Casas y sueños rotos

Una frase se repite y martilla, “se vende con todo dentro”. Hasta “con el pomo de aceite”, decía uno.

La Habana, 1 de julio 2022. Foto: Otmaro Rodríguez

Llevo algunos años relativamente pendiente del mercado inmobiliario de Cuba.

Mi casa, que alguna vez fue la “de los muchos”, donde convivíamos sin demasiada apretazón abuelos, nietos, tíos y sobrinos, se fue vaciando de a poco y se le ha quedado demasiado grande y solitaria a mi madre. Por eso, desde que me encuentro fuera de Cuba, hemos valorado varias veces la posibilidad de venderla y buscar algo más pequeño para ella, y algún dinero restante que vendría muy bien también. Sin embargo, los intentos que he hecho hasta ahora no han sido demasiado persistentes.

Creo que inconscientemente albergaba la esperanza de que mi lejanía fuera algo temporal, y que la casa algún día volviera a ser el hogar que un día fue, para mí, para mis hijos y hasta para mis futuros nietos. Pero hoy esa posibilidad la veo cada vez más distante. 

Por eso he comenzado a bucear nuevamente en sitios y grupos de compraventa de inmuebles. Y el panorama que he encontrado me resulta desolador.

La Habana, 1 de julio 2022. Foto: Otmaro Rodríguez

Tras un primer vistazo, tal pareciera que Cuba entera se vende. Y a pesar del grave problema de vivienda que azota al país desde hace décadas, de los muy atractivos anuncios y precios más que razonables —si los comparamos con los de cualquier otro lugar—, son pocos los que parecen con disposición o posibilidades de comprar.

Se pueden encontrar desde mansiones, hasta modestos apartamentos de microbrigada. Desde lujosos penthouses, hasta tímidos cuartos con barbacoa. Las hay impecables, remodeladas en sus más pequeños detalles, y una mayoría en que se notan las costuras del tiempo y las escaseces.

Una frase se repite y martilla, “se vende con todo dentro”. Hasta “con el pomo de aceite”, decía uno. Se venden muchas veces con los muebles y los electrodomésticos que tanto costó conseguir. Se venden hasta con los recuerdos, valiosos para cada uno, pero carentes de sentido para alguien más.

Y en esa frase, “se vende con todo”, se resumen los motivos y la magnitud de la gran tragedia colectiva, que no es más que la suma y multiplicación de cientos de miles, quizás millones, de tragedias individuales. De personas que están dispuestas a dejarlo todo atrás por un futuro muchas veces incierto, pero futuro al fin.

Sobre todo, sorprenden y duelen aquellos que no contaban con esa posibilidad en sus planes. Casas en las que se nota que en su momento invirtieron tiempo, recursos y amor. Casas remodeladas con más o menos posibilidades o gustos, casas donde aún se puede adivinar el bullicio de unos niños o la paz de algún abuelo colando café.

La Habana, 1 de julio 2022. Foto: Otmaro Rodríguez

Algunas hasta con negocios incluidos, que duermen su sueño irrentable ahora. Casas de renta, cafeterías o restaurantes que extrañan también tiempos mejores.

Otras que van mostrando poco a poco señales de deterioro. Faltas de pintura, de un saco de cemento o arena…y hasta de esperanzas.

Muchas son de personas que durante bastante tiempo prefirieron quedarse en Cuba, y se crearon con mil sacrificios determinadas condiciones de vida, y que ahora se sienten empujadas a la decisión de marcharse.

Todavía quiero creer que es posible que algún día la casa familiar pueda volver a ser el hogar que fue. Aún me emociona recordar lo que dijo mi hijo más pequeño cuando supo que pensaba venderla. Que cuando él trabaje y tenga “mucho dinero”, la volvería a comprar. Es que ahí está su infancia, su vida, y también parte de la mía. Si cierro los ojos, puedo (podemos) ver a los niños correteando con nuestros perros Princesa y Chaplin. Ahí puedo ver a mi abuela regando los rosales, y a mí misma trepada en la mata de mango con 12 años. Puedo recordar amores y sufrimientos. Puedo ver las decenas, tal vez cientos de reuniones de amigos a lo largo de décadas, entre ellos algunos monstruos queridos de la música o las tablas que tuvieron alguna vez ese patio de escenario…

Ojalá llegue el día, para todos, en que queramos y sobre todo podamos, volver a nuestra casa, nuestro hogar, nuestra isla. Mientras tanto, sigue colgando el cartel de “Se vende”.

Salir de la versión móvil