La Historia y los desafíos de hoy

La política de transformaciones sociales no puede estar atada a lo que se hizo o se dijo en tal o más cual momento porque las circunstancias, los desafíos, la situación internacional y las demandas sociales, son muy diferentes.

Foto: Kaloian Santos

Recientemente se ha suscitado toda una discusión sobre lo que significó la Ofensiva Revolucionaria de 1968, que implicó la estatización de toda la actividad económica en Cuba incluyendo los medianos, pequeños y hasta los pequeñísimos negocios; también sobre si las propuestas del Che se correspondían con esto o no.

Un par de precisiones importantes. El Che fue ministro de Industrias hasta 1965; la Ofensiva Revolucionaría es de marzo de 1968. El Che había caído combatiendo en Bolivia en 1967, de manera que directamente no tuvo que ver con ese momento, lo cual tampoco cambiaría mucho las cosas en relación con lo que hay que hacer hoy. Es obvio que esta discusión, surgida precisamente ahora, no tiene que ver con el estudio siempre importante de la Historia, sino con cómo posicionarse frente a las necesarias transformaciones que debe asumir en este momento la economía cubana.

La Ofensiva Revolucionaria fue anunciada por Fidel en su discurso del 13 de marzo de 1968 en la escalinata universitaria. Sus argumentos fueron esencialmente de carácter político en el contexto de una fuerte lucha de clases. Inmediatamente después, esa misma noche, hubo una reunión en la sede del Partido Provincial en La Habana para acordar cómo se implementaría.

Es pertinente, necesario e interesante el análisis de este hecho histórico, como lo es el de cualquier hecho histórico relevante, obviamente teniendo en cuenta las circunstancias nacionales e internacionales en que tuvo lugar. Es importante y cabe la discusión de si aquel proceso fue un error con consecuencias posteriores o no, lo cual supone una discusión en sí misma.

Sin embargo, cualquiera sea la conclusión, estos no deben ser argumentos determinantes para resolver los problemas y desafíos de la economía cubana hoy.

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Quienes tomaron decisiones entonces lo hicieron a partir de sus propios análisis de aquella realidad, argumentaron sus ideas y actuaron responsablemente, con acierto o no, pero, de nuevo, se guiaron por sus propios análisis. Aunque seguramente tuvieron en cuenta y estudiaron también la experiencia internacional e histórica sobre el tema, no determinaron sus posiciones considerando si tal personalidad dijo o dejó de decir o que si tal o más cual cosa estaba en las “sagradas escrituras” o no. Actuaron y decidieron responsablemente y asumieron las consecuencias de la evolución del proceso. Hubo aciertos y desaciertos, pero no dogmatismo.

Algunos judíos, sobre todo los ortodoxos jasídicos, siguen de manera exacta los textos sagrados basados en la Torá, parte del Viejo Testamento que contiene lo que se considera la ley judía (halajá). De ella viene hasta la forma en que comen (comida Kosher) según la cual, por ejemplo, en cuanto a los mamíferos y animales terrestres solo se pueden comer rumiantes con más de un estómago y que tengan pezuña partida. Esas normas se corresponden en gran medida a lo que, por una razón u otra, se consideraba adecuado para la alimentación en los tiempos del Viejo Testamento; o sea, hace miles de años. También se determina allí cómo vestir, cómo cortarse el pelo o cómo llorar a los muertos.

Todo eso me parece muy respetable, como lo es cualquier creencia religiosa, pero la política revolucionaria y de transformaciones sociales debe responder a las condiciones concretas, las circunstancias específicas, el contexto, las demandas sociales, la evolución del pensamiento y los desafíos que se han de superar. Esta no puede estar atada a lo que se hizo o se dijo en tal o más cual momento porque las circunstancias, los desafíos, la situación internacional y las demandas sociales son muy diferentes. Si los que tomaron decisiones entonces hubieran actuado atados a dogmas, no hubiéramos llegado hasta aquí.

Los principios de independencia nacional, justicia social y democracia popular son irrenunciables, pero las formas políticas y de organización para abordarlas cambian en cada período histórico. Debemos entender y asumir esos procesos con responsabilidad y audacia, sin el más mínimo asomo de ortodoxia y parálisis del pensamiento.

Utilizar infantilmente lo que se dijo o se hizo en un momento determinado para definir cómo se debe actuar en el presente es lo menos revolucionario que se pueda hacer. Ya sabemos que el marxismo es, esencialmente, un método para el análisis de la realidad concreta y a partir de allí para actuar sobre ella para transformarla. Lo otro sería tomarlo como otra Torá.

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Digo todo esto para aterrizar en una cosa muy simple: qué sentido tiene lo que se hizo o se dijo de manera acertada o no durante la Ofensiva Revolucionaria del 68 con los desafíos que plantea la actual realidad cubana, donde la necesidad, basada en los datos, de una economía más diversa en sus formas de organización, propiedad y gestión es más que evidente para lograr la eficiencia y la sostenibilidad del proceso socialista. Hay cosas tan esenciales en juego como la producción de alimentos –y no solo de alimentos. Resolver este problema resulta determinante hasta para la seguridad nacional. Es una responsabilidad de las actuales generaciones, aquí y ahora.

Hay que partir de la Historia y sus enseñanzas, pero hay que ir más allá de la Historia, el hoy es parte de la Historia del mañana, hay que crear soluciones.

A la religión lo que es de la religión (cualquiera que esta sea), y a la política revolucionaria lo que es de la política revolucionaria.

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Nota:

*Este artículo es una edición de un comentario del autor en su perfil de Facebook, se publica con su aprobación expresa.

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