De cuando Librado se encontró con la muerte

Hombre pararrayos / Foto: Eduardo González Martínez

Hombre pararrayos / Foto: Eduardo González Martínez

Librado González González vio la cara a la muerte dos veces. La primera vez fue hace 11 años y todavía se pregunta cómo sobrevivió aquel día de verano.

Con poco más de 20 años llegó desde la provincia de Pinar del Río a visitar a la familia, en el municipio Guamá, en Santiago de Cuba. Al bajar de la guagua, una ligera llovizna empezó a caer y Librado corrió desde la parada hacia la casa donde lo esperaban todos.

El visitante entró a la cocina de madera que quedaba separada de la vivienda. Allí estaba la abuela de su esposa, una señora gruesa como de 200 libras. Apenas se unieron en el abrazo, cuando una descarga eléctrica los separó brutalmente y los lanzó en sentidos opuestos.

“Yo vi como una bola de fuego entrando por la puerta. Perdí el conocimiento entre unos cinco a 10 minutos y los brazos y las piernas me quedaron como amarrados, torcidos. La gente que estaba en la casa nos tomaron a ambos, la señora y a mí, y nos pusieron bajo la lluvia, porque dicen que contrarresta el efecto del rayo”, cuenta Librado, mientras prepara las mercancías para vender en su caretilla ambulante.

“Después me llevaron al hospital en Ocujal del Turquino. Como era un hospital pequeño había tremendo corretaje. La abuela de mi esposa no pudo sobrevivir”, dice Librado, quien vive hace mucho tiempo en Pinar del Río, a pesar de ser nativo del oriente de la Isla.

Él es uno de los afortunados que han sobrevivido a sucesos como este. Como Jorge Márquez, un cubano famoso ya por sobrevivir a seis acontecimientos similares, un récord.

Un estudio publicado en el sitio de la BBC en 2014 señaló que Cuba y Panamá tienen la mayor proporción de muertes causadas por este fenómeno natural en América Latina, debido a la alta densidad de descargas eléctricas y el bajo nivel de infraestructuras. En el caso cubano, las cifras indicaban 5,9 muertes promedio por millón de habitantes.

Pero la lista de González González pudiera seguir aumentándose, si se tiene en cuenta que hace apenas año y medio atrás, volvió a tener otro encuentro cercano con los rayos, otra vez en el Oriente cubano, y nuevamente en vísperas de otro viaje.

Esta vez, se preparaba para volver al occidente. Tenía un pasaje reservado para las 7:00 p.m. pero fue a ver a un tío suyo, que vivía en una pequeña finca, en una zona nombrada Arroyo Blanco, en Palma Soriano. En esta ocasión, un día despejado de julio, sonó un trueno lejano, cuando Librado admiraba el paisaje.

“Era un día tranquilo y el lugar era muy lindo. Salí al patio a grabar un video con mi celular y cuando llevaba un tiempo, entonces cayó el rayo que me tumbó y tiró el celular lejos, como a 10 metros. Quedé aturdido, pero menos que la otra vez. No abrí nuevamente el teléfono hasta el viaje, de noche, y vi que la descarga estaba grabada”, recuerda.

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La fama llega como un rayo

La historia de Librado trascendió hasta los medios de comunicación locales. Días después llegó a su carretilla un periodista. Poco tiempo después, ambos, el descubridor y el entrevistado, asistieron a la televisión local para contar la historia. El nativo del oriente cubano se volvió famoso en la ciudad de Pinar del Río.

“Casi a diario la gente me lo recuerda aunque yo no lo haga. Una vez vino una señora y me enseñó el periódico. En una ocasión varios niños me miraban y se preguntaban unos a los otros si era yo o no. Ese día, después de la salida en televisión, se llenó la carretilla”, ríe tranquilo González González, quien asegura haber sido tocado directamente.

En tiempos de lluvia, Librado recoge rápido su carretilla y se refugia. Ahora cumple con los mandamientos cubanos para los rayos: ponerse zapatos y cubrir completamente la parte superior de su cuerpo con una camisa. Las personas, en modo de chiste, le piden que se aleje en esos casos.

“Es solo jugando”, asegura. “Claro que siento un poco de miedo pero no puedo vivir pensando en eso. Lo que está pa’ ti está pa’ ti por mucho que uno se cuide”. Él sabe que es un sobreviviente y que tiene más cosas de las cuales encargarse. Trabajador por cuenta propia debe buscar las viandas, frutas y hortalizas para vender.

No se preocupa por algo que no puede controlar. “Mi abuelo decía que él que ve la luz el trueno no lo mata”, dice y vuelve al trabajo. Pero quizá pronto buscará refugio, porque una fina llovizna ha comenzado a caer tímida, sobre el techo de su carretilla.

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