Ser de calle

Deambulantes en las calles cubanas. Parque el Curita. Foto: Otmaro Rodríguez Díaz.

Deambulantes en las calles cubanas. Parque el Curita. Foto: Otmaro Rodríguez Díaz.

Nadie lo quiere cerca. Lo evitan como si fuera la peste negra, porque su olor confirma el descuido y la intemperie que rigen su vida. Le ponen mala cara o le dan la espalda. Camina perdido y pide 5 pesos cubanos como limosna. Si logra éxito en par de ocasiones ya estará cerca de su mínimo diario. Entonces, lo gastará en comida en el mejor de los casos. La mayoría de las veces en alcohol.

El vagabundo compra un pomito de agua re envasada, después va al correo de la Terminal de Ómnibus y regresa con un almanaque viejo, con una foto de Camilo Cienfuegos. Costó 10 pesos, escucho entre su verborrea quejosa.

Roberto deambula por la terminal de Ómnibus provinciales de Ciego de Ávila. Nadie sabe su apellido. Él mismo, en su locura transitoria, no recuerda más allá de su nombre.

A los innombrables los llaman de muchas formas: deambulantes, mendigos, limosneros…

Roberto es un marginado social. No quiere responde preguntas, y por la foto clandestina que le hice me gané una bronca. “Vas a salir en la prensa”, dije. Accedió, finalmente, aunque no sepa qué cosa es Internet.

Carga un jabuco de objetos inservibles sobre una anatomía de 60 años, que parecieran 70 por el malvivir, que hace que los años pesen el doble, sobre el cuerpo y el espíritu. Es como un caracol o una tortuga, porque lleva con él lo que necesita. Su techo no es otro que el que esté sobre su cabeza cuando caiga la noche. Muchas veces, el cielo hace esta función.

Los números del infortunio

Según el Censo de Población y Viviendas de 2012, al menos 1,108 personas con esta situación — entre las cuales, quién sabe, si contará Roberto– sobreviven en Cuba. Se subdividen, explica el Censo, en 958 hombres y 150 mujeres. Unos 641 están en el grupo etario de 16 a 59 años y otros 467, tienen 60 años o más. Tales cifras, probablemente conservadoras y algo desactualizadas, homologan una verdad que las avenidas y callejones de Cuba vocean.

¿Por qué y quiénes viven en esta situación? En el estudio Caracterización de la conducta deambulante en Camagüey, durante un quinquenio, se ofrecen datos de esa provincia entre 1999 y 2005, con pistas para entender el asunto.

Fue una investigación sobre 236 personas deambulantes, entre quienes predominaron los hombres, por amplia mayoría. Pero el aspecto más preocupante está relacionado con el fenómeno del envejecimiento poblacional. Los mayores de 60 años eran 53, mientras otros 50 estaban entre 50 y 59 años.

Foto: pxhere.com

El informe final indicaba que las razones que habían llevado a estas personas a deambular, se inclinaron en su amplia mayoría hacia el abandono familiar. Lo habían sufrido el 74,1 por ciento del total. Otro número amplio, el 46 por ciento, dijo que era por no tener vivienda.

“Independientemente de la posible subjetividad en lo referido por estas personas, llama la atención que haya predominado el abandono familiar en tan alto porciento, teniendo en cuenta que en Cuba está vigente un Código de familia, y que las personas con vínculo filial no pueden quedar desamparadas por su familia”, señaló el estudio.

Es difícil encontrar una pauta jurídica que reglamente el trato a los vagabundos. El artículo 275 del Código Penal cubano está dedicado a la obligación de los padres con respecto a sus hijos, hasta que estos alcanzan la mayoría de edad (18 años). Indistintamente, instituye el cuidado y tutela de ancianos y personas desvalidas o incapacitadas, pero siempre que medie sentencia del Tribunal otorgándole la custodia.

Hermanos, nietos o cónyuges no están obligados por ley a responsabilizarse. El artículo 38 de la Constitución de la República de Cuba, incluido en el capítulo IV referido a la Familia, dicta que “los padres tienen el deber de dar alimentos a sus hijos y asistirlos en la defensa de sus legítimos intereses”, mientras a los hijos solo les deja “la obligación de respetar y ayudar” a sus progenitores; pero en ningún acápite define en qué consiste esa ayuda.

“Cualquier ciudadano o institución social puede promover una demanda cuando esté frente a un caso de abandono y aplicar los mandatos de la ley”, dice el abogado Carlos Villa. Pero en la práctica a estas personas nadie suele hacerles mucho caso, de modo que naufragarían en la casi reglamentaria burocracia de un bufete.

En Cuba, no obstante, según explica el diario Juventud Rebelde, “a partir del año 2012, y aunque ya se realizaban acciones desde la década de  1990, existe un protocolo de actuación para la admisión, diagnóstico, atención y reinserción social de los individuos con conductas deambulantes, que aúna en esos propósitos a los ministerios de Trabajo y Seguridad Social (MTSS) y Salud Pública (Minsap), la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) y la Fiscalía General de la República, entre otras entidades y organismos del Estado”.

Pero los deambulantes siguen por ahí.

Román González Pedroso, por ejemplo, tiene 50 años. Su área de merodeo son los alrededores del parque Antonio Maceo de la terminal de transporte intermunicipal de Ciego de Ávila. Tiene los pies hinchados por las constantes caminatas vespertinas y nocturnas, descalzo. No quiere 1 peso, no quiere nada. Contarle sus congojas a alguien, si acaso.

Está casi ciego y conoce mucho de espasmos a la intemperie y frialdades húmedas a medianoche. Dice que tiene dos hijas adultas, que se casaron y no quieren saber de él. Dice que tuvo dinero. “¡¡Muuucho!!”.

Fantasea con los tiempos en que habría sido un negociante de éxito. Pero hoy pasa sus días entre limosnas y baños pestilentes de una terminal con guaguas y trenes prehistóricos.

Sabe algo de inglés y conoce de literatura y autores universales. No le sirve de mucho. Román es otro de quienes manchan el maquillaje ya corrido de una urbe, que de hace unos años hacia acá, ha perdido varios encantos.

Deambulantes al Parlamento

En los debates de la Comisión de Salud de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en diciembre de 2015, se habló de la situación de los deambulantes y del Sistema de Atención a la Familia (SAF), acerca de los comedores para quienes no pueden garantizar por sí mismos su alimentación.

El doctor y diputado santiaguero Jorge Alberto Miranda, acercó más las cifras a la actualidad. Al cierre de 2014, los deambulantes contabilizados eran 955, mientras que seis meses después ascendían a 1261.

La diputada Mercedes Fontanella dijo que a las personas que viven en las calles se les intenta atender de la mejor manera, procurando la reinserción en el hogar o el ingreso en instituciones de salud, hospitales siquiátricos u hogares de ancianos. También se han creado centros especializados, aunque la capacidad es inferior en comparación con la cantidad de personas identificadas en esta situación.

Según el informe de Fontanella, a los comedores públicos del SAF asisten 76 mil personas. De estas apenas siete mil son casos sociales o enfermos, por tanto la mayoría son jubilados o trabajadores de bajos ingresos.

Alexis Díaz, cocinero en uno de los locales que brindan comida a estas personas, cercano al complejo recreativo conocido como La Turbina en Ciego de Ávila, dice diariamente asisten más de 300. “Yo no sé si todos los que vienen son pordioseros. Por la ‘facha’ diría que la mayoría. Se da almuerzo y comida. Siempre quieren llevarse más comida, pero hay que garantizar alcance para todos”.

Uno de los administradores del local explicó que existe un grupo llamado Comisión de Prevención, que atiende a los deambulantes, pero que en la práctica no funciona.

Progreso Semanal publicó en diciembre de 2014 un reportaje acerca del tema, con el título Deambulantes: un asunto mayor. En este quedan expuestas las deficiencias en el manejo de la situación con los indigentes, y se habla de un marco legal que tampoco les da mucho amparo.

Mientras, la Resolución Conjunta No. 1 del Ministerio de Salud y el Comité Estatal de Trabajo y Seguridad Social, que codifica las prioridades para la aprobación de la asistencia social, regula que cuando el deambulante es mayor de 60 años, procede facilitar su ingreso en hogares de ancianos, siempre que no tenga un padecimiento psiquiátrico.

Sin embargo, no hay menciones concretas en la ley para quienes no rebasan esta edad. Tampoco hay ninguna que prohíba a un ciudadano pedir dinero, vagar en la calle o asediar a los turistas en lugares públicos, una modalidad del fenómeno más habitual de lo que muchos están dispuestos a admitir. Tampoco existe una legislación que exija a las familias hacerse cargo de sus miembros.

“Que los metan a todos en un hospital. Me tienen loco pidiendo dinero todo el día, se la quieren ganar fácil esa partía de descaraos”, dice ásperamente José Mena, vendedor de alimentos ligeros en un quiosco frente al hospital provincial Antonio Luaces Iraola.

Pero esta “caritativa” alternativa tampoco procede, pues una indicación del Ministerio de Salud Pública estipula que los hospitales psiquiátricos no pueden asumir esta función. Hogares de ancianos, centros psicopedagógicos y casas de abuelos están en la misma situación: solo pueden ingresar pacientes previo diagnóstico médico. Súmese el estado constructivo tan deteriorado y la poca disponibilidad de camas para estos fines.

Este problema ha sido reconocido en varias ocasiones por autoridades del Ministerio de Salud en Ciego de Ávila, que estima la muy conservadora cifra de 40 desamparados en toda la provincia. Otras ciudades como La Habana (desde 2002), Bayamo, Holguín, Las Tunas y Villa Clara (2015), tienen centros de clasificación y atención a estas personas.

Allí equipos multidisciplinarios de especialistas diagnostican, tratan y encaminan su reinserción social. A través de un sistema de recogida y posterior traslado hasta las instalaciones, que involucra instituciones como el Ministerio del Interior, Salud Pública, trabajadores sociales y el Ministerio del Trabajo y Seguridad Social.

Pero en La Habana también crecen por día los deambulantes, que vagan casi siempre sucios y en harapos. Algunos aparecen en cualquier portal tirados encima de algunos cartones y suplican algunas monedas con la mirada perdida. Otros intentan disfrazar su pobreza como vendedores de maní, baratijas, cigarrillos sueltos o artículos de segunda mano. La mayoría son ancianos y discapacitados. La legión habanera pulula con calculada preferencia en áreas donde suelen pasear los “despistados” turistas, en una suerte de modus operandi que se extiende a todas las provincias de la Isla.

No son geniales y extravagantes, ni locos elegantes, como el famoso Caballero de París, que recitaba poemas en las esquinas más céntricas de La Habana e improvisaba inflamadas peroratas en un casi extinto castellano del siglo XVIII.

Los de hoy son más bien personajes sobrecogidos por el susto de vivir al día, vagabundos desaliñados que hurgan en los contenedores y cajones de basura en busca de restos de comida, una pieza vieja de ropa o un objeto que se pueda vender. Los últimos, llamados buzos, en casos puntuales pagan una licencia para hacer lo que hacen, en un intento estatal de disfrazar como legítima actividad económica lo que no pasa de ser un método rudimentario de subsistencia.

Es una verdad de Perogrullo que ejércitos de pordioseros invaden a toda hora cualquier ciudad de América Latina, y que en Estados Unidos el panorama es bastante sombrío al respecto, por hablar de esta parte del mundo. Esas imágenes, casi inéditas en Cuba hasta la caída del Muro de Berlín, ahora forman parte del paisaje urbano en no pocas capitales provinciales. No es un asunto menor sobre la dignidad de unos pocos, o la apariencia de cierta ciudad, es el llamado apremiante para establecer políticas de protección claras y eficientes.

Personas en situación de calle. Foto: Otmaro Rodríguez.
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