La Peña de la Conciencia Crítica

Jorge, el decano de la Peña (izquierda), junto a Neldo, de la Cátedra de Desnutrición. Foto: Ricardo Riverón.

Jorge, el decano de la Peña (izquierda), junto a Neldo, de la Cátedra de Desnutrición. Foto: Ricardo Riverón.

Todos los días de Dios, a la siete antemeridiano, comienza sus trabajos la Peña de la Conciencia Crítica. Su sede: la mata de roble blanco situada frente al edificio donde vivo, en el barrio Vigía Sur, de Santa Clara. Sus integrantes fijos: cuatro; los ocasionales: una cantidad indefinida cuya aceptación –o no– depende de las veces que concurren con la caneca llena sobre la nalga.

Los miembros ocasionales están obligados a puntualidad. Los plenos, no. Pero aquellos que aspiren a ser admitidos deben aplicar para el ingreso con una ronda colectiva de degustación, que pudiera ser Saltapatrás, Espérame en el suelo, Sonrisa de león o cualesquiera de las otras denominaciones folclóricas que recibe el que, más eufemísticamente, algunos llaman “ron artesanal” o “aguardiente casero”.

Los miembros fijos son: Jorge el Cojo (decano), Pedrito (experto en Química), Juan Carlos, alias Juanca, y Neldo (conferencistas sobre desnutrición), y en la lista de los ocasionales más frecuentes tenemos a: Lasy y Gabriel (instructores de Gastronomía y, en el caso del último, también de Ictiología).

Jorge, a quien mutiló un accidente –y un iatrogénico yeso– dicta los temas del día. Pedrito, diminutivo hasta en la estatura, prepara o gestiona los calambucos tras la ponina de rigor, y Juan Carlos y Neldo, sin cuidar esa delgadez extrema, se limitan a beber y a desvariar sobre cualquier asunto en emisiones que sugieren una mezcla de papiamento y creole.

Por lo general las actividades comienzan con una primera sesión, de Bioquímica, apoyada por un profuso componente práctico que (in)valida las virtudes neurológicas del etanol etílico. No faltan loas y propuestas de reformas a sus disímiles grados de concentración. En el tercer turno toca Lenguas Extranjeras; prima a esa hora la libertad de expresión (verbal y con aparatosos manoteos).

Antes de que los parlamentos tomen el camino del meandro semántico y la anarquía, ocurre lo más jugoso, en la hora intermedia, cuando la maquinaria cargó suficiente agua y carbón pero no se ha desbocado. Se discute entonces sobre Sociología, y gracias a las sagaces indagaciones de Jorge afloran los temas estratégicos. El último día que los visité –apenas ayer– la agenda, cargada de luces metafóricas, contenía los siguientes puntos:

1- Método logístico mínimo para conseguir que la leche que da la vaca no se la mame el ternero y nutra a todas las reses del cuartón (reorientación de la pauta comercial en toda su gama de surtidos, a precios diferenciados).

2- Mediciones antropométricas legas para desentrañar el proceso de pérdida de consistencia de los nalgatorios femeninos en la generación que llegó a la adultez entre 1990 y 2000 (hipótesis que se sustentan en la edad; la falta de aminoácidos esenciales contenidos en la proteína animal y el sedentarismo).

3- Caracterización psicosociológica de las que llaman “personas de nuevo tipo”. Entiéndase: gerentes, empleados de los polos turísticos, jeques de la industria del reggaetón, personal de uniforme chic, personas devenidas vitrina, jinetes en motos Suzuki o vistosas bicicletas eléctricas, sujetos cuyo lenguaje se ha concentrado de manera unilateral e irrevocable en la línea pragmática y escueta, sin concesiones a flojeras espirituales.

En las tardes, cuando Gabriel regresa del lagunato donde pesca, da inicio a su disertación sobre el procesamiento de minutas. En breve las discusiones derivan hacia el ameno y opresor diferendo sobre el Balón de Oro: si es para Messi; si es para Cristiano Ronaldo. El tronante foro se desarrolla sin necesidad de control: cada cual toma la palabra –más bien el grito– cuando quiere, sin que ninguno de los integrantes del evento supere en potencia y timbre a Gabriel, que vota por Messi. Muchas veces Juanca ha tratado de moderar el berrinche, pero como a esa hora ya no hay traductor que lo siga, lo suyo se queda en gesticulaciones y amagos. Alto, muy alto brama Gabriel. Hasta que Jorge ordena silencio.

Son unos curdas amables, buenas personas; a cualquiera le hacen un mandado, le marcan una cola, le venden gas doméstico reciclado, le destupen un caño o le pintan un balcón. Lo que sí no hacen es chapear jardines, dura tarea que en el barrio monopoliza El Guajiro, quien con más de sesenta y cinco años, patio a patio, jardín a jardín, ya casi tiene ahorrados los 200 CUC que cuesta el álbum fotográfico de los quince de la nieta. Tampoco trabajan todos los días estos muchachos de la Peña. Solo cuando no hay para canecas le echan mano al overol. Todos menos Jorge, a quien por su limitación y prestigio le concedieron la franquicia en el giro del gas.

Gabriel diserta sobre Ictiología. Foto: Ricardo Riverón.
Gabriel diserta sobre Ictiología. Foto: Ricardo Riverón.

A veces, al pasar y saludarlos, me piden que me detenga un momento. Me acribillan con preguntas inesperadas, aunque en la actualidad ya nada que venga de ellos me sorprende. Un día querían mi punto de vista sobre el Noni, planta que por entonces nuestra prensa promovía insistentemente. Sostenían los desnutriólogos, Neldo y Juanca, que también se le llama “fruta del diablo”, y que no sirve para comer. Gabriel y Lasy, por su parte, aseguraban que ese no es el nombre, y que en las Islas del Pacífico se come bastante.

Yo no sabía qué decir, y solo después de la consulta en Internet pude darles la razón a los últimos en lo tocante a la condición comestible y a los primeros en lo referido al nombre. Neldo concluyó, tajante:

—Pues yo no cambio mi plato de harina con boniato por el chayote enano ese.

Y Juanca añadió:

—Ni yo por mi buen cañangazo.

Otro día, enfocados a la política internacional, me pidieron que les explicara en qué consistía aquello de “la primavera árabe”. Traté de pasarles la información, apoyado en el ejemplo egipcio. Supuse que la novedad de que todo hubiera comenzado a través de las redes sociales de Internet los alentaría a investigar.

Alarmado, me interrumpió Pedrito:

—Profe, ¿y usted no tiene Internet?

—Mala con cojones, pero sí…

Más receloso aún, continuó mirándome de soslayo, y como retirándose:

—Con todo respeto, se lo pregunto porque estamos en mayo… Usted sabe…

Pedrito y Juan Carlos, de la cátedra de Desnutrición. Foto: Ricardo Riverón.
Pedrito y Juan Carlos, de la cátedra de Desnutrición. Foto: Ricardo Riverón.

Le temía a una primavera cubana. Argumenté sobre la imposibilidad de que eso sucediera, al menos conmigo como protagonista, pero no se relajó del todo. Se me había olvidado puntualizar que todos ellos hasta dejarían de beber, si fuera necesario, por defender la revolución.

Añado que a ninguno de los miembros de la Peña le sirve el sayo de lo descrito por José Antonio Saco en 1830 en Memoria sobre la vagancia en la Isla de Cuba, ni lo puntualizado por Emilio Roig de Leuchsenring en su artículo de 1943 “La vagancia en nuestros días: sus raíces y algunos de sus efectos y manifestaciones”. Ninguno de los contertulios que hoy caracterizo se engancha con el juego u otra droga que no sea el alcohol. No roban. Todos tienen calificación y, a su manera, rinden utilidades.

Lo que me motiva a reseñar la existencia del grupo es su grado de tipicidad en un entorno –el nacional– de pérdida de prestigio del trabajo sujeto a horarios, disciplinas y salario insuficiente. No son pocos los que, como ellos, degustan sus “manjares” y beben sus “licores” sin que les haya pasado por la mente trabajar con el estado ni emigrar a parte alguna. Son personas realizadas a su manera. Beben y dialogan, tropiezan y se levantan. Ríen mucho y siempre están dispuestos para el chucho inteligente.

El domingo pasado me levanté tarde, cosa que nunca hago. Ya había pasado el primer turno de la Peña, dedicado a la degustación. A través de la ventana escuché a Jorge, que llamaba a empeños mayores.

—Arriba, arriba, que hoy vamos a debatir sobre el bloqueo a Qatar. En breve el profe Riverón pasa por aquí camino a la panadería, así que preparen sus dudas.

Puse Telesur a ver si me enteraba de algo. Después traté de entrar a Internet, pero la conexión estaba más lenta que nunca: el circulito verde giraba y giraba y los sitios no abrían.

Fue duro para toda la familia, pero ese día desayunamos sin pan.

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