De rusos, calores y juegos de dominó

Crónica de una tarde de conversaciones y partidas en una esquina de La Habana.

Foto: Otmaro Rodríguez.

Foto: Otmaro Rodríguez.

“¿Y qué, periodista, ya empezaste a estudiar ruso?”, me dispara Eugenio en cuanto me ve aparecer a su lado en la mesa de dominó.

Son cerca de las 6:00 p.m. y, como cada tarde, varios de mis vecinos pasan el rato en la esquina jugando, bromeando y discutiendo de lo humano y lo divino. Un vaso de ron va de mano en mano, a pesar del calor sofocante y pegajoso que invade La Habana.

“¿Ruso?”, le pregunto a Eugenio haciéndome el desentendido, aunque sé perfectamente por dónde viene el asunto. Hoy en Cuba, con tantas visitas entre Rusia y la isla, tanta firma de acuerdos y rondas empresariales, es imposible no saberlo.

Da, tovarishch. Russkiy”, me responde con un acento que sorprende a más de uno en la esquina y provoca algunas sonrisas.

“Vaya, todavía te acuerdas”, le dice Lázaro, su pareja de juego, mientras desliza lentamente el doble siete sobre la mesa como quien se quita un gran peso de encima.

Konechno, tovarishch”, contesta Eugenio con aire de orgullo: “Que no me pasé tantos años estudiando en la Unión Soviética por gusto. ¡De algo me tiene que servir todavía!”.

“¿Y qué vas a hacer? ¿Te vas a ofrecer de traductor a una de esas delegaciones de bolos que están viniendo?”, ataca Osmany con sorna y pone el siete cinco justo en el extremo por el que se había doblado Lázaro.

“Pues, a lo mejor”, riposta Eugenio. “Esa gente está entrando de lleno en Cuba y, por lo que parece, pronto vamos a estar hablando ruso en la calle y pagando en rublos en lugar de en dólares”, dice y martilla la mesa con el cinco tres, mientras clava los ojos en Yunior, que por el momento no ha dicho una palabra y mira sus fichas con desasosiego.

El muchacho toca la mesa despacio, resignado, y Eugenio explota en una carcajada de euforia. “¡Tócate, María Silvia!”, le dice a Yunior y le pasa el vaso de ron: “Aprovecha, Havana Club. Que ahorita lo exportan todo pa’ Moscú y vamos a tener que tomar vodka de los mercados rusos que dicen que van a abrir”.

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“Ven acá, Eugenio, ¿y a ti no te preocupa que los rusos se metan aquí a full y terminen cogiéndose todo esto? Porque a mí, sí”, apunta Lázaro antes de poner un tres por el otro extremo. “Acuérdate que los soviéticos no eran jamón, con lo camaradas que éramos y todo. Y estos de ahora ni siquiera son socialistas. Bien capitalistas que son…”.

“Pues a mí no tanto, la verdad”, le responde su compañero. “Como están las cosas, con la crisis que hay, si esa gente empieza a traer comida, petróleo, guaguas, y todo lo que sea, les doy hasta la llave de mi casa”.

“Y hasta le das a tu mujer con la casa”, se burla Osmany, que mata uno de los tres de los extremos con un uno y dice triunfal “la puya”, mientras observa expectante a su rival.

“No, tampoco así, mi socio. Hay cosas que no se regalan bajo ningún concepto”, contesta el otro. Y se vira hacia mí, con el vaso de ron otra vez en sus manos, en lo que medita su próxima jugada: “¿Tú qué crees, periodista?”

“Creo que tienes que fijarte bien”, le respondo tras darle una ojeada desde atrás a sus fichas. “Mejor tienes cuidado, no sea que pongas lo que no es y termines trancando el juego, y por lo que estoy viendo me parece que eso no te conviene…”.

***

Lázaro anota en un papel los puntos que le dicta Eugenio desde el otro extremo de la mesa y observa cómo su compañero comienza a remover sonriente las fichas.

“Yo no sé cómo tú puedes estar campante con el planazo que nos acaban de sonar estos dos”, le dice algo molesto, mientras Osmany y Yunior animan a sus contrincantes a “dar agua con deseo” al tiempo que “habilitan” el ya exangüe vaso ron.

“Igual que con eso de los rusos”, sigue Lázaro, con quien he hablado antes del tema y estoy al tanto de sus preocupaciones. “¿De verdad tú crees que van a venir a regalarnos cosas por nuestra linda cara? Seguro van a sacar tremenda tajada, y nosotros vamos a tener que soltar buenos billetes pa’ poder comprar lo que traigan”.

“Como sería con los americanos, o con los chinos, o con quien sea, Lázaro”, se defiende Eugenio. “Regala’o murió en los 80. Lo que importa es que haya comida, gasolina, y más cosas para comprar; aunque no todo el mundo pueda hacerlo de entrada. Peor es que haya dinero y las tiendas estén peladas como ahora”.

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“Pues dicen que les van a dar tierras, y fábricas, y facilidades para invertir e importar”, acota Carlos, que, como yo, observa el juego a un costado de la mesa y hasta ahora se había mantenido en silencio: “A mí eso no me da buena espina. Y, además, nos pone más en mala con Estados Unidos, que tiene a Rusia en la mirilla por lo de Ucrania”.

“También es verdad. Y a los yuma’ es mejor no cuquearlos, a ver si nos aflojan el lazo en algún momento”, reflexiona Osmany en lo que acomoda las fichas para la nueva partida. “A fin de cuentas, Estados Unidos está ahí mismo y Rusia lejísimo. En lo que llega un barco de Rusia, ya el de Estados Unidos dio diez o veinte viajes”.

“Con los americanos el tema es diferente, porque la bronca viene de hace tiempo y bastante malo que nos han puesto el pica’o”, vuelve a la carga Eugenio. “Pero de los rusos fuimos socios hasta el otro día, como quien dice. Ya no serán los sovetskiye tovarishchi, pero si quieren ayudarnos, que venga la fiera”.

“Pues mientras sigamos dependiendo de alguien de afuera, nunca vamos a salir del hoyo”, contrataca Lázaro. “Las cosas hay que arreglarlas aquí adentro, no vaya a ser que nos pase otra vez lo de la Unión Soviética y todo se vuelva a ir a bolina. Mira el motín de los mercenarios el otro día. Aquí deben haberles puesto velas a todos los santos…”.

“Ajá”, asiente Carlos. “¿Ustedes se imaginan la que se hubiera armado si hubieran tumbado a Putin? ¿Pa’ quién nos íbamos a virar? ¿China? Esos son otros que bien bailan. Dicen los americanos que tienen una base de espionaje aquí…”.

“Bueno, camaradas, dejen a los rusos y los narras tranquilos y póngase pa’l dominó que se hace de noche”, apura Osmany mientras pone el doble seis sobre la mesa. “A ver, ¿de casualidad les tocó algún seis? Creo que esta data no me la gana ni Putin ni el chino, ¿cómo es que se llama el hombre, Lázaro?”.

 ***

Eugenio vuelve a pasar a seis y mira provocativamente a Osmany, que es todo sonrisas. “Juega fino. No vayas a meter la pata, que te la aplico”, le dice también sonriente antes de darse otro trago.

“Ya quisieras tú”, le responde el otro, mientras Yunior, su compañero, mata uno de los seis con un cuatro, y se seca el sudor con una toallita que sostiene en las manos.

“Este calor está en candela. Y eso que son más de las 7:00 de la noche”, confirma. “Yo no sé qué se van a hacer los rusos aquí en Cuba. Se van a derretir”.

¿Por qué se está sintiendo tanto calor en Cuba?

“A derretir nos vamos nosotros. Los rusos que vengan a Cuba no van a salir del aire acondicionado”, contesta Lázaro, que pone un dos por el cuatro y mira a Osmany de reojo, a ver si su jugada tuvo algún efecto.

“Pero alguna vez tendrán que bajarse del tour, digo yo”, replica Yunior, que dobla la toallita y le pide a Eugenio el vaso de ron.

“Sí, man, claro. Pero si acaso un ratico”, le responde Osmany, que mata el dos de Lázaro con otro seis y le devuelve a este una mirada desafiante. “Aparte, pa’ esa gente seguro no va a haber apagones ni van a tener que fajarse con una guagua en pleno mediodía. Mucho menos tendrán que hacer cola pa’l pollo”, añade.

“Y dale, que te toca”, le dice a Yunior, quitándole el ron. “Que este mes a Eugenio no le dieron seis por la libreta. A ver si los camaradas le traen algunos de Moscú”.

“Bueno, que me traigan a mí también, y de paso un split, que con este calor no se puede. Lo de este año es terrible y no hemos llegado a agosto”, apunta Yunior y pone un siete por uno de los seis antes de volver a secarse el sudor.

Osmany hace una mueca rápida e intenta recomponerse con un trago; pero Eugenio y Lázaro, viejos zorros del dominó, intuyen el golpe e intercambian miradas y sonrisas.

“Leí que lo del calor es por la humedad, o por una cosa que se llama domo de calor, no recuerdo bien. Pero no es el calor del sol nada más. También el de la calle”, comenta Lázaro, metafórico, mientras revisa con calma sus fichas y analiza las próximas jugadas.

“Hay que andar al hilo, porque los asaltos están por la libre. Y cosas peores también”, agrega. “Tú, Osmany, con la motorina, no andes mucho por ahí por la noche; no te vayan a dar un palo pa’ quitártela”.

“¿Y qué me dicen de los precios?”, se suma Eugenio. “¡Eso sí está caliente! Un paquete de pollo en 3 mil pesos; un cartón de huevos, en 2 mil; la libra de puerco de 500 pa’ arriba; el pescado, si aparece, también por las nubes. Y Dios nos coja confesados si se rompe algo: cualquier arreglo te cuesta miles de pesos”.

“Y va a seguir subiendo, porque mientras el dólar suba, todo se encarece. Los verdes están por arriba de 200, ¿no, Osmany?”, insiste Lázaro, que mira socarronamente a su rival.

Dólar sigue por encima de los 200 pesos en el mercado informal de Cuba

“Bueno, no todo. La cerveza, por suerte, está bajando. Ya por ahí aparece hasta a 120. A ver si cambiamos el ron por un lager frío, que es lo que pega con este calor”, añade, mientras hace girar una ficha bocabajo sobre la mesa.

“Lázaro, deja la muela del calor y acaba de jugar; esto no es ajedrez”, se revira Osmany, intranquilo, como anticipando lo que puede ocurrir a continuación.

“Si eso es lo que tú quieres…”, le contesta el otro, que voltea la ficha con calculada lentitud y la desliza hacia el otro extremo de la mesa, en dirección a su compañero.

“Llegó la peste: más sietes”, remata Eugenio al recoger el doble y ponerlo con deleite en posición perpendicular al siete jugado minutos antes por Yunior. “A llorar, que se perdió el tete”, dice divertido, mientras le señala a Osmany el seis del otro extremo.

“A ver, nené, ven por la canalita”, agrega, y deja caer con fuerza una ficha sobre la mesa cuando Osmany, todavía incrédulo, se ve obligado a matar su último seis. “A dos siete”, exclama eufórico, “y el tuyo tampoco lleva. Así que no te ganaba ni Putin, ¿no?”.

Yunior, en efecto, se pasa, sudoroso, y Eugenio se da un largo trago triunfal antes de que Lázaro se pegue con el siete nueve: “A contar, dorogiye tovarishchi, y pónganse pa’l ruso que si llegan los bolos con el dominó sí que no se van a ganar la vida”.

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