De aguaceros

Foto: Desmond Boylan/REUTERS

Foto: Desmond Boylan/REUTERS

Con el calor sucede como con los duelos y sus cinco etapas. Piense bien. Negación: no puede ser que haya tanto. Ira: ¡Me ca…en la madre de..! Negociación: Si me pongo delante de dos ventiladores y en pelotas no pasaré mucho calor. Depresión: Imposible, esto es imposible. Aceptación: No importa lo que haga, voy a tener calor.

Cuando era pequeña y podía meterme en un tanque de agua, lo hacía. Era mi piscina particular, y de vez en cuando invitaba a alguien del barrio a compartirla. A los niños cubanos de otras épocas les venía bien la pileta olímpica o el tanque del agua que mamá usaba para limpiar la casa. La fiesta terminó cuando la jefa descubrió que el tanque se estaba desfondando.

Fue una crisis de varios veranos, hasta que llegué a la edad de ir a las piscinas públicas y compartir mis olores y sabores con un centenar de personas que no conocía (para expresarlo de alguna manera hermosa). Viéndolo en la lejanía, era un acto de vandalismo a tu salud, pero no había otra opción y entonces, parecía sano.

La piscina pública que tocaba por relativa cercanía era muy popular y concurrida. En el mismo hueco con agua y cloro, acudían dos barrios muy conflictivos de Santa Clara: Dobarganes y Subplanta. Y bueno, yo.  Me curtí para la vida entre peleas por el centímetro de piscina correspondiente y que todos exigían como suyo y los hit de Noelia, que te gritaba desde la bocina que ella era “candela, una llamará”. Resbalé y caí, y me hice fan de aquella positiva frase que valora lo importante de levantarse.

Cuando terminaban las dos horas de baño, lo más lógico era volver a la cola, y comprar otra entrada o negociar con el portero. Fueron los años donde aprendiste que la gente siempre pedirá algo a cambio. En los años amargos del Período Especial, la trusa exhibía unas coquetas cosmonautas y un sello de la TRD donde amenazaba con romperse. Tan bien zurcido, que nadie sospechó jamás que la TRD y las astronautas no tenían nada que ver. En las noches de esas tardes, lo más lógico es que te dolieran las piernas. Razón que ahora atribuyo a que por cuestiones de capacidad, te pasabas el tiempo de baño, saltando en un solo pie. Claro, Santa Clara se quedó sin piscinas, y sin baños populares y concurridos, y vino el dengue, el zika y todos esos problemáticos y nada divertidos pretextos para no tenerlos.

Pero siempre queda un buen aguacero. De los que nos gusta llamar, torrenciales y estos meses de verano regalan la definición exacta. El cubano —tan buen meteorólogo como es— sabe que Rubiera podrá decir lo que quiera, pero después de las tres de la tarde hay un 90% de probabilidad de lluvia. Y crea condiciones para ello.

Lo más importante es llenar los cubos (baldes). Lo segundo más importante es coger las goteras. A veces, en un solo paso cumples las dos tareas. Se cierran las ventanas, porque un aguacero en Cuba que se respete viene con vientos. Y por si truena, se tapan los espejos, se alejan de los muebles de metal, se quitan los equipos electrodomésticos de la corriente, no se coge el teléfono bajo ningún motivo, te subes a la cama y te haces el muerto mientras las descargas duren. Las únicas palabras que se pueden susurrar tendrán que ver con el evento, como: ¡Ese rayo cayó ahí mismo!

El cubano—tan buen meteorólogo como es— sabe de oídas a qué distancia se produjo el hecho, incluso puede ser más preciso y mencionar un poblado, si no lo hace más a menudo será porque también es modesto. Pero no todo es perfecto, el cubano—tan buen meteorólogo como es—todavía confunde truenos con rayos, y no difiere entre lo que cae y lo que ve. Eso en la ciudad, porque no se sabe lo que es un torrencial en Cuba hasta que no se pasa bajo un bohío en la campiña o una casa de tabaco en la vega. Eso es otra historia digna de cualquier thriller.

Ruido aparte, cuando la calma se avecina lo más probable es que te ganes un permiso para saltar en los charcos, jugar al “cogío” debajo de los chorros que caen del tejado y figurar que te bañaste—jabón incluido—en la lluvia. ¿Qué tire la primera piedra quien no defendió la tesis de que no se bañaba más porque ya lo había hecho en el aguacero? En ese “todo incluido” nacional, vale deslizarse carretera abajo o de una esquina a otra de los portales inundados. Más de uno ha perdido dientes en “la gozadera”.

De mayores todo lo anterior queda vedado. Eres el que pone peros, el que ves el mal en todo, al que probablemente le van a caer los truenos, el que proscribe una gripe sin recetas. Eres tu madre, unos años atrás. Y te contentas con maldecir los charcos, el mal tiempo y la peor cara, las cuadras inundadas, los derrumbes a propósito, los niños que te imitan y el parte del Noticiero que decía fin de semana, y resulta que es viernes. El séptimo paraguas de ARTEX que perdiste en la cola de Coppelia y la capa amarilla de tu padre que huele a combinada cañera de los 70. Eso es lo humano de un torrencial en Cuba. Lo divino es lo que recuerdas usualmente.

El tema del calor pasa por la respuesta al mismo. Muchos llevan años entre la segunda y la tercera etapa. Entre maldecir y negociar con la época del año y sus atributos. Cualquiera diría que natura nos ha ganado la partida, y cada temporada se antoja más soleada, y se ha cargado las propuestas de paz. Solo cuando regala un torrencial aguacero, y la noche refresca, y los mosquitos se esfuman, y la sonrisa vuelve a tu cara, es que supones la bondad de tu verano. Pensamiento que dura lo que dura la noche.

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