específica, de carácter aún espontáneo y esporádico, pero más concreta. La abanderada mambisa desaparece como personaje real de los campos de batalla, para transformarse en un símbolo más urbano y abstracto: la alegoría de Cuba.

Este proceso estuvo asociado a complejas situaciones de reafirmación nacionalista, pues el fin de las guerras no significó el arribo de la independencia y aparecen nuevos fenómenos y espacios para ratificar los anhelos independentistas frente al nuevo “otro” invasor: el imperialismo norteamericano. De aquí que la abanderada mambisa evolucione hacia la alegoría republicana, como parte de las transformaciones simbólicas de carácter nacionalista que vivió el país en aquellos años finiseculares.

En las páginas de El Fígaro, por ejemplo, numerosos son los ejemplos donde aparecen jóvenes con el atuendo de la República cubana: vestido con colores de la bandera, un gorro frigio y eventualmente el escudo nacional En estos años de transición, se generaliza el empleo de la alegoría y, poco a poco, su carácter oficialista se desplaza al uso, si bien no popular, al menos extensivo, en las clases medias y altas; estas instantáneas, al aparecer en la prensa, ampliaban su alcance promocional a todos aquellos que adquirían la revista.

La abanderada se convirtió en la imagen mítica del papel de la mujer cubana e independentista del siglo XIX. Su posterior evolución en las figuras alegóricas finiseculares fue la lógica consecuencia de la conjugación de las prácticas de reafirmación nacionalistas de las elites ilustradas durante la ocupación norteamericana en la isla. La abanderada mambisa y luego la alegoría republicana en la primera mitad del siglo XX encarnaron la nación, los ideales republicanos y el carácter afectivo de la “Madre Patria” cubana.

En efecto, el fenómeno que se había iniciado en la Guerra del 68 con la abanderada mambisa y que se había extendido como práctica durante la Ocupación norteamericana, se instaura sólidamente y adquiere autonomía como recurso simbólico con la inauguración de la República. El 20 de mayo se adueñó de la imagen de la mujer con la bandera nacional y se acopló indisolublemente con ella. Las revistas se convirtieron en el espacio por excelencia de germinación y desarrollo del nuevo emblema para el país: en ellas nació definitivamente la alegoría de la República de Cuba.

La fecha inaugural tomo para sí la personificación republicana y la convirtió en su signo. La alegoría republicana se convirtió en la representación de lo constitucional, lo gubernamental, lo moderno… deudora de la tradición independentista pero irresolutamente novedosa. De esta manera, se transformó en la insignia de esta época, la más peculiar quizá de las surgidas en este período.

La alegoría republicana, sin embargo, careció siempre de una definición oficial, puesto que ningún documento decretó nunca su empleo como símbolo o sello del estado y, por consiguiente, tampoco se reguló su uso o una iconografía específica. Ella fue, por tanto, un fenómeno autónomo y en cierto grado, informal. Las portadas de revistas integraron una de las esferas representacionales por excelencia de la alegoría; en ellas aparecía, anualmente, a propósito del 20 de mayo.

Carteles, 24 de mayo de 1953. Ilustración de Andrés García Benítez

En la actualidad, Candelaria, Emilia… subsisten como paradigmas del rol femenino en la guerra anticolonial, mientras que la alegoría femenina de la República ha caído en el olvido político, cultural e historiográfico de la Cuba postrevolucionaria.

No obstante, la alegoría republicana, si bien ya no se utiliza para representar la nación en la isla, continúa identificándose con el sistema político de la primera mitad del siglo XX. Esto es particularmente visible en el campo editorial, donde, producto del auge en 1990 de los estudios historiográficos sobre la República de Generales y Doctores, el perfil alegórico asoma en las portadas, viñetas, páginas interiores, etc., ya sea mediante la reproducción de fotografías o ilustraciones, o mediante la creación de nuevas entidades simbólicas que se basan en el prototipo paradigmático de la alegoría. Incluso, en algunas ocasiones los textos que no tratan específicamente sobre la República anterior a la Revolución, sino sobre procesos asociados a las nociones de patria, nación o el papel femenino en la historia nacional, también utilizan el procedimiento alegórico como recursos de representación.

Podemos concluir, pues, que pensar la República cubana bajo los rasgos de una mujer puede parecer hoy un símbolo distante y caprichoso. Sin embargo, desde las primeras conspiraciones separatistas del siglo XIX hasta los primeros años del período revolucionario, la mujer con gorro frigio, bandera y escudo, fue el símbolo indiscutible de la República de Cuba.

Imaginar la nación es imaginar también los símbolos que la representan y que la han representado. El 20 de mayo de 1902 se inaugura la República de Cuba y desde entonces el nombre oficial de la isla no ha cambiado. ¿Cómo podrían, pues, repensarse estos símbolos en la Cuba de hoy? ¿Cómo asumir en la actualidad la encarnación de la “Madre Patria”? ¿Cómo imaginar la nación cubana, sin olvidar lo que fuimos, lo que somos y lo que queremos ser?

 

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