Flipando con la Revolución

El Café Museo Revolución, de Santa Clara. Foto: Al Jazeera.

El Café Museo Revolución, de Santa Clara. Foto: Al Jazeera.

En 1994 llegó Mariano Gil de Vena a Santa Clara. Desde Palencia, España, vino a recalar a estos predios. Traía una visa de turista, pero no se movió de Santa Clara en cinco años. La residencia permanente se la debe al amor, pero no solo porque embarazó a Diana, su novia santaclareña. Su amor por Cuba y la Revolución también le puso alfombras.

En un inicio quiso rendirle honores a sus estudios. El Mejunje le dio la bienvenida: dirigió un primer intento por montar El beso de la mujer araña, que fracasó porque uno de los actores –Nelson Águila, alias Catibo– se negó a sentarse en cueros sobre las piernas de Ramón Silverio y darle un beso en la boca.

Igualmente animó una peña donde se dialogaba sobre lo divino y lo eterno; también sobre la miseria digna, una categoría con mucho valor político en la época de su arribo. Con el tiempo compró una casa y montó su estudio de pintura. Y aunque su sostén económico sean hoy la coctelería y otros servicios gastronómicos, no ha parado de pintar y escribir.

La prueba de lo antes dicho es que obsequió dos de sus cuadros a personalidades relevantes: Fidel Castro y el Papa Francisco, el primero en 1997 y el último en fecha más reciente. Con orgullo acredita ambos sucesos mostrando las respectivas cartas de agradecimiento, del Consejo de Estado de Cuba y del Vaticano. En la actualidad escribe lo que él denomina “una guía para entender a Cuba”, que se basa en doce preguntas con sus respectivas respuestas. Piensa publicarla en edición de autor. Ojalá entendamos.

Mariano Gil de Vena en su café de Santa Clara. Foto: Al Jazeera.
Mariano Gil de Vena en su café de Santa Clara. Foto: Al Jazeera.

No perdamos de vista que el aterrizaje de Mariano en Cuba fue en el justo momento en que se desató, en efecto dominó tras el llamado “maleconazo”, una de las grandes crisis migratorias que ha vivido el país: la de los balseros. Vino cuando muchos se iban, y vino para quedarse porque aquí halló lo que buscaba: quería ver cómo era la vida de la población civil en un país bloqueado.

Antes pensó irse a Irak, porque era un país bloqueado, pero un amigo lo convenció de que en Cuba hallaría mejores pautas para la reflexión, pues en eso de estar bloqueados, ¿quién nos supera? El beneficio de la lengua común pesó en su balanza, y… Cuba, qué linda es Cuba.

Ha defendido a esta isla como el que más la quiere. En diciembre de 2015 abrió un curioso café en la calle Independencia Nº 313 entre La Cruz y San Isidro. Sigue amancebado con la bella cubana. Ya tiene dos hijas, Mariana y Luna, mitad gaitas, mitad criollas. Y gracias a su establecimiento, que se llama Café Museo Revolución, integra –como un cubano más–, las filas del azaroso cuentapropismo.

Me contó que antes de venir para Cuba trabajó como barman de verano en algunos chiringuitos de Ibiza, pero que esa no es su verdadera vocación. Lo suyo es el arte y los procesos que entiende justicieros. Tras una estancia con toda la familia en España le llegó, como un fogonazo, la gran idea.

La sede del negocio es su casa, apenas a una cuadra del monumento a la toma del tren blindado. Este detalle lo beneficia por el paso obligado de turistas, que van (o vienen), hacia (o desde) el sitio donde el Che librara una de las acciones decisivas en la toma de Santa Clara a finales de 1958.

Mariano es un hombre amable, afectuoso, noble; posee cierta dulzura al hablar y –según me contó– cuando los turistas cumplen con su visita al memorial –no sé si llamarle escultórico– que rinde honor a la acción bélica, en el camino “los pilla su oasis”, sin competidores en varias cuadras. Según me comentó, apenas traspasan la puerta comienzan a flipar con lo que hallan en aquel santuario político. Es el momento en que él despliega sus mejores artes de cubano gentil por cuenta propia.

Es que el Café Museo Revolución no es cualquier establecimiento; es un recinto temático con un solo tema: la Revolución Cubana. No tiene ni un centímetro de pared vacía. Fotos únicas, documentos originales. También un brazalete del movimiento 26 de Julio, el uniforme con que bajó algún rebelde de las lomas, bonos de la clandestinidad, una boina, recortes de periódicos de época, textos con caligrafía original de los principales líderes revolucionarios. Siente uno, al pisar ese lugar, que llegó a una época que son muchas décadas, época donde la épica era poética; atmósfera legendaria y feliz.

Las fotos son su mejor oferta, pues en ellas los principales combatientes revolucionarios fueron captados en instantáneas únicas. También está Martín Dihigo –el más grande pelotero nacido en la isla–, compartiendo espacio con Alejandro García Caturla, Sindo Garay, Isolina Carrillo y Antonio Molina. El ángel de la identidad preside el sitio.

Todo en el bar de Mariano guarda relación con las luchas de los cubanos por su independencia, primero de España, y luego de las dictaduras y malos gobiernos civiles que se sucedieron. También de los días posteriores a 1959, siempre en la brega por consolidar el proyecto de sociedad más justa que la Revolución le propuso al pueblo cubano. La obtención de la plusvalía no protagoniza la gestión de Mariano; lo suyo es más cultural que gerencial.

Café Museo Revolución. Foto: Ricardo Riverón.

La oferta gastronómica no podía alejarse del espíritu mágico del lugar. En consecuencia, además de otras infusiones, bebidas o fiambres, se pueden consumir el “Café Revolución” o la “Copa Revolución”. El primero se elabora con café, merengue, ron, cacao, leche y sirope de naranja –el color local de los santaclareños–, mientras el segundo tiene la singularidad de que está adornado con una estrella de guayaba, como si fuera un grado de comandante.

La vitrola, que funciona a las mil maravillas, incorpora un atractivo adicional, pues les permite a los parroquianos deleitarse con un bolero mientras degustan un mojito, tal como sucedía en un típico bar cubano de los años cincuenta.

La creatividad de Mariano es imparable. Ya tiene en mente añadirle al proyecto una sala comedor. La llamará (¡asombrémonos!) “Período Especial”. Es su próximo proyecto. Servirá un menú de degustación a partir de los platos con que los cubanos sobrevivimos en aquellos duros años. No será solo picadillo de soya y fufú de plátanos burros –puntualiza– y la cena se matizará con acciones performáticas, como la de quitar la electricidad por unos minutos cuando más entusiasmados estén los comensales. No sé si tendrá éxito, pero él –que ya en aquel período vivía en la Isla– asegura que hay personas en el mundo a quienes les pica la curiosidad por saber cómo pudimos rebasar una situación tan extrema.

El 30 de noviembre de 2016 la cadena Al Jazeera publicó un reportaje sobre el lugar y la figura del español. Al responderle a la periodista, Cajsa Wikstrom, Mariano no se definió como un comunista, sino como alguien alineado con el ideal de solidaridad de la Revolución Cubana. Aclaró que profesa la fe católica. Pero sin vacilar sentenció: “The important thing is the soul of the revolution”.

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