¿Buenos resultados de salud gracias a menos privacidad?

Foto: Mireya Ojeda Cabrera

Foto: Mireya Ojeda Cabrera

“Dejen de estar tan nerviosos, que todos ustedes estén aquí por la misma cosa”. Así, simplemente, le dijo mi profesor a tres hombres que tenían enfermedades venéreas. Las miradas inquietas entre ellos se convirtieron en un breve ataque de carcajadas.

Es un intercambio común que he visto en mis 5 años de estudios de medicina en Cuba. Las relaciones entre pacientes son tan importantes para la atención médica como las relaciones médico-pacientes. De hecho, estas relaciones son una gran parte de lo que hace de la asistencia médica cubana la historia de éxitos en la que se ha convertido.

La cultura que rodea los temas de relación profesional, la dignidad del paciente y el respeto de la vida privada en el sistema de salud cubano difiere fundamentalmente de lo que se suele esperar en los Estados Unidos.

Uno puede comenzar a ver estas diferencias en el estilo de vida cubano. Los vecinos escuchan las conversaciones de los otros, múltiples generaciones (a veces de diferentes familias) viven bajo el mismo techo, los medios de transporte público realmente llenos significan que comenzaremos nuestro día hombro con hombro con extraños.

Donde yo crecí, en Grapevine, Texas, la idea de que “las buenas cercas hacen buenos vecinos” establecieron una definición de la privacidad que ampliamos a nuestro transporte (casi todo el mundo tiene su propio coche); e incluso a los lugares de trabajo donde armamos cubículos divisores para que nadie pueda ver que estamos jugando al solitario.

No es sorprendente que este deseo de intimidad se extiende a nuestro sistema médico donde cosas como cortinas, salas de internación privadas, y de exámenes físicos sin tocarnos se han convertido en la norma.

Mientras en los Estados Unidos pudiéramos sentir curiosidad sobre la causa por la cual ingresó la persona de al lado, probablemente no preguntaremos, y el doctor, seguro, no lo dirá.

La sociedad cubana, la cual no tiene nociones puritanas de privacidad ni fondos suficientes para poner a los pacientes en sus propias habitaciones privadas, alienta las relaciones entre los pacientes.

Cuando entro en una sala de hospital veo a los tres pacientes desde que pongo un pie en la habitación. Puedo saludar a todos colectivamente y  casi siempre les pregunto cómo se sienten. “Bastante cansado”, puede ser la respuesta de uno de ellos.

“Oh, ¿te volvió la fiebre anoche?”, le preguntaré, buscando conocimiento clínico.

“No, el señor González (en la cama del lado) ronca como un camión de basura con el silenciador echado a perder”.

En los Estados Unidos, debería indicarle al señor González y a sus ronquidos un estudio de sueño caro para trabajar con su apnea. Aquí solo le pregunto al compañero de habitación si le parece que, durante la noche, al señor González se le olvida respirar en medio de sus horriblemente altos ronquidos.

“¿Radiología ya pasó por aquí a recoger a la señora González hoy para su scan?”. Puedo preguntarle a cualquiera en la habitación y ellos podrán responderme sin que yo tenga que molestar a la enfermera por la tablilla.

Esto sucede porque los médicos se apoyan en las relaciones entre pacientes cuando tratan a los enfermos, pues la calidad de las mismas contribuirá a la calidad del servicio que estos reciben en el hospital.

Fuera del alcance de los oídos de doctores y enfermeras, lo pacientes chismean y hablan entre ellos.

Quizás estés nervioso  antes de una colonoscopia. Uno de tus compañeros de cuarto se hizo alguna probablemente, o una tía o tío suyo se la hizo. Y ellos casi siempre te edulcorarán el cuento para que parezca un simple paseo por el parque. Después de hablar con tanta gente, cuando me siento para repasar el procedimiento con el paciente, ellos casi siempre me dicen más de lo que yo les estoy diciendo.

Las noticias particularmente malas, como que el cáncer hizo metástasis, casi nunca se le dan directamente al paciente. En su lugar, llamamos aparte a los parientes y les consultamos el cómo, si lo vamos a hacer, se lo informaremos al paciente.

Mientras que, siguiendo los estándares americanos, esto sería una violación flagrante de la privacidad del paciente, y sus derechos, en la cultura cubana es una práctica médica aceptada.  Los familiares deciden si el paciente puede asimilar las malas noticias, y el momento en que se les darán.

Por supuesto que hay pacientes a los que no les gusta la falta de privacidad en el sistema cubano. Ellos se quejaran abiertamente, especialmente cuando han sido interrumpidos por enésima vez mientras hablan con su doctor.

La privacidad del paciente es un acto de equilibrio entre las expectativas individuales y la cultura médica presente.

Cuando se cultiva correctamente, he visto con frecuencia que relaciones entre pacientes en Cuba nos enseñan cómo ayudar a los enfermos para que encuentren apoyo y solidaridad entre ellos mismos.

Esos tres pacientes con enfermedades venéreas que fueron diagnosticados a la vez entran en la consulta discutiendo quien va primero. Cuando se marchan van hablando sobre el tratamiento, problemas en sus relaciones, y comentando  cuan afortunados son de tener un doctor que sabe hablar con las personas.

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