Santiago en los tiempos del cólera… y del dengue

Foto: Naskicet Domínguez

Foto: Naskicet Domínguez

La avioneta sobrevuela la ciudad y deja tras de sí una estela blanca y un olor penetrante. Algunas mañanas y algunas tardes la sirena de los bomberos antecede al humo que extermina todo insecto. “La cosa está mala”.

En la calle se desanda con sed que se calma con los químicos salidos de una bolsa de refresco Coral (que ha visto duplicarse sus precios) o embotellados herméticamente, o cada quien carga con su botella. Son tiempos duros para la gastronomía, estatal o privada. Los frentes de las aceras encalados y el vaho del cloro delatan las casas marcadas como en las historias bíblicas. Desde algún lugar en sordina Shakira le canta al amor y al rio Magdalena.

Santiago de Cuba no tiene una ruta pluvial, no hay barcos con banderas amarillas o negras. No se habla de vibrio cholerae ni se alude al aedes aegypti. Nadie recuerda a García Márquez…o a lo mejor sí. Todo es más prosaico, menos literario o científico. Se dice que hay dengue y cólera, pero también otras Enfermedades Diarreicas Agudas y otros virus y bacterias. Al menos está claro que la situación epidemiológica no es favorable.

Foto: Naskicet Domínguez
Foto: Naskicet Domínguez

Hay un ambiente de histeria controlada. Descuidos de lado y lado. La gente se enferma y le achaca la fiebre y el dolor de cabeza a cualquier cosa, y a los cinco días se pone como el ave del trabalenguas: pinta pipiripinta… pero no va al médico a menos que el cuerpo se le esté cayendo a pedazos o que no valgan las guayabas verdes. Y aún así se requiere casi de un operativo policial para que ingresen quienes no logran pasarle gato por liebre a Salud Pública.

La basura se acumuló en algunos lugares, la hierba crece por todas partes y los charcos de agua no son responsabilidad de nadie… tampoco de acueducto o de viales o de las brigadas constructivas o de los CDR. El agua se empoza, se pone verde limo y es mejor pagarle entre todos a un señor de la cuadra para que pode o recoja los escombros. Esta es la historia de algunos lugares, en otros ni siquiera eso.

Ahora la participación social y el trabajo voluntario dominical, las labores de higienización, pasan por la dinámica de la venta de la fuerza de trabajo. En cada calle se hace un recuento de los caídos en desgracia y la fumigación a toda hora huele también al desespero de las autoridades, a esfuerzo de coyuntura. Todo no es más que un remix del clásico de Santa Bárbara y otra vez se le vuelve a recordar solo cuando truena.

Foto: Naskicet Domínguez
Foto: Naskicet Domínguez

Los medios dicen y no dicen, en verdad no hace falta… todo el mundo sabe… pero también la gente fabula, ¿exagera?, está ávida de datos, no de sensacionalismo, sino de datos, también de historias orales, de testimonios, del relato de los convalecientes.

En realidad se vive como todos los días, no hay decretos de emergencia, estados de sitio, ni cuarentenas. Solo que en todas las entradas, privadas o públicas hay un baño podálico y hasta los mejores amigos y la familia te piden que lo pises y te laves en tres aguas, como en el cuento ruso: con jabón, limpia y con cloro antes de entrar. A veces puedes elegir, la mayor parte del tiempo no.

Hay gran deportación hacia los campos de los cerdos y una gran matanza. Lo peor es que el precio de la carne continua inalterable en el mercado, ni siquiera con eso se compensa.

La ciudad está rabiosamente verde, todas las tardes llueve, la verdad es que, meteorológicamente hablando, apenas caen unos chubascos. Pero esas “imploradas” aguas, que no llenan a plenitud ningún embalse, trajeron estos lodos.

Foto: Naskicet Domínguez
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