El tren de Nueva York a La Habana

Cuando Henry Morrison Flagler descubrió por la ventanilla a las 100 mil personas que fueron a recibirlo a la estación, no sabía que solo le quedaba 1 año, 3 meses y 27 días de vida. Hijo de un tiempo en que la humanidad se agigantó a la naturaleza, el hombre quiso domar las olas y empequeñecer el mar. Sobre su mesa de noche, se trazó el mapa del ferrocarril que unió a Nueva York con Cayo Hueso, y posteriormente a Cayo Hueso con La Habana. Cuando el proyecto nació, a comienzos del siglo XX, muchos lo bautizaron como “La Quimera de Flagler”.

Metafóricamente, hay quien opina que un tren es siempre una isla en movimiento. Tal vez por la analogía del encerramiento, o por la dependencia de los suministros externos, o —parafraseando a Virgilio Piñera— por “esa maldita circunstancia de la línea por todas partes”. Lo cierto es que el famoso expreso que unió a Nueva York con La Habana elevó tal comparación a niveles inverosímiles.

Durante más de 20 años, existió la ruta conocida por “Havana Special”: el pasajero compraba su boleto en La Gran Manzana, y sin bajarse del vagón ni un solo instante, volvía a pisar tierra en la capital cubana dos días después. El recorrido también podía hacerse en sentido inverso, incluso con salida desde Santiago de Cuba. Visto desde la actualidad, parece una herejía.

Pero para materializar “la quimera”, los ingenieros debieron juntar lo que la naturaleza se había empeñado en distanciar durante miles de años: los cayos e islotes del sur de La Florida con la masa continental de Norteamérica. En 1905, comenzó la ampliación del Florida East Coast Railway —propiedad de Henry Flagler— desde Miami hasta Cayo Hueso, a una distancia de 206 kilómetros.

Tras siete años, 50 millones de dólares, 4 mil trabajadores, el azote de dos huracanes, la lucha contra el agua que intentaba recuperar lo que el hombre le arrancó, por fin Henry Flagler consiguió llegar en su vagón privado a Cayo Hueso, con la endeblez de sus 82 años, el 22 de enero de 1912 a las 10:43 de la mañana. Menos de tres meses después, en el otro extremo del mundo, el mar se tragaría al barco más famoso de todos los tiempos, tal vez como presagio del precio de la osadía humana.

El mismo día de su llegada a Cayo Hueso, el veterano empresario americano partió hacia La Habana para promover la nueva ruta de su empresa. En poco tiempo, Flagler consiguió ensamblar el convoy ferroviario con los ferry-boats que cruzaban El Estrecho de La Florida. En pocas horas, la carga recorría las 90 millas que separan las dos orillas.

“La Quimera de Flagler”, como fantasía al fin, también tuvo su despertar. En 1935, un huracán categoría 5 dañó fuertemente los puentes del tramo Miami-Key West. Un tren de auxilio que pretendía socorrer a otro en Cayo Largo fue tragado por la marejada. La compañía del Florida East Coast Railway no pudo afrontar los daños y vendió las propiedades al Estado local.

Henry Morrison Flagler, quien falleció el 20 de mayo de 1913, nunca hubo de enterarse del descalabro de su sueño. Tal vez en el año y cuatro meses que sobrevivió al viaje inaugural de su “ferrocarril sobre el mar”, se mofó de la superioridad de la técnica americana por sobre la inglesa, que no pudo evitar el hundimiento del Titanic. Al final, la naturaleza también le hizo pagar su atrevimiento.

Salir de la versión móvil