Cuando el mal es de matar

Foto: Blog Mambí en acción

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¿Sería oportuno preguntarse cómo fue que llegamos a “criar” asesinos? No era la meta. Cuando publiqué mis preocupaciones en torno a los muchachos que no tuvieron celuloide (del bueno, en el barrio noble, quise decir, porque la bazofia hollywoodense de fuego-patá-y-piñazo con que la TV + el paquete semanal han invadido nuestras casas; es todo lo que parece “nutrirnos” hoy) todavía guardaba la esperanza de que a pesar de la violencia manifiesta entre algunos de los nacidos en (o después de) los 90s –acaso hijos de la desdicha, la indolencia y del precepto martiano de que “bajo la miseria material todos los males florecen”– habría una salvedad esperanzadora en los que vendrían a continuación, al frente del esplendente milenio.

En la Cuba que conozco no ha existido nunca tanta violencia callejera o de puertas adentro, física o verbal, como en los últimos años. La prensa nacional –pacata ella– ha tenido que admitir como consecuencia del escándalo los últimos crímenes, tras los cuales lo que flota en esas mentes imberbes/suicidas es la emergencia de poseer raudos dineros, deslumbrar al prójimo/coetáneo, ignorante/desprovisto. Quizá se trate del triste fracaso de un sistema educativo reticente a revisarse, junto al naufragio vertebral del orden en los pobres/pudientes hogares cubanos. Ambos en razones tanto de constantes simulacros/amoralidades como de furtivas catástrofes infra/estructurales.

La avaricia soez, la ruindad deshumanizada, la homofobia y todos los achaques recombinados en esta islita de maldad creciente se han ensañado en otro acto brutal contra una persona abiertamente gay en Cuba, esta vez en el expuerto de Caibarién, cayito querido, incontaminado de tales horrores a pesar del deterioro.

Han martillado la cabeza (22-07-2015), cortado el cuello, cercenado los dedos anillados y hasta arrancado el oro de los dientes a Leandro Roberto Medina Hernández (n.13-03-1957), el tapicero amigo, lector entusiasta de literatura y buena gente que, empero su poco discreto prurito de ostentación, era una persona solidaria, querida por sus vecinos y compañeros de trabajo en la Reconstructora de Coches Carahata donde laboró durante muchos años. Y lo han linchado por envidia, celos quizá, y la gula que despertaba su fortuna, sus pertenencias que incluían una motocicleta que de un zarpazo han hurtado estos ladinos, rabiosos de su soberanía económica, su éxito personal y su casa, la que reconstruyó con medios propios sobre “El Castillito” (calle 14 esq. a ave 23), habiéndola adquirido con gran desembolso y tremendo esfuerzo en estado semiderruido. Vivía solo, cual ermitaño, pero había cedido parte de la vivienda a una sobrina, y prestado un “ala de palacio” –ironizaba–, a otro pariente para que ejerciera el cuentapropismo. Tan grandes eran la morada y él.

El destrozo ocasionado por los tahúres dentro, no es más que pura perversidad premeditada. Y un crimen realizado por despecho, pues se sabe que entre varios asesinaron a un amo compartido, porque el fallecido esa noche, como otras, les permitió entrar.

¿Tendremos suficiente voz para demostrar lo que ocurre en esta patria trasmutada tras la actual-izante crisis de valores? Los imberbes que se lanzan a por caudales ajenos, no nacieron siendo bandidos; ese mal no se hereda. Los que matan a travestis de una pedrada casi bíblica –como en Pinar del Río en el mes de mayo– no aprendieron a odiar de la nada. Los que degollaron a otro joyero en el barrio La Marina, en Matanzas el antepasado verano, tampoco. Los que destriparon a un hijo de alto funcionario provincial y extendieron sus vísceras frente al policlínico y la funeraria Juan Bruno Zayas en Santa Clara o arrojaron a otro infeliz apuñaleado tras salir de “El Mejunje” en madrugada al río Bélico, ¿componían acaso “la excepción”, según vocingleran los componedores de la regla?

Los que vaciaron las casas del malecón local o el reparto Van Troi en julio junto a otros 5 sucesos de terrorismo aquí, mucho menos deben saber que aquellos matones. Casi ninguno de los encartados rebasa los 25 años. Casi todos están presos o en proceso judicial, por la estupidez de exhibir sus botines, aguardándoles una condena que probablemente sea inferior a la que otorguen por matar a una vaca o traficar langostas. Forman parte integral del novísimo hombre s.XXI que –como el anciano Voltus V– hemos ido armando con pedacitos de lastre, sorderas y mutismos rotos, prioridades paralizantes de conjunto, hasta llegar a autodestruirnos la calma. Lo aprendieron bien a lo largo de sus cortas vidas de insatisfacciones, cuyas causas no entraremos a sociologizar ahora, pero que denotan tal carencia espiritual y morbo propios de cenit tóxico.

Saben ellos que asintiendo sin chistar ante el reeducador carcelario asignado por oficio, cuando hayan cumplido la mitad de las presuntas condenas por homicidio, andarán sueltos de nuevo, envueltos en jolgoriosas travesuras y enseñando viejos trucos a novatos. A menos que las cárceles cubanas crezcan hasta 24 plantas para dar cabida a la superpoblación penal que habrá reincidiendo y nos abunde el necesitado presupuesto de manutención, no se avizora por oscura ni la entrada al túnel.

No es una exageración esto que nombro: en nuestro pueblito de pe(s)cadores vimos a un policía quien sesgó de un disparo a un chico prófugo del servicio militar escondido en el cementerio, regresar a los 5 años exactos de los 10 que le echaron por “gatillo alegre”, para reintegrarse incólume al colectivo. La familia revolucionaria/comprometida del baleado, a sugerencia de la administración de turno, exoneró al ultimador de su hijo.

Hace un lustro, otro ejemplo, tuvimos 5 reclutas tendidos en la funeraria el mismo día, mártires del tiroteo desquiciado de uno de los muertos, quien se arrancó la vida con un AKM tras ajustarle cuentas disciplinarias al resto. ¿Resuenan ecos foráneos? Pues no hay nada dicho antes ni después al respecto. ¿Se imaginan el panorama si con la violencia latente en nuestros ciber-adolescentes sacaran ametralladoras en las tiendas?

Existe una amenaza in crescendo para la histórica tranquilidad del país –y en lo adelante lo será para cualquier distrito o batey del archipiélago adonde lleguen arrasando la plaga y los facinerosos–, por el rencor de algunos tipos jóvenes hacia los diferentes: es decir “los otros”, especialmente si son homosexuales o triunfadores “anormales” fuera de catálogo, extraños/conocidos a los que saquean solos o en acto de cohecho, por tratarse de unos seres “inferiores”.

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En voz baja

Robertico, el occiso, era un león “tusao”, no le aguantaba una “hijeputá” a nadie, se fajaba con el más guapo por su derecho a ser él, y todo regalaba por placer. De algún triste modo este ha sido su castigo por creído/benevolente, y, además, su fin. Muchas veces, ante mi preocupación por su vida debatida entre el abultado mercado “pinguero” que se lo disputaba (esa cofradía putañera/puñetera que avergüenza luego a sus entes de haber sido “usados” en juegos carnales con el cliente, ruge por limpiarse “el mancillado prestigio” de macho-remacho-remachucado) me dijo: “Yo, para ser feliz, tengo que pagarle al pepillo. A como esté la libra en pie. Ese es mi sino”. Dios sabrá qué cosas íntimas harían en privado, que los rentados/arrepentidos más tarde querrían sangre.

El año pasado se dio la noticia por lo bajito de la muerte de un conocido director de teatro Tony Díaz (y antes, la de un actor de novelas: Miguel Navarro), obra de “desconocidos asesinos”, bajo la insinuación de tratarse de “crimen pasional” (u otra variante de vendetta sexual). Pero la verdadera causa/objeto de esa, y esta, y todas las muertes es, y será siempre, la apropiación de una vida en el nombre de la soberbia. No importan móviles, géneros, preferencias ni extravíos temporales: se desgaja inmisericordemente a otra persona humana, y muy pocas veces los autores de tal atrocidad resultan mostrados.

Los de criminalística provincial en Villa Clara ya aprehendieron a los que por viveza/estupidez ni contaron con 24 horas libres “pa’gozar” de lo robado, y se anuncia que habrá una alocución de un funcionario político desde el telecentro local, para demostrar al pueblo enardecido “la sagacidad de nuestras fuerzas del orden”. La estación, por su escasa potencia, se capta apenas a 1 kilómetro de radio, así prefieran reducir el alcance del informe, o intentar apartar del cáncer social la mirada mayoritaria, incompatible con la s(o/u)ciedad que instituimos. Quizá si existiese un debate/diario propio (El Vanguardia o El Escambray vecinos apenas llegan) tendríamos referencias, u opinaríamos aunque fuese loca(l)mente. De cualquier forma, no obstante se hermeticen las estadísticas delincuenciales y de suicidios continuos en el país, es pálido avance que saludamos.

En Cienfuegos escucho decir que machetearon a una lesbiana sin otro motivo que su resistencia al despojo. Recuerdo el incidente habanero en una cuartería no hace mucho, donde otro frustrado adorador de placeres cobró venganza a su expareja y mató, de paso, a 3 familiares que se le interpusieron, pero, todo por “amor”. En Caibarién –y en la provincia de Villa Clara más– se genera alto indicador de asalto/robo promedio total en vivienda vacía o habitada, cada vez con menos intervalos y más armas. Antenoche agredieron a una mujer tras mi edificio para sacarle unas cadenas rutilantes. La tumbaron de su moto eléctrica, a las 9:45 pm, justo cuando entraba por el caminito previamente obstaculizado con peñones, con todo el vecindario ennovelado, suspirando e indiferente a otros clamores “no protagónicos”. (Después supimos que fue maniobra de un tipo alias “Fogón”, raterito menor).

Las actas de advertencia por denuncias en la estación de la PNR hay que reimprimirlas a montones. Oigo y releo en la red del asalto por encapuchados motoristas a 4 ServiCupets habaneros y otro en Manicaragua, paladares en Sancti Spíritus desvalijadas, atracos a turistas en plena calle en Ciego, Holguín, Santiago, Remedios o Trinidad, etc., que dejaron pelados/traumatizados a trabajadores, visitantes y testigos. También he sabido de un conocido taxista santaclareño –que alguna vez alquilé– a quien secuestraron en la autopista para saquearle el carro que semana más tarde –apuntan– aparecieron ambos canibalizados. Hubo otras masacres masivas en carreteras nacionales que jamás se explicaron al pueblo expectante. Nos enteramos sólo de lo que nos cuentan, sin poder nada confirmar, oímos de los curiosos o victimizados sus versiones torcidas, en voces que no son siquiera familiares. La famosa “radio-bemba” nunca fue más fiable a falta de información oficial.

Hace pocas noches un joven –hijo de un dirigente del grupo GeoCuba– fue víctima de varios navajazos a manos de un cretino que quiso arrebatarle la bicicleta. Le cosieron en el brazo defensor 17 puntos quirúrgicos. Oigo que también desnudaron a una pareja para robarle la ropa y luego los ataron a un poste. Un buscapleitos en la playa no tuvo otro objeto contundente que lanzarle al contrincante por la cabeza que su propio hijo, el que cargaba y que se estropeó seriamente. Nuevo empleado del cayerío cercano regresaba a casa y le arrebataron del hombro la mochila unos tipos que inmediatamente huyeron. Cosa frecuente de noche en horarios de arribo de guaguas. Insinúan además que un camajuanense poderoso introdujo droga al municipio y que quizá sea esa la detestable causante del desquicie expandido.

No existen vías de certificar o desbaratar “la bola”, y eso le añade especulación. Los misterios inherentes al secretismo (pánico al sensacionalismo, al descrédito por inoperancia e insolvencia en muchos casos policiales que no clasifican para la saga triunfal del programa televisivo “Día y Noche”) más la ausencia de una prensa/crónica de color que sea para alertar a la gente acerca de los gérmenes que nos corroen, serán objetivos a reconsiderar –como muchos otros boyan ya en la gran esfera económica– algún dichoso día de ese futuro incierto que también, de manera cruel, nos acoquina.

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