¿Burócrata yo?

Ilustración: Martirena.

Ilustración: Martirena.

Aunque he despotricado de la burocracia en más de una ocasión, nunca quedo satisfecha. Las razones son muchas: no se aprende por cabeza ajena ni, (en este caso), por la propia; jamás sospechamos que seremos reincidentes en asuntos de trámites; somos el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, sobre todo con el mismo animal detrás de un buró con forma de pedrusco. No acabamos de digerir la idea de que el burócrata, por definición, es aquel que siempre encuentra un problema ante cada solución. Es increíble la habilidad de muchos funcionarios para encontrar nuevos obstáculos, ingeniosas maneras de hacernos perder tiempo, paciencia y confianza en la humanidad.

El peloteo aplicado a trámites legales debería ser inscrito en Olimpiadas. Y Cuba estaría entre los primeros lugares del medallero, sin duda alguna. Esta variante del pastoreo Voisin, consiste en la planificada procesión rotatoria a que somos sometidos cuando solicitamos lo que, sin importarnos mucho, otra persona nos exige. Por increíble que parezca, visitamos los mismos lugares, las mismas oficinas, nos sentamos en los mismos bancos, miramos las mismas caras una y otra vez, y no terminamos nunca. Un cuño, por ejemplo, se convierte en el objeto que más se anhela, aunque se trate de un trozo de palo con letricas incrustadas. Lo de menos es que se entienda qué dice, ni qué representa. Nada tiene valor sin el círculo azul estampado encima de una firma, tan ilegible como casi todo el resto del documento.

Lo importante es tener muchos papeles, armar un expediente propio, andar con ese archivo bajo el brazo, e impresionar a los burócratas. Cuando nos ven llegar apertrechados así, sienten gran frustración, pero Ojo: Siempre encontrarán la manera de revertir la situación. En eso, son campeones los burócratas. Si se nos ocurre sonreír frente a un funcionario, ya estamos perdidos. En las oficinas de trámites solo toman café, van al baño, se rascan, se abanican, se peinan, hablan por teléfono, conversan y sonríen los funcionarios, no nos equivoquemos. Nosotros somos simple ganado. Un puñado de seres que debemos ir de aquí para allá, de acullá hacia aquí, ir, regresar, volver, dar círculos en redondo, e ir diciendo “Gracias, Sí, como no, Claro, Tiene razón, Gracias, Si no fuera por Usted ¿qué me haría yo?”.

Siempre nos parece que estamos llegando a la meta, que pronto acabará la pesadilla, que ahora sí es de verdad, pero Ojo (segundo llamado): en el mejor de los casos, vamos por la mitad. Uno de los trucos más socorridos por los burócratas es no decir jamás la longitud de la estera que hemos de recorrer. Y además, ocultar el hecho de que la estera es sin fin, como las que utilizan los cardiólogos para las pruebas ergométricas.

Antes de contestar un formulario (uno de los millares que existen), respiramos hondo, meditamos bien lo que vamos a responder, consultamos a algún amigo, practicamos antes en un papel cualquiera. Se toman muchas precauciones, a sabiendas de que el más mínimo error por nuestra parte puede significar años de atraso, ese recomenzar que tanto tememos. Curiosamente, si ocurre una equivocación por parte de los burócratas, las opciones son dos: O carece de importancia (ellos le restan valor), o los platos rotos los pagamos nosotros, ya sea con un notario (“subsanación de errores” le llaman al acto de enmendar lo que no estropeamos), recomenzando TODO desde el principio. Pondré algunos ejemplos ilustrativos: Mi amiga Nancy olvidó colocar el acento (ahora le llaman tilde) encima de su apellido Gómez, y por tal motivo, demoró quince meses más de lo previsto en obtener su certificación de nacimiento. Mi amiga Hilda, al recibir el acta de defunción de una tía lejana, (belga, para más señas) notó que en la cuadrilla correspondiente a “Lugar de nacimiento”, la funcionaria de turno había escrito “Vegica”. Rauda y veloz, procedió (Hilda, claro, los burócratas no son jamás raudos ni veloces) a aclarar el error. La escribana en cuestión la miró asombrada, y pronunció la terrible sentencia “Eso no tiene valor alguno, compañera. Da igual si su tía nació en Bejucal o en Bélgica. Ya ella murió ¿no?”

“Sí”, dijo mi amiga, “pero en este caso, Vegica no existe”.

“Su tía tampoco”, respondió la burócrata. Hilda pasó dos días más de luto de lo que se esperaba. “Pobre tía mía, belga ella”, gimoteaba.

Las anécdotas son muchas, casi como la duración de los trámites. Yo, que he pasado años legalizando documentos, recomiendo mi propio método, que hasta nombre le he puesto, y si aclaro que no he ido a las oficinas donde se registra todo lo registrable e inscribible de este mundo, es por la fatiga que me produce. En cualquier momento les muestro la cartilla instructiva de mi proyecto, llamado UNDIPACAGE. Les adelanto el significado de las siglas, como muestra de buena voluntad: Un Día Para Cada Gestión.

Si bien es cierto que el proceso se prolonga según mi método, Ojo; (tercera y última aclaración), también es verdad que las coronarias de nuestros pobres corazones sufren menos. Así lo podrá verificar el cardiólogo que nos hace la prueba ergométrica en la esterilla sin fin.

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