A lo que me refiero cuando digo taxi

Foto: Roberto Ruiz

Foto: Roberto Ruiz

Veo venir un taxi. No, veo venir algo que podría ser un taxi. Me preparo: acelero el ritmo de respiración, sacudo levemente las manos. Chequeo los posibles rivales y evalúo sus posiciones relativas. Hay tres señoras que vienen juntas, esas pierden conmigo, que ando solo. El tipo de la maleta grande también está en desventaja. Aun así, extiende la mano con el índice en alto y le da dos vueltas al antebrazo (está queriendo decir: “voy hasta la rotonda de la Ciudad Deportiva”). El taxi (confirmado, es un taxi) amaga con acudir y enseguida siento la sensación inconfundible que provoca la adrenalina. Me solidarizo por décimas de segundo con cada pirata que intentó un abordaje alguna vez. “Vamos, que tú puedes”, me digo para darme fuerzas.

Así más o menos empiezan cada día mis mañanas: aventura. Y la aventura para un día está bien, pero en dosis muy altas estresa y como cualquier caballero jedi sabe, el stress lleva a la ira, la ira lleva al odio y odio te conduce al lado oscuro.

En casi cualquier parte del mundo un taxi es un vehículo con chofer y taxímetro. Aquí en Cuba, para calificar un taxi, habría que agregar una lista de identificadores bien extensa y variopinta. Y suavizar lo del taxímetro, porque sería demasiado pedir.

Puede utilizar gasolina, petróleo o combustible doméstico entubado (léase, gas de balita). No hay distinción de marcas, modelos o fechas: puede ser un Audi del año, un Fiat Polaco o un Plymounth Fury del 58. Puede ser por fuera un jeep Willis y por dentro un Lada o por fuera un Lada y por dentro un Volkswagen escarabajo. La variedad tiende a infinito, como sucede con la vertiente musical del asunto, que también se antoja estocástica. Puedes encontrarte reguetón, ópera o incluso Radio Reloj y, si tienes suerte, puede hasta tocarte un chofer que cante.

Hay cosas que sí están claras. Por ejemplo, la primera frase del chofer va a ser invariablemente una de estas dos opciones: “Socio, no me vayas a tirar la puerta” o “Amigo, tíreme la puerta bien duro”. También es una verdad establecida que los pasajeros prefieren ventanilla. Algunos matarían por ella, y la mayoría miente con tal de obtenerla, con la clásica frase: “Pasa tú, que yo me quedo…” y que en realidad quiere decir: “Pasa tú, que yo me quedo con la ventanilla”.

La suerte es que en el mundo en ocasiones la justicia se manifiesta de manera imprevista, y el taxista, con tal de ganar un poquito más, coloca en el asiento trasero a cinco personas. No es posible, usted dirá. Lo es. No es magia, es ciencia. Se emplea el método del zipper humano: el primero se echa hacia adelante, el segundo hacia atrás, el tercero hacia adelante, y así sucesivamente. La naturaleza misma del procedimiento hace que la persona que tanto luchó por la ventanilla, no la disfrute pues está inclinada hacia adelante y hacia un lado (la persona, no la ventanilla), porque el asiento trasero se hunde en el medio, los cuerpos cambian de nivel y las cabezas se acercan. Los pasajeros están tan apretados en el asiento trasero que si se durmieran soñarían lo mismo. El pasajero más incómodo es –adivine quién– el de la ventanilla, que para mantener el equilibrio debe colocarse la puerta del auto bajo el brazo (pura justicia).

Desafiando la lógica, esa situación de incomodidad a los cubanos los pone conversadores. Comparten experiencias, opiniones y defienden a ultranza puntos de vista sobre cualquier tema: precios del agro, efectos del calor, posibles finales de las telenovelas en transmisión, si Cristiano Ronaldo es mejor que Messi y un largo etcétera. Estas conversaciones se solapan, se cruzan, se imbrican, se atan y desatan, desafiando la capacidad de concentración y el intelecto. Cada pasajero – orador intenta que su criterio prevalezca y la mejor herramienta es casi siempre aumentar los decibeles en detrimento de la calidad del argumento. Todo esto, recuerde siempre, con reguetón de fondo. Hay quien no soporta la tensión y claudica, o explota. Se baja, tira la puerta y grita: “Deja que llegue el ultimo capítulo de la novela para que veas que Messi sí se queda con Cristiano”.

Otro detalle sorprendente es que el taxista, chofer o botero, nunca revela para dónde va. Es como si pertenecieran a una secta que tiene como ordenanza primera no divulgar el destino. Muchos optan por no responder y otros, por una versión mejorada del cuento de La Buena Pipa. No me crea, haga la prueba. Chofer, ¿para dónde va? ¿Para dónde vas tú? ¿Pero no me puede decir para dónde va? ¿Para dónde vas tú? ¿Pero usted va a cambiar la ruta por mí? ¿Para dónde vas tú? y así sucesivamente…Repito: no me crea, pruebe.

Confieso que he estudiado detalladamente cómo dirigirme al taxista para maximizar la probabilidad de que me lleve. He sido víctima de respuestas crueles y desenfadadas. Una vez pregunté: Chofer, ¿41 y 42? Me gritó: ¡83! Y aceleró. Y otra vez: Chofer, ¿Víbora? Y tú, ¡Anaconda! Así que he aprendido, en materia de taxis, a dosificar la educación formal. Pedir de favor que te dejen donde puedas, puede significar bajarte un par de buenos kilómetros después de donde tenías planeado. Tengo algunas estrategias que funcionan, y las comparto con usted.

El tema es profundo y espinoso. Se quedan muchísimas cosas por decir. Yo, por mi parte, después de escribir esta líneas voy a acostarme temprano y a descansar, que mañana me espera un día complicado. Uno de esos días que empieza tratando de subirme a donde usted ya seguro se imagina.

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