Cubana en España: trabajadoras domésticas sin trabajo ni derecho al paro

El perfil de Jacqueline Padrón, mujer-inmigrante, es el mayoritario en este sector que, en el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar sigue viendo precarizada su situación en un año de pandemia.

Personas que buscan trabajo, en una fila. En La Coruña, Galicia. Foto, vía lavozdegalicia.es

Cuando tenía 48 años Jacqueline Padrón se vio obligada a emigrar de Cuba a Galicia, donde, por necesidad, se dedicó al empleo doméstico. Tras ocho años trabajando como interna y cuidando a personas dependientes, ahora no la contratan. Aunque cotizó, no tiene derecho a cobrar el paro.

Su perfil, el de mujer inmigrante, es el mayoritario en este sector que, en el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar, que se conmemora este martes, 30 de marzo, y pese a la campaña de la Inspección de Trabajo para actualizar su salario, sigue viendo precarizada su situación en un año de pandemia.

Tras haber estudiado contabilidad en La Habana y ejercer su profesión en el Ministerio de Justicia de Cuba y en una entidad bancaria, Jacqueline se quedó sin trabajo y emigró en 2010 a España, sabiendo que tendría que ejercer aquel empleo que los oriundos del país rechazasen para enviarle dinero a su familia.

Jacqueline Padrón, cubana en Galicia, España. Foto: Efe, vía elcorreogallego.es

La primera casa en la que estuvo se sitúa en una aldea de Nogales (Lugo), donde, según relata en una charla con Efe, se encargaba de la limpieza del hogar y cuidaba a un mayor que tenía alzheimer y carecía de movilidad, por lo que “era una labor dura”.

“Tenía un contrato de cuarenta horas semanales, pero eso no es cierto, porque cuando eres interna estás ahí el día entero, para lo que sea. A cualquier hora estaba pendiente por si necesitaba algo”, narra Jacqueline, quien rememora que, al estar en un núcleo al que no llega el transporte público, solo se iba del domicilio una vez al mes.

Después de trabajar en otra vivienda en la que también atendía a una persona dependiente se quedó sin trabajo en diciembre de 2019 y se mudó a la ciudad de A Coruña. Mientras buscaba una nueva oportunidad llegó la pandemia y con ella un nuevo calvario, pues la gente tenía miedo al contagio y no contrataba a empleadas del hogar.

“Nadie me dio respuesta. Todo este tiempo he estado sin trabajar y sin cobrar nada, porque nosotras no tenemos derecho al paro”, cuenta Jacqueline.

Si bien ella estuvo dada de alta en la Seguridad Social, este sector aglutina un gran número de personas en la economía sumergida. Aunque la cifra se redujo desde que se aprobó el Real Decreto 1620/2011, del 14 de noviembre, por el que las asalariadas pasaron de cotizar en un régimen especial a hacerlo en un sistema especial dentro del régimen general, la asociación Xiara calcula que entre un 65 % y un 70 % siguen trabajando en negro en Galicia.

Según los datos del Gobierno, la Comunidad reunía el mes pasado 25 284 personas en el sistema especial para empleados del hogar (de las que solo poco más del 2 % son hombres), mientras que en febrero de 2010, antes de la reforma, el régimen especial contabilizaba 20.516 individuos.

El derecho a un salario mínimo, a vacaciones y al reconocimiento de la baja por enfermedad a partir del cuarto día fueron algunas de las mejoras que trajo consigo esa ley, pero todavía queda mucho por hacer para acabar con la discriminación.

Así lo asegura en una entrevista con Efe la portavoz de la asociación Xiara, Teresa Rodríguez, quien reclama la vacunación de las empleadas del hogar frente a la COVID-19, la inclusión en la ley de Prevención de Riesgos Laborales y la ratificación del convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que implica la equiparación de sus derechos con los del resto de trabajadores del régimen general.

También hace referencia a la campaña de la Inspección de Trabajo, que obliga a los empleadores a actualizar sus cotizaciones antes de este miércoles, para considerar que “no es una medida seria” porque solo es retroactiva desde enero de 2021 y contempla jornadas completas cuando “la parcialidad en este empleo es la mayoría”.

Al respecto, la doctora en Sociología de la Universidad de A Coruña Antía Pérez Caramés explica, en una conversación con Efe, que esta medida “es un paso importante”, porque supone una advertencia formal por parte del Estado de que hay unos mínimos a cumplir”, pero cree que “no es suficiente”.

En este sentido, recuerda que a finales de marzo del año pasado, en el confinamiento, se aprobó un subsidio extraordinario para personas empleadas del hogar, que tilda de “relevante” dado que “por primera vez se da un pequeño paso para su normalización como empleo”.

Sin embargo, esta prestación se dio de manera excepcional por la situación derivada de la pandemia, pues indica que siguen existiendo desigualdades como el despido por desistimiento, por el cual el empleador puede alegar que perdió la confianza en la empleada para extinguir la relación laboral.

“No tiene justificación más que, nuevamente, la consideración de que no es un empleo como cualquier otro, sino un trabajo ‘especial'”, subraya la socióloga, que lamenta que este trabajo “esté poco reconocido, extremadamente precarizado y mal valorado socialmente”.

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